Llama la atención que en Buenos Aires todavía no se le asigne fecha de estreno ni título en castellano a Rabbit hole. Es que, además de competir por un Oscar (a la mejor actriz protagónica), esta película tiene el mérito de rescatar a Nicole Kidman y de presentar en sociedad a un cineasta casi desconocido pero prometedor.
A diferencia de lo que acostumbra a hacer, esta vez John Cameron Mitchell filma un guión que no escribió. Se trata de una adaptación que David Lindsay-Abaire hizo de su propia obra de teatro, ganadora de un Pulitzer en 2007.
En contraste con sus antecesoras (las aquí comentadas Shortbus y Hedwig and the angry inch), Rabbit hole cuenta con la participación de actores más o menos célebres. Los de más renombre son la mencionada Kidman, Aaron Eckhart, Dianne Wiest y Sandra Oh (cómo olvidarla después de Entre copas).
Entre ellos, quien más se destaca es la pelirroja de Moulin Rouge. Por lo pronto, consigue que los espectadores ignoremos/olvidemos las marcas del botox que la deformó y el recuerdo de los últimos bodrios que protagonizó.
No es fácil abordar la muerte de un hijo sin apelar al golpe bajo y demás recursos lacrimógenos. Sin embargo, Mitchell evita caer en la tentación y propone una aproximación respetuosa, libre de estereotipos sensibleros.
Nobleza obliga, Rabbit hole pierde puntos cuando se la compara con Le fils de Luc y Jean-Pierre Dardenne. Casi diez años atrás, los insuperables hermanos belgas deslumbraron con aquel largometraje sobre la misma pérdida aunque en circunstancias todavía más críticas y complejas.
Dicho esto, ¿La madriguera? (apostemos a este título en castellano) tiene lo suyo. Por lo pronto, convence y conmueve… además de competir por un Oscar, rescatar a Nicole y consolidar la carrera de un ignoto cineasta texano.