¿Qué sentido tiene en la actualidad reivindicar la poesía de un poeta muerto hace más de doscientos años? ¿Cabe quizá la esperanza de que, la melancolía inalcanzable de su obra, nos lleve a ese lugar donde la incertidumbre y el misterio coronan a la vida? La inteligencia artificial (IA) nos amenaza con la tiranía de una tecnología que socava nuestra imaginación y la posibilidad de explorar algo tan genuino y humano como es la libertad. ¿Merece la pena vivir sin libertad? ¿Sin un verso como éste: la belleza es verdad, la verdad belleza, eso es todo lo que sabes de este mundo, y todo lo que necesitas saber? Keats, de nuevo, se levanta desde su tumba sin nombre del cementerio acatólico de Roma para decirnos que la naturaleza es superior a la máquina. A esa revolución industrial a la que él se enfrentó cuando ensalzó al hombre del Renacimiento. El hombre como centro de un mundo pleno de sensaciones: «¡Ah, por una vida de Sensaciones más que de Pensamientos», dejó dicho y enmarcado. Ahí, es donde nace su capacidad negativa como posibilidad de pérdida de la identidad real y de convivencia con el misterio. Y ese corolario es el que rescata Rafael Peñas Cruz en esta traducción de sus poemas y odas al que ha denominado como Keats now. Keats, como fuente de un conocimiento que se rebela contra un mundo únicamente gobernado por la razón. Un mundo que también se puede explicar a través de la imaginación, la sensación y la emoción.
Rafael Peñas Cruz ha traducido y editado, de nuevo, en una edición bilingüe en inglés y español casi todos los poemas de su último de poemario, Lamia, Isabella, La víspera de Santa Inés y otros poemas (1820), a los que habría que añadir La Belle Dame Sans Merci, y el que cierra el libro: Al descubrir por primera vez el Homero de Chapman. Y, la excusa para hacerlo, no es otra que celebrar el bicentenario de su muerte en 1821, año en el que no se publicó este libro por el COVID, una enfermedad infecciosa como la que padeció el poeta —tisis— y que acabó con su vida en Roma el 23 de febrero de 1821 (a pesar de que en su tumbar aparezca como fecha del óbito el día 24, un error propiciado por la burocracia italiana y la hora de la muerte del poeta). Y que, además, como es el expreso deseo del traductor y editor también quiere que sirva de homenaje a la hermana pequeña del poeta, Fanny Keats, que adoptó el nombre de Fanny Llanos tras contraer matrimonio con el exiliado español Valentín Llanos, lo que nos sirve de perfecta excusa para entablar la conexión española con el poeta inglés. Una conexión que, en la actualidad, tiene como máximo representante y adalid de su obra a Guillermo Paradinas Brockmann, auténtico guardián del legado español de Fanny Keats, y de todo aquello que se publica entorno a la familia en cualquier parte del mundo. Una labor que, de una forma incomprensible, no está reconocida como se merece.
Leer a Keats es volver a la esencia del ser humano. A contemplar la belleza: «Algo bello es un goce eterno» —como nos recuerda el primer verso de su poema épico Endymion—, y hacer de ella una defensa del alma humana. Aquella que todavía permanece pura. En completa conexión con una naturaleza que le permita llegar a experimentar «un rapto espiritual activo en todo el universo... este estado supremo lo entiende el poeta como una “eterización” de la naturaleza, el viejo éter del que tantos poetas antiguos hablaron y que ahora Keats utiliza como representación de su propio concepto de poesía» (en palabras de Alejandro Valero, traductor de la obra de Keats), porque como nos dice Rafael Peñas Cruz en el prólogo de Keats now: «La poesía de Keats quiere hacernos conscientes de los males que nos aquejan, pero lo hace sin sermonear y sin usar construcciones manidas. La sensualidad física de sus imágenes es una representación de lo que él cree necesario para encontrar nuestra verdad… Es una poesía que utiliza la fuerza de la imaginación no como escape de los males del mundo, sino como compromiso con él, a fin de configurarlo como un lugar mejor, más justo, más hermoso y más veraz, ofreciéndonos la posibilidad de redención por medio de esa belleza». En este sentido, tal es el poder intrínseco de los versos del poeta que, como nos apunta el propio Peñas en el apartado Notas del traductor: «Traducir implica una afinidad electiva entre la voz del poeta original y la del traductor. Así, siento que no fui sólo yo quien eligió traducir estos poemas, sino que fue el mismo Keats quien me eligió a mí… un largo proceso de conocimiento e identificación, una lenta concordancia de mi alma con la del gran poeta romántico». Una extraña sensación de ingravidez que hemos sentido muchos de los que no hemos acercado a la vida y obra del poeta romántico. Lo que, sin duda, es una forma de explicar la traslación de la obra poética de Keats al momento actual, lleno de incertidumbres como el que él vivió y, que desgraciadamente, la tuberculosis no le dejó acabar de plasmar. Él pidió diez años para culminar su obra poética, y sólo le fueron concedidos cinco (1814-1819) desde la aparición de su primer libro, Poems, hasta la cumbre que representan en la lírica inglesa sus Odas. Una interrupción que está remarcada en el epitafio de su lápida: «Aquí yace Uno, cuyo nombre está escrito en el agua».
Ángel Silvelo Gabriel