Revista Cultura y Ocio
Por C.R. Worth
Andaba a tumbos por la discoteca, fruto del exceso de alcohol y los cuatro porros que ya se había fumado. Necesitaba olvidar, dejar de sentir tanto dolor. Hacía apenas tres meses que se había casado y un fatal accidente le arrebató su universo entero. Toda la vida buscando al hombre ideal y cuando lo encontró y ya se sentía completamente feliz, la fatalidad le despojó de ese sentimiento.
El alcohol y las drogas no la estaban dejando insensible como ella quería, así que dio un paso más en su búsqueda para sentirse entumecida, para no sentir nada. Conocía al camello que solía pulular por la discoteca, así que se dirigió hacia él para comprar una raya de coca. Con un billete hizo un canuto para esnifar la cocaína, y el efecto fue casi inmediato.
El dolor desapareció, se sentía ligera de cabeza, como si estuviera volando hacia casa y su amado Marcos. Los recuerdos de felicidad eran más intensos de lo que pudiera acordarse. Se sentía en el cielo.
De manera súbita la música empezó a tomar forma, las notas se tornaron en burbujas multicolores que danzaban con ella en el aire. No solo podía ver la música, sino que podía olerla y tocarla. Los registros electrónicos brillaban como centellas, y el ritmo de la batería era como explosiones de fuegos artificiales. Sacaba su lengua y el polvo de luz tenía mil sabores; a melocotón, sandía, pimienta, langostinos y otras sutilezas que nunca podría haber imaginado. Un dragón hecho de flores serpenteaba entre las bolas de espejos y los rayos polícromos. Sonaba la canción de Madonna Ray of light, y los sones la estaban atravesando con placer mientras jadeaba en medio de la alucinación.
De pronto un rayo de luz cegador veló sus ojos. Su corazón dejo de latir y se desplomó en medio de la discoteca. Tenía una sonrisa en sus labios, había conseguido dejar de sentir.