Querida :
Los ocho días pasados en París contigo fueron maravillosos: fue como volver a la época de Chandernagor. He regresado al paraíso de tu regazo, al dulce cielo de tu calor. “Bendita forma que en tus aguas danza”- dice el poeta. A pesar del frío, los paseos por las riberas del Sena, cercanas a Nôtre Dame, serán para siempre inolvidables. Cobijados bajo la pasmosa, temerosa y casi siniestra estatua ecuestre de Carlomagno te besé en tu boca de finos labios largamente, aspirando todas tus raíces esenciales, anudando mi lengua a tu lengua.
Tumbados sobre ese inmenso y hermoso prado de hierba escarchada que está ante la entrada panorámica de Los Inválidos, acaricié todo tu cuerpo y besé y lamí dulcemente tus braguitas blancas con encaje húmedas de amor. ¡Qué hermoso pasear por los Campos Elíseos con mi diestra sobre tu delgado hombro, sintiendo tu espalda de porcelana como las alas frágiles de un pajarillo trémulo!
En la balaustrada o pretil que está bajó las escalinatas que suben a Montmartre y desde la que se extiende la mejor panorámica de París yo le subí las faldas, le quité las bragas, las besé y las metí en el bolsillo de mi abrigo, y le hice con todas mis fuerzas el amor desde atrás, volviendo con ansia reencendida, turgente, fulgente y penetrante a sus nalgas con la piel fría y suavísima de nuestro querido Correggio. Toda mi compulsiva pasión intentaba abrirse paso en las almibaradas estrecheces, y me sentí como el camello de la parábola o alegoría evangélica penetrando aquel maravilloso ojo de la aguja del que su codicia estaba encaprichada. ¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos? Todo mi cuerpo era una brasa encendida rebosante mis venas de flogisto.
Escalinatas que suben a Montmartre- Más despacio, Michel , más despacio.
Pero yo no podía desacelerar mis ímpetus de entrega, mis ímpetus acérrimos de lancero romano y legionario, yo no podía parar el milagro del placer inédito, yo tenía que seguir entrando, seguir penetrando aquella gruta de placer, y tú gemías, y me mirabas con lágrimas de gozo y dolor.
- Me haces daño, amor, me haces daño. ¿Has de matar todas las cosas? ¿Cortar, para olerlas, las rosas?
- Lu a todo gozo superior que me emparaísa el alma.
Y todo París exultaba con un gozo patriótico embriagador. Desde la lejana Argelia la nación francesa se ponía una vez más de pie y se ponía a andar en la primera línea del desfile de la Historia. Delante, delante. Una vez más el corazón de la patria palpitaba con fuerza en las colonias, y lanzaba su sangre a la metrópoli para alimentar el espíritu de la patria, pues que la patria vive de la sangre del pueblo valeroso, del pueblo soldado, y la patria habla sobre todo en las fronteras, en sus límites, en sus arrabales, en sus últimas extremidades, y no en su centro muelle y perezoso y fácil. La salvación viene de las fronteras, viene de las colonias, viene del pomerio territorial de la Nación, y siempre ha sido así. Y yo y mi alma desbocada presionaban sobre sus nalgas frías y suaves, y parecía que un cielo diminuto se abría en ellas. Un cielo azul, sin nubes, un cielo azul primaveral. Y explotó la terrible tensión en un espasmo que hizo templar todas las vértebras de mi columna, desde la primera a la última. “Déjame en un ansia de oscuros planetas,/ pero no me enseñes tu cintura fresca”. Y entonces, en aquel momento en que mil golondrinas chillaban y hosannaban desde la cima del Sagrado Corazón de Jesús, y miles de palomas hacían imposibles giros alocados como la santa milicia de Cristo, entendí con una tristeza placentera que a partir de ese momento venía una lenta decadencia, una paulatina caída, que tras llegar a la cumbre de mi vida ahora venía la bajada, la vejez, la enfermedad, la muerte, que nuestra pasión carnal había culminado una tarde en una balaustrada y pretil que dominaba toda la ciudad de la luz. En el horizonte vi un punto que irradiaba una clareza tan aguda, como un lampo cegador, que me obligó a cerrar los ojos. Había llegado al akmê. Y así la mente mía, suspendida, miraba inmóvil, fija y tan atenta que, mirando, de nuevo se reencendía…
Y presentía que a nuestro querido general Charles De Gaulle le debió pasar lo mismo.
Por lo demás, uno siente en estas calles de París la esencia de toda Francia. Con razón decía Eugenio D´Ors que el Estado de Francia se llama París. A diferencia del Estado español que siempre se compondrá de distintos pedazos de España, todo el Estado francés se encuentra en siete manzanas de este París que, chismoso, nos ha visto amarnos.
Eternamente tuyo, M.
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Selección clásica para este momento
song : Berceau, by Edvard Grieg