La noche del 20 al 21 de agosto de 1942 Göran von Otter viaja en un tren hacia Berlín. Una larga noche que no olvidaría jamás. Y ya es decir para un diplomático, nieto de un primer ministro sueco, que es el secretario de la delegación sueca en la capital del Reich durante la Segunda Guerra Mundial.
No hacía mucho que acaba de salir de Varsovia cuando se le acerca un oficial de la SS e inician una conversación. Supongo que empezaron con trivialidades. Entonces el tren se detiene en medio de un descampado y deciden bajarse a estirar las piernas. El alemán enciende un cigarro y de pronto la conversación cambia la vida de von Otter: “he visto algo horrible ayer”, dice el SS. El sueco ya ha escuchado rumores y le pregunta si es sobre esas historias que se cuentan sobre los judíos. Sí, responde el alemán, que empalmando un cigarro con otro y con gran agitación atropella al diplomático con una historia increíble, una atrocidad que va mucho más allá de los rumores.
“Le resultaba difícil mantener la voz baja. Permanecimos allí juntos toda la noche, unas seis horas o quizá ocho. Y una y otra vez volvía a recordar lo que había visto. Sollozaba y escondía la cara entre las manos”, contó después von Otter.
El oficial alemán es un SS llamado Kurt Gerstein, Jefe del departamento Técnico de Desinfección con orden de transportar grandes cantidades del gas venenoso Zyklon B al campo de Belzec. Allí se había encontrado con el Horror, en mayúsculas. Un plan para ejecutar a miles de personas. Gerstein, de fuertes convicciones cristianas, está tan horrorizado como arrepentido y le pide a von Otter que cuente la historia a su gobierno y al mundo.
Aquel hombre traumatizado será considerado, a la vez, un criminal de guerra y un resistente al nazismo. Aún hoy no está muy claro quién era Kurt Gerstein.
El diplomático cumple su parte. A su llegada a Berlín redacta un informe para el Ministerio de Exteriores Sueco contando toda la historia. Pero el informe duerme en un cajón hasta después de la guerra. Recién terminada, Göran von Otter intenta volver a contactar con el oficial alemán. Desde Helsinki hace gestiones a su favor, pero llega tarde. El 25 de julio de 1945 Gerstein se suicida ahorcándose en la prisión parisina de Cherche-Midi. Lo del suicidio no está del todo claro, como todo lo demás en la vida de Gerstein, un personaje que muchos años después sigue siendo un misterio, otro habitante de la zona gris.
¿Verdugo arrepentido? ¿Topo de la ‘resistencia interior’ o simplemente intentó evitar el castigo físico y moral al percatarse de que la guerra no podía acabar bien para los nazis? Es mucho más sencillo analizar sus actos tantos años después, lejos de aquella locura colectiva. Y aún así Gerstein se nos escapa.
En permanente contradicción
Gerstein nace en el seno de una familia de clase media alemana, con un padre autoritario, nacionalista y amante de la obediencia. Eso marca a Kurt, que por un lado hereda los valores nacionalistas pero por otro choca contra la disciplina paterna, a la vez que adquiere fuertes convicciones religiosas.
Kurt junto a su padre en una foto de familia
Por un lado ‘milita’ en la Iglesia Confesante, una rama del protestantismo que se opone a la nazificación de la iglesia alemana, y por otra ingresa – en mayo de 1933, solo cuatro meses después de su ascenso al poder- en el Partido Nazi (NSDAP). Un salto difícil de explicar y una contradicción que nunca resolvería. No solo se afilia al partido, sino que también ingresa en las SA. Hay varias explicaciones para esto. Por un lado sus convicciones nacionalistas y por otro el hecho de que para tener una carrera en la administración (era ingeniero de minas y la mayoría eran públicas) debías pertenecer al partido. Un tercer motivo sería su intención de cambiar el régimen desde dentro, una idea que ahora se nos antoja peregrina pero que casaría con la personalidad idealista del joven Kurt.
