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El debut literario de Ernest Cline vino precedido por un poco de hype. Su novela ambientada en un futuro distópico y que transcurría en su mayor parte en una simulación virtual era un cócktail de ingredientes para el éxito. A saber, un entorno dominado por la tecnología y las relaciones virtuales, un aluvión de referencias a la cultura pop de los 70 y 80, y la promesa de una adaptación cinematográfica desde antes de su publicación. Añadan una portada con los icónicos alienígenas del ‘Space Invaders’. El típico caso de best seller que lo es porque está convencido de su condición.
El argumento del libro es simple. Un adolescente vive enganchado a Oasis, una simulación virtual completa que permite hacer cualquier cosa: desde estudiar a distancia hasta vivir aventuras al estilo ‘World of Warcraft’. Un Second Life que no se desinfló. El creador de Oasis, James Halliday, recién fallecido ha dejado un suculento testamento en forma de huevo de pascua. El que lo encuentre heredará su fortuna. Halliday, nacido en 1972, siente un enorme apego por la época en la que creción, y la búsqueda estará plagada de alusiones a películas, discos y videojuegos de las décadas de los 70 y los 80.
Cuando comencé a leer ‘Ready Player One’ mi recelo era si el libro sería un homenaje a la cultura de estos años o si se trataría de una colección de nombres y citas para que el autor presumiera de sus conocimientos frikis. La respuesta es que lo retro del libro es lo que no se explica. El resto es presunción.
El futuro imaginado por Cline está anclado en los mitos sobre los usos de Internet que tenemos los que hemos llegado a la treintena, pero que les resultarán desfasados a los más jóvenes del lugar habituados a Tuenti y los smartphones. En Oasis, los avatares se parecen más a los nicks anónimos de los primeros chats que a los perfiles de las redes sociales. El amor en línea sigue siendo algo más bien de frikis. Los foros y las BBS tienen su reflejo en la realidad de Oasis. Y la diatriba entre una Internet libertaria y un negocio privatizado tiene su importancia en la trama, aunque se podría haber explotado mejor.
En cambio, las referencias a cualquier película o juego clásico son obvias hasta decir basta, porque es el protagonista (la novela está narrada en primera persona) quien se encarga de identificarlas y explicarlas a los lectores por si a éstos se les han escapado. De paso, se encarga de explicar con detalle los orígenes de Oasis y todo su funcionamiento. En ese sentido, prefiero mil veces a Neal Stephenson, que apela a la inteligencia del lector para que reconstruyan los escenarios de sus novelas, en vez de el tratamiento para niños pequeños que nos ofrece Cline.
Por lo demás, la novela cuenta con un lenguaje sencillo y un desarrollo muy al estilo de una película de los ochenta. Es entretenida aunque no me parece brillante. Se trata de una premisa que ya conocemos (no por eso menos interesante) y que podría ofrecer mucho juego, pero que no se aprovecha. Y en algunos aspectos resulta poco creible.