Tercer día en Raja Ampat, de nuevo toca despertarse con las primeras luces del alba.
A las 6 de la mañana comenzó el ajetreo en la factoría de perlas donde habíamos acampado la noche anterior. Con gran generosidad y hospitalidad nos habían dejado pasar la noche en el embarcadero, pero llegado el día era momento de marcharnos.
Rumbo al norte a toda máquina. No había un minuto que perder, nos esperaba un largo camino por delante. Si todo iba según lo previsto, hoy sería el día que llegaríamos por fin a Pulau Wayag, el objetivo de nuestro viaje, después de tres jornadas de travesía.
Nos detuvimos un momento en Pulau Bianci para dejar a un militar que habíamos recogido en la factoría de perlas frente a Pulau Pef. Bianci era probablemente uno de los últimos poblados que nos encontraríamos al norte de Raja Ampat, sino el más remoto de todos. Según nos alejábamos de la isla de Nueva Guinea veíamos menos asentamientos, puesto que resulta más caro abastecerse de mercancías y provisiones.
El mar de Raja Ampat empezaba a parecerse ya al auténtico paraíso virgen que imaginábamos antes de venir. Nos cruzamos con pequeñas islas desiertas de esas en las que a uno no le importaría naufragar una temporada.
Tras 2 horas de travesía llegamos al primer punto del itinerario marcado para ese día, la bahía de Aljui. Se trata de una bahía al noroeste de la isla de Waigeo, un laberinto de recobecos que queríamos explorar.
Sobre las 9 de la mañana enfilamos la entrada de la bahía. El tiempo nos acompañaba, hacía un sol radiante y a esas horas el calor avisaba de que habría que untarse bien de crema sino queríamos terminar tostados.
Agus, nuestro patrón, nos dijo que antes de meternos en la bahía quería parar un momento en el embarcadero que se divisaba justo a la entrada.
No teníamos ni idea de lo que estaba hablando, pero corrigió el rumbo hacia el embarcadero. Al parecer se trataba de otra factoría de perlas, y nos dirigíamos al control de seguridad. No sospechábamos nada, pero estábamos a punto de vivir uno de los episodios más surrealistas del viaje.
En el embarcadero nos estaban esperando dos guardias de seguridad enfundados con pistolas. Agus se acercó y discutió con estos que queríamos entrar en la bahía. Su primera respuesta fue que allí no se podía entrar, que aquello era una zona privada. ¿¡De qué narices estaba hablando si aquello era una bahía natural!?
Insistimos en que éramos turistas y queríamos entrar sólo para admirar la bahía. Los guardias de seguridad hablaron entre ellos y acordaron que esperaríamos a que el jefe regresara y le pudiéramos preguntar. A los diez minutos apareció por el embarcadero un tipo australiano, el jefe del cotarro. Nos miró con cara rara, estábamos seguros de que se estaba preguntando cómo narices habíamos llegado hasta allí con un long-boat. Nos dijo que en la bahía no había mucho interesante que ver, salvo algunos cañones al fondo de la misma.
Pero buena parte de la bahía se dedicaba al cultivo de perlas, por esa misma razón no dejaban entrar a cualquiera. Trabajaban con mercancía valiosa y las medidas de seguridad eran muy estrictas. Dejamos bien claro que nuestras intenciones era buenas, únicamente queríamos entrar en la bahía para hacer fotos. Desde luego que no se nos pasaba por la cabeza robar perlas.
Debimos parecerle inofensivos, puesto que no se lo pensó demasiado y nos dijo que adelante, no sin antes advertirnos de que corríamos un serio peligro si nos acercábamos a cualquiera de las redes donde cultivaban perlas. No podía garantizar nuestra seguridad, nos dijo que sus guardias no se andaban con tonterías y que tenían permiso para abrir fuego contra cualquier embarcación que intentara acercarse a las redes de ostras y si intentábamos huir nos perseguirían. Por si no nos había quedado claro, hizo el gesto de metralleta con sus manos mientras disparaba ra-ta-ta. ¡Vaya, hombre! y yo que esa mañana me había olvidado de sacar el chaleco antibalas del fondo de la mochila.
