Revista Ciencia
RADICALISMOPublicado en Levante 4 de octubre de 2012
Radical viene del latín radix-radicis que significa raíz. El radical, en su primigenia acepción, es aquel que no se queda en las ramas, sino que ahonda hasta llegar a comprender el fundamento. Es en la raíz dónde tiene lugar la toma del sustento de la planta.
Aplicado al lenguaje corriente, se dice también de aquella persona que se posiciona de modo intransigente y extremoso; y asienta su tesis o praxis sin que nadie le haga variar un ápice su postura. En este sentido, raíz ya no se aplica al sustento, sino a la fijación, y toma su acepción de la planta enraizada que queda inamoviblemente posicionada. Y de aquí deriva también radical y radicalismo.
Siguiendo con la metáfora, y las acepciones señaladas, uno podría preguntarse si en algún aspecto de la vida se puede ser radical, contemplando ambos sentidos: la que da sustento y la que fija en el mundo vital. O bien optar porque todo es cambiable y mudable y por ende insustentable en el tiempo.
Cuando uno tiene 20 años quiere cambiar el mundo. Esto siempre ha sido así. La juventud es, por definición, rebelde. Pero, ¿conviene ser “joven” durante el resto de la vida? ¿Se puede ser radical sin por ello caer en el radicalismo? ¿Hay algo radical en mí que haya de permanecer de continuo como rebeldía biográfica?
Estas preguntas son importantes, pues ponen de manifiesto, en última instancia, el sentido de la propia vida. La respuesta a esos interrogantes solo puede ser afirmativa. Lo contrario nos llevaría a admitir que sería deseable que a una cierta edad uno se vuelva cínico si no quiere ser un “radical”. Un callejón sin salida, pues es lo mismo que aceptar que mi vida carece de sentido, de dirección, de norte.
Puesto que la respuesta ha de ser afirmativa, ¿qué o quién da sentido? ¿Dónde puedo manifestarme radical? La solución debe valer tanto en la vida de un niño como en la de un anciano; para una persona inteligente y culta, como para alguien más rupestre y poco espabilado. Tiene que valer para todos y en todo tiempo.
Y visto lo visto, todos los radicalismos, incluido el cinismo y el relativismo (que no dejan de ser, muy a su pesar, radicalismos, en el sentido de falto de sustento y fijación) y, por supuesto, todos los fanatismos paganos -como el marxismo o el nazismo- o religiosos –que a la vista están- no sirven. La clave sólo puede ser el amor. Amar puede amar un niño o un anciano, un inteligente o un deficiente; hoy y mañana. Es el amor, la entrega de sí a los demás (y a Dios, en su caso) lo que “completa” toda vida. San Agustín sentenciaba: “amor meus, pondus meus”. Mi amor es mi peso, donde gravito, lo que me sustenta, me radica, me inclina, me nutre, me fija: a dónde tiendo. Un amor que encuentra su expresión más profunda y vital en la máxima evangélica: nadie tiene amor más grande que aquel que da su vida por sus amigos.Pedro López. BiólogoGrupo de Estudios de Actualidad