En el trono frío muchos quisieran estar, todos a sus pies, en particular, ella a sus pies.
Qué regocijo tenerla, cuánto placer dominarla, solo mía.
Ella lo mira altiva, sonriendo por su ingenuidad, él no sabe quién es ella, él no sabe lo que le va a pasar.
En un despiste la daga cruza el férreo cuello del rey, en su oído un susurro de voz cálida y dulce le comenta:
“¿Quién tiene a quién?”
Los dos de pie mirándose sintiendo las mismas ansias de poder, sintiendo el mismo orgullo la misma hiel, solo con la mirada se hablan y misteriosamente se comprenden, en silencio se funden devorándose, ¿quién tiene a quién?
Nadie sería capaz de decirlo, los dos se dominan, los dos se sirven, celosos de ellos mismos y a la vez celos el uno por el otro, nadie puede cruzar su círculo, nadie osará mirarlos jamás.
¿Quién tiene a quién? Dominados y sometidos el uno por el otro a la vez, no son cuerpo, solo son alma, una misma alma que lucha por salir de sus cuerpos y volver a ser una. Una guerra encendida constante, un sangrar sin fin, pero ninguno se desangra, el sangrar de uno alimenta al otro, la visión se nubla, los ojos se empañan ya no se distingue quién es quién.
Nunca más nadie ha podido verlos, ni acercarse, sigue esa pobre alma atrapada en dos cuerpos luchando por volver a ser entera.
Solo separarlos haría trizas su mundo, mataría la esencia y desaparecería el alma.