El bueno de Agus también parecía un poco nervioso y propuso que lo mejor era marcharnos de allí, rumbo a Pulau Wayag. Aquello nos pareció más una muestra de su típica holgazanería que de cobardía, así que intentamos tranquilizarnos todos y decidimos que si dirigíamos el barco por el centro de la bahía, a una distancia prudencial de las redes, no debería haber ningún problema.
Así pues, con mucho cuidado nos adentramos en la bahía de Aljui. Aquí tenéis un vídeo que grabé cuando navegábamos por el centro. Era impresionante estar en el mar completamente rodeado por montañas. Os pido disculpas por la calidad del sonido, se oye demasiado viento. Podéis activar los subtítulos del vídeo.
La bahía estaba dividida en varias lagunas, queríamos llegar hasta la más interior de todas para ver los acantilados. Para ello teníamos que cruzar varios estrechos.
Tras cruzar el primer estrecho, el agua estaba bastante en calma, no parecía que estuviéramos en el mar.
Llegar hasta el fondo de la bahía nos llevó más tiempo de lo esperado, y vació buena parte de nuestro depósito de gasolina. A la larga, el consumo superaría las previsiones y sería necesario comprar más gasolina para el camino de regreso a Sorong.
Pero merecía la pena haber llegado hasta allí. El paisaje de karts en Aljui con multitud de acantilados de piedra caliza cubiertos de árboles era todo un espectáculo.
Cuando llegamos justo al punto más interior de la bahía, el barco nos jugó una mala pasada y el motor comenzó a carraspear, tal y como nos había pasado nada más salir de Sorong. Al rato dejó de funcionar. Agus tuvo que ponerse manos a la obra para repararlo.
Nos los tomamos con buen humor, aunque en realidad estábamos en uno de los lugares más recónditos de Raja Ampat. Si nos quedábamos allí tirados podían pasar horas incluso días hasta que otro barco llegara tan adentro de la bahía. Agus consiguió arreglar el motor rápidamente y concluyó que el problema estaba en que le habían colado gasolina adulterada.
Ya era mediodía cuando dimos la vuelta y regresamos a la entrada de la bahía. Al salir de la laguna Agus notó el mar un poco picado, así que antes de abandonar Waigeo y cruzar mar abierto para llegar a Pulau Wayag quería que nos detuviésemos y esperásemos a hacerlo con las mejores condiciones posibles.
El único embarcadero que había por la zona era el de la factoría de perlas, así que nos acercamos y pedimos permiso subir y hacer tiempo. Mientras, prepararíamos el almuerzo. No les hizo mucha gracia que siguiéramos por allí rondando pero aún así nos dieron una hora de permiso para estar en el embarcadero.
El ritual de nuestras comidas y cenas era siempre el mismo. En primer lugar, fregar los utensilios con agua de mar. A continuación, echar agua mineral en la sarten para cocer la comida.
Durante una semana estuvimos alimentándonos casi a base de arroz y fideos con los distintos ingredientes que habíamos comprado en el supermercado el día que partimos de Sorong. Hoy, el menú eran fideos con tomate y atún. Algo rápido y sencillo, suficiente para llenar nuestros estómagos.
Cuando transcurrió la hora de permiso, el mar seguía igual de picado, pero no nos quedó otra que abandonar el embarcadero. Por otro lado, el tiempo se nos echaba encima y con menos horas de luz navegar sería más complicado. Así pues, dejamos la bahía de Aljui rumbo a Pulau Wayag, nuestro destino final.
El archipiélago estaba sólo a un par de horas de Waigeo, pero atravesar el mar abierto con un long-boat entrañaba cierto peligro, ya que la embarcación era bastante ligera e inestable.
El cielo amenazaba tormenta y nuestros peores temores no tardaron en cumplirse. Justo cuando el GPS del móvil nos indicaba que estábamos a medio camino nos sorprendió una tormenta. Estábamos perdidos.