Esa ‘doble personalidad’ haría que su militancia fuera agitada y sus intenciones cuanto menos borrosas. Intervino en numerosos actos contra su propio partido, básicamente en protesta por el intento nazi de controlar completamente a las organizaciones cristianas, en general bastante tibias en su oposición al nazismo. Sus continuas indisciplinas acabaron en septiembre de 1936 con una detención preventiva y la expulsión del partido. Más tarde vendría una segunda detención, que acabó con Kurt en el campo de concentración de Welzheim. Allí su salud se deterioró para siempre, además de sumirse en una honda depresión.A su salida escribe una carta a un familiar emigrado a América en la que le cuenta sus intenciones de irse con su mujer e hijos de Alemania ante el ambiente irrespirable del nazismo. Pero, vuelta a la contradicción, en 1940 entrega solicitudes para integrarse en el Ejército, la Luftwaffe. También en las Waffen-SS, donde, sorprendentemente, consigue entrar. Cómo alguien de sus antecedentes logra ser admitido en un cuerpo de élite nazi solo se explica por enchufismo de alto nivel.
El espía de dios
Por parte de Gerstein, la explicación es que había decidido ser “El espía de dios”, un infiltrado que denunciara los crímenes nazis. Suena un poco fantástico pero en la historia del espionaje hay historias aún más rocambolescas. Disciplinado y eficiente, va escalando responsabilidades en las SS, hasta que llega a teniente y Jefe del Departamento Técnico de Desinfección, donde trabajará con productos altamente tóxicos.
En esa espiral de contradicción que es su vida, mientras recoge pruebas se convierte en una pieza importante para que la maquinaria criminal nazi mantenga su productividad. Será el encargado de suministrar el letal gas Zyklon B para los campos de Belzec, Treblinka, Sobibor y Majdanek, auténticas factorías de la muerte. En agosto de 1942 presencia en Belzec el fruto de su eficiente trabajo, lo que nos lleva a la conversación que encabeza esta entrada.
Ante la falta de respuesta sueca se lo explica a más gente. La información llega a la resistencia holandesa, pero el resultado es el mismo: no pueden creer lo que cuenta Gerstein, para ellos es un oficial de las SS tratando de desinformarles. También intenta contárselo al Nuncio del Vaticano en Berlín, que ni siquiera lo recibe (los nuncios son gente muy ocupada), lo que frustra enormemente a un cristiano fervoroso como Kurt.
A partir de ese momento alterna pequeños actos de sabotaje con la entrega de su cargamento mortal. Durante casi dos años más de 2.000 kg de Zyklon B pasaron por sus manos, el suficiente para matar a casi medio millón de personas.
Otro de los hechos que juegan en contra de su pretendida filiación anti-nazi es que sigue en su puesto hasta el final. No abandona Berlín hasta marzo de 1945, con los rusos a sus puertas. Deserta, visita a su familia y acaba entregándose a los franceses. También es verdad que no era tan fácil desertar y evitar la muerte en el empeño.
Su testimonio, utilizado (aunque no validado) en los Juicios de Núremberg, sobre todo en el llamado Juicio de los médicos, es muy valioso ya que es uno de los pocos que que explican el Holocausto desde el lado de los verdugos. Los sectores negacionistas se aferran a circunstancias poco claras y a algunos errores de bulto en cuanto a las cifras que da Gerstein en su informe sobre los campos de la muerte, pero su descripción de la maquinaria asesina es muy congruente con otros testimonios.
La discusión está en saber si su arrepentimiento era verdadero o si su teoría sobre el “espía de dios” que se infiltra en el infierno para conseguir pruebas y sabotear los crímenes era un ardid en busca de clemencia o, cuanto menos, un intento final de limpiar su nombre. El tribunal no le creyó, pero hay quien piensa que al fin y al cabo, sin ser un héroe hizo lo que pudo y que quizás su mayor pecado fue una excesiva ingenuidad. Piensan que Gerstein fue una persona normal sometido a tensiones inimaginables, alguien que intentó hacer el bien en una situación muy difícil y que fracasó estrepitosamente, quemándose en el proceso.
Y eso es lo que hace tan fascinante a Gerstein, que no sabes qué pensar.