Revista Cultura y Ocio
Julio Cortázar con su entrañable gato
Esto no le va a gustar a los cortazarianos. En la literatura, como en cualquier otra pasión hay adeptos fervorosos de los santos patronos: yourcenarianos, proustianos, borgianos, kafkianos, garciamarquianos, vargallosianos y un largo etc. He tenido más de tres veces en mis manos la obra magna de Julio Cortázar, Rayuela y en ninguna de las tres he logrado engancharme definitivamente. Una de las características de la literatura es el gusto; en eso se parece a muchas cosas de la vida: el amor, la comida, el cine, los ambientes, los olores…
Con precisión de cirujano el gran Borges, del que puedo decir, que aunque me haya costado esfuerzo terminar algunos de sus relatos y ensayos, siempre me ha dejado con una cata mucho más poderosa que la de su compatriota, decía Borges retomo, que «la lectura es una de las formas de la felicidad, pero a nadie se le puede obligar a ser feliz». Contrariamente a lo que puede pasarle a muchos, mi encuentro con la pasión de la literatura empezó ya bien entrada la veintena. He sido un lector indisciplinado, sin bitácoras, sin planes, ni presupuestos. Pienso que la lectura como el sexo o la comida, no puede ser forzada. Hay lectores que entre sus planes tienen por ejemplo tres o cuatro libros por mes, incluso por semana; apilan en sus mesas de noche volúmenes –sé lo que es esa obsesión– colosales de libros, que no se leerán jamás.
Edición conmemorativa de Rayuela en sus cincuenta años (Alfaguara 2013)
Llegué a Rayuela luego de muchos años, habiéndolo tenido a la vista de la biblioteca de mi papá en la vieja edición de bolsillo Seix Barral, blanca con letras doradas. La hojeé en la adolescencia, sin interés. La primera vez que intenté leerla con juicio, casi a los veintitantos, el comienzo me pareció interesante: «¿Encontraría a la Maga?». Los vericuetos de Oliveira por París y la profusión de imágenes surrealistas, la jerigonza alambicada y los devaneos jazzísticos, terminaron por marearme rápido como un vino dulzón. El año 2013, cincuentenario de la publicación del libro, volví a tenerlo entre manos y decidí darle (darnos, mejor) una nueva oportunidad. Sin embargo recomenzando, con el laberinto que Cortázar me propuso, buscando la Maga en un París psicodélico y demasiado surreal para mi gusto, tampoco pude avanzar. Decidí hacerlo a un lado. Reflexionando, me dije que seguramente no tengo el espíritu tan joven, y aun no llego a la cuarentena, para dejarme llevar en el trance literario-poético que me propone Cortázar. Es un libro para espíritus jóvenes, que aun no conocen la perplejidad literaria y no para perros viejos como yo. Debe haber compatibilidad entre el lector y el libro; en este caso no me entendí bien con Cortázar. De todas maneras, rescato de su obra los cuentos cortos como Un Tal Lucas o La continuidad de los parques y Las babas del diablo, que inspiró Blow Up de Antonioni; también sus ensayos, como el lírico Imagen de John Keats, que es una obra invaluable y entrañable para los que amamos la poesía.
Tengo pensado que irme deshaciendo de libros, y que este caso, infortunado para muchos de Rayuela, me hará desistir (eso espero) de esa ambición de hacerme cada vez más a otros ejemplares, que siempre reemplazan inexorablemente al que se va. Mi pretensión con estas cribas literarias, ya en medio de la treintena, es como la del filósofo inglés Thomas Hobbes, quien decía que una docena de doctos, libros es suficiente compañía.
Charlie Parker: Bird The Savoy recordings