En un momento se puso a llover, un aguacero tremendo. Empezó a entrar agua en el barco, así que tuvimos que cerrar todas las ventanas. El oleaje movía el long-boat de un lado al otro, en algún momento nos asustamos porque pensamos que podíamos llegar a volcar. Para calmar el nerviosismo, intentamos tomárnoslo un poco de coña y grabamos este vídeo.
Estábamos tan cerca de Wayag que podíamos ver ya las primeras islas allí a lo lejos. ¡Casi lo habíamos conseguido!
Afortunadamente todo salió bien y conseguimos atravesar la tormenta sin tener siquiera que achicar agua del barco.
Rodeamos el archipiélago y encontramos el único rastro de civilización en las islas, el centro de Conservación Internacional de Raja Ampat.
Como ya comenté, la diversidad marina que presenta la zona de Raja Ampat, en el mar de Halmahera situado entre el archipiélago de las Molucas y la península conocida como Cabeza de Pájaro al noroeste de la isla de Papúa, es la más alta registrada en la Tierra. Mucho mayor que cualquier otro área del Triángulo de Coral integrado por Indonesia, Malasia, Filipinas, Papúa Nueva Guinea, las Islas Salomón y Timor Oriental, el cual es considerado como el corazón de la biodiversidad de arrecife de coral en el mundo. Por esta razón, se trata de una de las áreas de acción de máxima prioridad para Conservación Internacional y mantienen un centro de operaciones en Wayag, al norte de Raja Ampat.
Las instalaciones no son gran cosa, tan sólo algunas cabañas de madera y una mesa de convenciones. Disponen de conexión a internet vía satélite, electricidad por las noches a base de paneles solares y un motor de gasolina y el agua de los aseos proviene de lo que recogen cuando llueve. Suficiente para mantener un equipo de una docena de jóvenes.
Su labor es muy importante. Se dedican a garantizar la conservación de Pulau Wayag, una de las siete áreas marinas protegidas declaradas por el gobierno de Indonesia en mayo de 2007. Conservan un catálogo de especies marinas de Raja Ampat y desde allí ponen en marcha iniciativas educativas en la comunidad para mentalizar sobre lo importante que es la conservación. También organizan patrullas en las costas con el fin de evitar actividades marinas ilegales como la caza con explosivos que puedan dañar el coral, la pesca furtiva de especies protegidas o el vertido de contaminación. El principal objetivo es mantener esta región lo más intacta posible, ya que se trata de uno de los ecosistemas más vírgenes del planeta. Como parte de su programa, nos ofrecieron servicio de guía para el día siguiente por el archipiélago y alojamiento en el campamento a cambio de realizar un donativo. Nos quedamos allí dos noches.
Después de llevar todo el día a bordo de un barco se agradecía pisar tierra firme de nuevo. Con la tranquilidad del atardecer nadie diría que hace unas horas habíamos estado luchando contra el mar en medio de una tormenta.
Por el momento, a pesar de sufrir algunos pequeños imprevistos todo estaba saliendo según la hoja de ruta, no podíamos creerlo. Estábamos teniendo tanta suerte con el viaje que no cabe duda de que alguien estaba rezando por nosotros.
Así concluía nuestro tercer día en Raja Ampat, otro día más cargado de emociones que nos hicieron caer rendidos a primera hora de la noche. Estábamos más o menos en el ecuador del viaje así que había que descansar bien.
Esa noche dormimos plácidamente. Habíamos conseguido el reto propuesto, llegar al archipiélago de Wayag, unos 120 km al norte de Sorong, nada menos que a bordo de una embarcación long-boat, una hazaña de la que podíamos estar orgullosos.
El día siguiente lo dedicaríamos a recorrer los alrededores de Pulau Wayag. Comprobaríamos entonces si había merecido la pena viajar tan lejos para encontrar un paraíso en la Tierra. Estad atentos al próximo capítulo, que probablemente sea el mejor de la serie.