Querido John Updike:
Descansas en paz, así que mi carta no turbará tu sueño. Pero debo hablarte.
Has escrito un libro muy mono. Se llama The Maples Stories y me ha puesto de los nervios. Es una recopilación de historias acerca de Joan y Richard Maple, que, según cuentas, aparecieron entre tus páginas en 1956.
Los Maples se casaron, se amaron, perdieron la esperanza, tuvieron hijos y amantes, volvieron a quererse, sintieron spleen, nostalgia y epifanías, ganaron pasta, fueron abuelos. Tú los seguiste hasta mediados de los ochenta, contando los altibajos de sus vidas. La moraleja, dices en el prólogo, es que all blessings are mixed.
¿Y qué?
Querido John Updike, ¿y qué?
El libro es, literalmente, precioso. Lo publica Everyman con un papel suave y una letra tan cómoda al ojo que parece diseñada en el Mundo de las Ideas. Tiene tapa dura y hasta sobrecubierta, y se lee solo.
Tal vez también se haya escrito solo. Yo entré por una puerta en 1956 y salí por la otra treinta años después, intacto, limpio, con todos los pelos en su sitio.
Una película sosa irrita o aburre. Un libro fallido molesta o frustra. Un paseo por el campo relaja o agota. Pero este libro provoca emociones superficiales, domesticadas y complacientes: emociones pijas, del tipo de una onda en el agua o una brisilla.
Nada te turba, nada te espanta.
Querido John Updike, hoy me desperté por tu culpa. Me acordé del principio del siglo XX como si lo hubiera vivido, y pensé en los artistas que creyeron (realmente creyeron) que su trabajo podía reventar el mundo conocido y definir uno nuevo desde cero. Pensé en las obras hechas por necesidad absoluta, y después pensé en tus relatos acerca de los Maple. Son finos y equilibrados, y admirables, por supuesto, como admirable es una cuchara o un abrazo.
Pero no más.
¿Es posible, querido John Updike, que la función última de estos relatos sea hacernos pasar el rato?
¿Pasar el rato? ¿Es esto cierto? ¿Es esto posible?
Pero quiero ser tu fan, querido John Updike. Por eso voy a rescatar dos relatos de este libro (The taste of metal y Grandparenting, realmente bueno), y a contarte una anécdota.
Pasé mucho rato pensando en ese tercer relato que merecía el indulto. Recordaba un relato conciso y frío que narraba el encuentro de la pareja protagonista con otra pareja muy similar en un hotel de costa. De vuelta a casa, los protagonistas visitan al otro matrimonio en una casa de campo. Beben, congenian y duermen felices. A la mañana siguiente, los protagonistas despiertan en una casa vacía. Ni rastro de la cena, ni rastro de sus amigos. Sólo un teléfono con la luz roja del contestador parpadeando. Cierran la puerta y se montan en el coche. La mujer, aterrorizada, duda que sean capaces de llegar a su destino; el marido le agarra la mano y conduce con la otra. Ambos miran de nuevo a la casa. La puerta está abierta.
Eran menos de diez páginas, un relato perfecto y misterioso por muchos motivos.
Pero recordaba mal. No eran los Maple. El relato no era tuyo.
Se llama Soul Mates y es de Jane Gardam.
Querido John Updike, me despido afectuosamente.
Fotografías de William Eggleston