Mis editores siempre insistieron en que en los titulares nunca debe haber signos de interrogación. No se puede plantear una pregunta y luego intentar contestarla en el texto, entre otras cosas, porque las preguntas admiten multitud de respuestas y es más que probable que el lector encuentre alguna distinta de la que aporte el texto. Es presuntuoso y, en general poco eficaz, por más interesante que sea la pregunta.
Pero, en este caso no se trata de una pregunta para responder dialécticamente. Es la pregunta perversa, clásica, de un adulto a un niño, cargada de malas intenciones, confusa y agresiva. Las preferencias son injustas. Es una pregunta que no debe hacerse.
Recuerdo que, de niño, una broma recurrente en el ámbito de una numerosísima familia, con múltiples tías y primos, con largas veladas de juegos y chanzas, que la pregunta se hacía como “¿A quien quieres más: a papá, a mamá o a ayayaiii?”, acompañada de un fuerte pellizco en cualquier parte de la anatomía. La respuesta solía ser un alarido de dolor: ¡Ayayaiiii!! que provocaba la hilaridad de los otros concurrentes: “quieres más a ayayaii”…
Pero el motivo de esta entrada es el ángulo inverso. ¿Se le puede preguntar a una madre “¿A quien quieres más a tu hija estupenda y superperfecta de 9 años o a tu hijo trasto de 4 que no hace una a derechas?”. Bueno, pues tampoco.
Sin embargo, a veces puede surgir espontáneamente en una conversación o en la consulta. Hace pocos días al preguntar a una madre, profesional competente y emocionalmente, a mi juicio, una persona equilibrada, por sus hijos, me ofreció su opinión con una notable diferencia en la apreciación. No es que fuera algo como que mi niña es muy buena y mi niño es más malo que un dolor, pero se le acercaba bastante. Le faltaron segundos para morderse el labio, sonrojarse, excusarse y añadir que no era eso lo que quería decir.
Evidentemente que no entra en cuestión el enorme cariño que esta madre, como todas (o, para ser justos, digamos que casi todas) siente con igualdad hacia sus hijos. Ni que existan preferencias de consideración en su trato o educación. Pero la espontaneidad de la respuesta pone de manifiesto lo traidor que es nuestro subconsciente, y ¡maldito sea Freud!
Los hijos no son todos iguales. No lo son por el momento en que llegan, por el orden, por el sexo y un millón de detalles más que, además evolucionan con la edad. Es común oír eso de que los niños de pequeños están para comérselos y que cuando llegan a la adolescencia te arrepientes de no habértelos comido. Y la vida aporta mil aventuras y desventuras que configuran la relación de las madres con sus hijos. naturalmente eso puede conducir a preferencias, explícitas u ocultas, mayoritariamente n a t u r a l e s.
No se debe preguntar a que hijo prefiere una madre. Pero un buen profesional, de la pediatría, del trabajo social o de la enseñanza que entreviste madres, aparte de preguntar cómo está el niño, si come, si va bien en el cole, si se porta bien o si crece y se desarrolla como sea esperable, debe reservar un momento para inquirir de la madre un “¿que clase de vida le dan sus hijos?” o “¿cómo lo lleva usted?”. Porque madres y niños son inseparables en la consulta del pediatra social y tan importante es la salud del niño como la de su entorno. Y si se da oportunidad, puede obtenerse información valiosa, relevante y, a veces, crucial para entender la realidad.
(Ah! y donde digo madre puedo igualmente decir padre o quien quiera que se ocupe de los niños)
X. Allué (Editor)