“(…)Parecía como si todos los niños de la isla hubiesen despertado, gritaban y reían, iban en grupos, entraban en una casa como si fuera una fiesta pero… pero no.”
-Padre de niña (Antonio Iranzo)
Narciso Ibáñez Serrador -Chicho para los amigos- ya fue el mayor culpable de que durante dieciocho años muchos pasaran las noches en vela con su programa “Historias para no dormir”. El también creador del “un, dos, tres” demostraba con su trabajo ser un tipo versátil, ágil y muy consciente de lo que la gente buscaba en el mundo del espectáculo. Lamentablemente, nunca se prodigó demasiado con su obra más allá de la televisión, con lo que su testigo en el mundo del cine se ve reducido a un par de largometrajes, uno de los cuales, hablaremos hoy aquí.
“¿Quién puede matar un niño?” (1976) fue su más reconocido éxito, se exportó internacionalmente (algo que ya cuesta hoy, imaginemos hace 40 años), no exento de polémica claro, pues estuvo prohibida en Finlandia y censurada en Argentina, Australia, Francia, Suecia, España y USA. La película nos narra la historia de una pareja de turistas, Tom (Lewis Fiander) y -la embarazada- Evelyn (Prunella Randsome) que se disponen a pasar unos días de vacaciones en la isla de Almanzora (en Benavis) donde Tom había pasado parte de su niñez. Al llegar se encuentran con una isla desierta, donde los adultos han desaparecido y los niños campan a sus anchas.
Con esta sencilla premisa nos adentramos en el que puede que sea uno de los films más angustiosos de nuestro cine. Serrador nos coloca en la piel de dos sujetos que se encuentran solos ante la adversidad, aislados de la sociedad -literalmente- ante una situación que no comprenden, y peor, que no pueden aceptar. Esta película es una “tour de force” en toda regla, con unos personajes llevados hasta el extremo, y es que a pesar de guardar las formas y no mostrar más de lo necesario -haciendo un uso convenido de elipsis-, esta película explota en el nervio del espectador y no le deja un momento de sosiego.
Muchos son los momentos a destacar, casi todos ellos protagonizados por la muchachada, que se permite el lujo de divertirse en situaciones totalmente fuera de contexto, como el jugar a la piñata con un cadáver u otras situaciones de misma índole. La voz en la radio de una mujer pidiendo ayuda, un pueblo fantasmal (este recurso siempre ha funcionado, lo hemos podido ver recientemente en el inicio de “28 dias después” (2002), por ejemplo), un sol abrasador y una música -muchas veces una compilación de sonidos que se van repitiendo-, completan una puesta en escena sobria, humilde pero tremendamente efectiva y desesperante.
Sorprende, de igual manera, que una película de estas características se desarrolle en su mayor parte de día, no haciendo uso de uno de los artificios más comunes -y efectivos- de este género: la oscuridad. Así pues, se podría decir, que al igual que los pioneros del género -como Hitchcock, al que homenajea en cierta secuencia- reinventa los lugares comunes y se aleja de los clichés con una pasmosa, o al menos aparente, facilidad. No puede evitar comer de la mano de Hitchcock para construir esa atmósfera tan insana (que muchos remiten a “Los Pájaros”(1963)) pero ha envejecido sorprendentemente bien y su influencia temática aún es latente: desde esa mala copia que fue “Los chicos del Maiz” (1984) hasta la correcta “The Children”(2009).
Otra de las cosas que uno más recuerda de esta película son sus títulos de crédito, magnificamente acompañados por la música de Waldo de los Rios, donde vemos un collage de fotografías y videos mostrando niños que han sido maltratados, torturados a lo largo de la historia por guerras, etc. y que, personalmente, remite mucho a la introducción que utilizaría Sam Peckinpah en la magnífica “La Cruz de Hierro”(1977) donde un sencillo montaje al inicio de la película predispone de una serie de sensaciones al espectador, indicios de que lo que va a ver no va a ser fácil de digerir.
A nivel de curiosidades, destacar un par. Serrador quiso a Anthony Hopkins para el papel protagonista en un principio, pero este se negó y lo cierto es que no quedó muy contento de la interpretación de Lewis Fiander, todo lo contrario a Prunella Randsome –uno no puede evitar preguntarse que repercusión comercial hubiera representado de haber tenido a Hopkins de protagonista-. Y por otro lado, que en la versión que el director quería que se comercializara, el personaje de Tom hablaba perfectamente el español mientras que Evelyn no sabía más que un par de palabras, con lo que Tom, incapaz de explicarle lo acontecido, le estuviera “adornando” la extraña situación, aumentando en ella la incertidumbre y angustia. La productora, debido a que mucha parte del metraje sería subtitulado y eso afectaría a la taquilla, se negó, pero aún se pueden ver peculiaridades en el doblaje, como cuando en una escena del puerto hablan con unos hombres y se puede interpretar, por lo que le dice a Tom, que lo ha entendido todo mal y éste la corrige. Serrador siempre ha dejado clara su oposición al respecto del doblaje.
El final de la película también es de altura, varios la comparan con el desenlace de la iniciática “La noche de los muertos vivientes” de George A. Romero, pero lo cierto es que más allá de comparaciones, es todo un ejemplo de género, un final abierto que no hace más que alimentar la imaginación, tal vez la peor de las cómplices en este tipo de historias.
Concluyendo, esta película es un plato obligado para todo cinéfilo/curioso que se precie, aunque es posible que a más de uno se le indigeste.
TRAILER: