No descubro nada si digo que la casta política que hoy trata de representarnos no tiene, en ningún momento, el interés general como guía. Sin embargo, hay ocasiones en las que algunos acaban superándose a sí mismos. Es el caso de Mariano Rajoy, cuyo único trabajo desde que perdió las elecciones en 2008 es esperar, esperar y esperar para contemplar cómo, más temprano que tarde, pasa el cadáver de Zapatero por delante de la calle Génova. No ha lugar a diálogo con el gobierno ni pactos para superar la peor situación económica desde hace más de medio siglo. Esa no es su preocupación, no es su batalla… El líder de la oposición, que ha demostrado en varias situaciones cuál es su personalidad real, no quiere gastar ni un segundo de su tiempo en sacarle las castañas del fuego al PSOE, sin caer en la cuenta de que no se las saca al partido del gobierno sino a todos los ciudadanos (incluso, los que lo votaron).
En una entrevista que ayer publicaba La Razón no se esconde y deja aún más claro esta preocupación por pescar en río revuelto. “Nos va a votar a mucha gente que votó al PSOE. Y no se arrepentirán”, titula en portada. Me quedo más tranquilo cuando leo frases como ésta y contemplo cómo el líder del PP posa con una sonrisa de oreja a oreja frente al Congreso de los Diputados, orgulloso de saberse vencedor. Es reconfortante pensar que con casi media legislatura por delante y muchísimos retos que habría que superar con la ayuda de todos, el líder de la oposición piense en elecciones y esté con la calculadora de los escaños.
Ese momento llegará, tarde o temprano. Mientras tanto, los ciudadanos, muchos de los que le han votado, siguen sufriendo las violentas consecuencias de la crisis. Pero eso no importa cuando está en juego mucho más.