Recuerdo una ocasión en la que estaba yo hablando con un amigo sobre los diarios. Yo le decía que en diversas etapas de mi vida había llevado un diario, y que era algo muy interesante.Este amigo dijo que él también, en algún momento, había iniciado uno, pero que se había aburrido en seguida, pues no le encontraba la gracia a eso de apuntar cosas como “hoy me he levantado a las ocho y me he tomado un colacao”. Está claro que aquel chico no sabía que escribir un diario personal no consiste en levantar acta, o por lo menos, no solo en eso.
Guiándome exclusivamente por mi experiencia personal, puedo decir que un diario es mucho más que un mero recuento de acciones. Es, por ejemplo, una buena herramienta para entender las circunstancias, entendernos y conocernos a nosotros mismos, y entender a las personas con las que compartimos experiencias.Porque cuando ponemos las ideas y los hechos por escrito los vemos de manera diferente, con más claridad, con más objetividad que si los tenemos dando vueltas como peonzas en la cabeza, desordenados y chocando unos con otros. Y esa claridad y objetividad, lógicamente, nos facilitan mucho la tarea de hallar una solución a un problema, tomar una decisión, entender una reacción, etc.Poner las cosas por escrito, ordenadas y racionalizadas, es lo mejor que hay para verlas con cierta perspectiva o distanciamiento, y por lo tanto, para enfrentarnos a ellas con más serenidad y de manera más positiva.Además, cuando tiempo después he leído fragmentos de los diarios que escribí en otro momento, me he dado cuenta de que muchas de mis aflicciones cotidianas no eran como me parecían entonces, sino menos graves y desde luego menos trascendentes. Es decir, un diario nos puede hacer ver que ahora probablemente pasa lo mismo: seguramente las cosas son más sencillas de lo que pensamos, aunque todavía no tenemos perspectiva suficiente para darnos cuenta. Pero por lo menos seremos conscientes de esta posibilidad, lo cual es mucho.El diario es entonces como un amigo que nos echa una mano, un amigo con más experiencia –o mejor memoria- que nosotros.Por otro lado, anotar en un diario nuestros proyectos, nuestros planes, nuestras aspiraciones, nos ayudará a centrarnos en lo que pretendemos alcanzar y mantener el rumbo que nos conviene. Es como un compromiso que firmamos con nosotros mismos, como un contrato que nos incita amistosamente a no perder de vista nuestros objetivos.Y qué decir del diario como mero ejercicio de musculación cerebral. Probablemente no nos daremos cuenta, pero mientras escribimos nuestro diario estamos ejercitando la memoria una barbaridad, sobre todo si escribimos, por ejemplo, una vez a la semana. Y además, si analizamos los hechos que relatamos, y vamos anotamos conclusiones, ideas, reflexiones, etc, entonces el entrenamiento intelectual es completísimo, me parece a mí.Por todo esto creo que se equivocan quienes consideran que escribir un diario es solo cosa de adolescentes, que quieren dejar constancia escrita de sus avatares y sus turbulencias, porque a ellos les parecen lo más importante del mundo (y probablemente lo sea).Es verdad que la adolescencia es una época propicia para iniciar un diario, pero no hay razón para, pasada la edad bulliciosa, descartar tal actividad, que tiene sin duda propiedades terapeúticas para el alma.Si se tercia, otro día podríamos hablar de los personajes ilustres, como Lewis Carrol, Virginia Wolf, George Washington…, que escribieron diarios a través de los cuales conocemos no solo sus pensamientos y circunstancias personales sino también la historia de nuestro mundo. O de obras literarias con forma de diario, desde, por ejemplo, Drácula hasta El diario de Bridget Jones, pasando por las Memorias de Adriano, El color púrpura, el Diario de un jubilado...O de los blogs-diario como la expresión más actual de una actividad tan clásica...
Esto de los diarios da para mucho.