El Pokemon Go imprime criaturitas multicolores en la porción de realidad que vemos a través del celular.
Al menos para los argentinos legos en materia tecnológica, el concepto de realidad aumentada (RA) adquirió casi tanta notoriedad mediática como la llegada de Pokemon Go a nuestro país. Gracias al sinfín de informes consagrados a la exitosa aplicación de Niantic Inc., nos enteramos de la existencia de otra manera de relacionarnos con nuestro entorno: a través de una pantalla que le sobreimprime datos informáticos al mundo real.
A diferencia de los dispositivos de realidad virtual (RV), aquéllos de RA no sustituyen la realidad física. En todo caso, le agregan elementos virtuales y conforman una realidad mixta: en parte real; en parte virtual.
Como sugiere el pequeño gráfico que Wikipedia incluyó en su extensa definición, la RA se encuentra en medio de una acotada recta que tiene por extremo izquierdo al ‘entorno real’ y por extremo derecho al ‘entorno virtual puro’. La realidad alterada resultará más versátil o más virtual según se desplace hacia una u otra dirección.
Los mismos legos en la materia imaginamos que uno de los mayores desafíos para los especialistas en RA es reducir, o disimular de la mejor manera, las marcas de la mencionada sobreimpresión. En otras palabras, el sumun de esta tecnología es crear una realidad enriquecida sin ningún indicio delator.
Wikipedia ilustra el concepto de RA con el Milgram Virtuality Continuum, que Paul Milgram y Fumio Kishino pergeñaron 22 años atrás.
Desde este punto de vista, Pokemon Go es un desarrollo limitado de RA. Sólo el usuario que desconozca el origen ficticio de los célebres bichitos multicolores (un adulto con problemas mentales o un niñito) podría considerarlas tan reales como el escenario donde aparecen.
El desembarco de la aplicación en nuestro país provocó furor en los argentinos que estaban esperándola, y (más) reparos en aquéllos preocupados por la relación -cada vez más simbiótica- que una buena porción de seres humanos mantiene con los dispositivos declarados inteligentes. Los compatriotas apocalípticos con sentido del humor publicaron en sus muros de Facebook alguno de los carteles o fotomontajes que aconsejan a los “mayores de 40” disfrutar ahora de la vida porque el monto de nuestra futura jubilación dependerá de los aportes que hagan los cazadores de pokemones.
Este fotomontaje ilustra con trazo grueso la realidad aumentada que proyectan los medios.
En principio para consolarnos, algunos cuarentones también pensamos que la RA sólo es novedosa -y temible- cuando la circunscribimos a nuestro presente informatizado. Con un poco de perspectiva histórica, podemos ubicar los orígenes de esta noción unos cuatro siglos antes de Cristo, cuando Platón ideó la alegoría de la caverna para ilustrar su ponencia sobre la existencia de dos realidades: una accesible a través de los sentidos y otra, mediante el intelecto.
Sin ir tan lejos, podemos reconocer cierto fenómeno de realidad aumentada en los medios de comunicación. Los argentinos sostuvimos intensas discusiones al respecto durante siete largos años, mientras se elaboró, trató, aprobó, aplicó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Retomamos la polémica a principios de 2016, cuando el Presidente de la Nación ordenó varios recortes por decreto.
La cantidad de rumores, conjeturas, falsedades, intencionalidades que noticieros, canales de noticias, portales informativos deslizan en sus coberturas diarias debería preocupar más que los efectos adversos del Pokemon Go. Aún cuando el debate comunicacional consiguió desestabilizarlo, el statu quo mediático sigue alterando -para su conveniencia- nuestra percepción de la realidad.
No todos los ciudadanos reconocen las hilachas de esa manipulación. La constatación sugiere que la RA mediática es más sofisticada -y más nociva- que aquella diseñada para entretener a los usuarios de smart phones.