Estoy cada vez más convencido no sólo de que dentro de un par de generaciones volveremos a una época de represión moral y castidad, sino también de que cada vez nos acercamos más a ella (o pretenden hacerlo) a través de cosas estúpidas. Alguien, a quien nos gusta situar en Estados Unidos, de pronto ve un canal de televisión o una película, o escucha una canción, y de pronto se siente ofendido, obligando no sólo a sus familiares a tomar una decisión respecto a lo que a ellos les ha molestado, sino que creen que necesitan contárselo al mundo a voces para que les den la razón. La última en caer presa del colectivo de las buenas costumbres y lo políticamente correctísimo ha sido “Rango”, la nueva película de animación de Johnny Depp, un claro homenaje al Western y una película destinaza quizá no exclusivamente a niños, pero desde luego, no una película que obligue a verse en presencia de un adulto.
¿Y por qué? Pues porque “Rango” fuma demasiado. Es la chorrada de siempre, pensando que los niños verán una película donde un lagarto esté rodeado de gente que fuma y pensarán: ey, pues si un camaleón con camisas hawaianas va con gente que fuma, será porque es guay. El hecho de que hasta una portavoz de la productora haya tenido que salir a defender la película diciendo que son los secundarios los que fuman (y casi siempre, los malos), sólo ha servido para darle más animos a la gente que piensa que la película debería ser recatalogada como “No recomendada para menores de dieciocho años”. Muchos de ellos, miembros del grupo antitabaquismo y del “Centro de investigación y educación para el control del tabaco” de la Universidad de California.
“Muchos niños van a empezar a fumar por ver esta película”
Pues vale, ahora resulta que ver a un personaje en una película fumando es la clave del tabaquismo infantil, pero es que los grupos antitabaco van prácticamente a por todo aquello en donde se vea un cigarrillo. Yo no he fumado nunca ni hay cosa que me dé más asco, pero no por ello voy por ahí exigiendo que se retiren las películas que muestren a gente haciéndolo, me parecería absurdo. Además, me parece ridículo que a la hora de hacer una película haya que estar pendientes de si el público podría interpretar esto o aquello como algo pernicioso, o qué pensarían los grupos defensores de la moral. ¿Y si alguien dice que ha abortado, o que bebe, o qué harían con una película como Scarface, por ejemplo? Esto me es parecido a la escena censurada de “El Planeta de los Simios”, de Tim Burton, y donde se suprimió una escena de sexo del astronauta con una chimpancé humanoide para evitar que la gente arrasase en masa los zoológicos buscando una cita con un mono, o que se desechase el borrador original de “Regreso al futuro” y donde la máquina estaba construida en una nevera, para evitar que los niños se colasen en ellas intentando emular la película. O la ya célebre ¿leyenda urbana? Sobre el niño con un traje de Superman lanzándose desde su ventana esperando volar.
Pero no sólo en Estados Unidos tenemos esto, ya que aquí en España hay padres que protestaron contra la serie “Cuéntame” porque el niño, que ya ha crecido, tenía una escena de sexo. Decían que les parecía vergonzoso e innecesario, pero entre nosotros, yo creo que les hace preguntarse si sus propios hijos tendrán relaciones sexuales. Y seguramente no tenga nada que ver con lo que vean en una pantalla, porque yo me he tragado mucho cine y no soy un bicho raro, como tampoco creo que lo sea el noventa por ciento de la gente. Hay algunos a los que les da por intentar crear un sable láser con un cilindro de vidrio y Napalm, pero el responsable no es “Star Wars”, sino de sus propios actos. Muchas veces, cuando se acusa a alguien o algo, lo que trata es de esconder sus propios defectos, achacándoles el fracaso escolar de sus hijos a los videojuegos, los pokemon o incluso los amigos. Nadie es nunca responsable de nada y todo es porque “lo habrán aprendido en alguna parte”. Ahora toca “Rango”, hace años querían editar los films de Humphrey Bogart, también criticaron a “La Amenaza fantasma” por ofrecer una versión adulterada del catolicismo y así podía tirarme hasta la noche, pero prefiero dejarlo. Mi opinión, y nadie tiene por qué estar de acuerdo con ella, es dejarnos de tonterías y saber distinguir de una maldita vez lo que es importante y lo que no, y pararse a pensar en cuántas de nuestras decisiones y opiniones son enteramente nuestras y cuáles han sido inculcadas desde fuera, y no pensar: ey, están fumando, ¿Cómo se supone que tengo que reaccionar ante eso? Porque si no llegará un momento en que todo nos resultará ofensivo y habrá que censurarlo y mirarlo con lupa. Y hoy día, lo que menos necesitamos, es que el Islam de la moral y lo políticamente blanquísimo intente decidir qué puede ver cada uno y qué no.
Como he dicho siempre, son sólo películas, series, música y libros, quizá de las pocas cosas buenas que salvaría del mundo si me dieran la oportunidad. Y, por cierto, en “Rango” sí fuman, pero he tenido que bajarme un puñetero screener para ver exactamente dónde (y eso que vi la peli a principios de semana).