Turismo sostenible, moderado, justo, consciente; es decir, ecoturismo: un viaje responsable a áreas naturales que conservan el ambiente y mejoran el bienestar de la población local. No es un modelo desdeñable. En cifras, según el Observatorio de Ecoturismo en España, se trata de un sector que cuenta con alrededor de 800.000 clientes, factura más de 24 millones de euros y proporciona empleo a 2.613 trabajadores, dejando un impacto económico de 63 millones de euros.
Puesto que la gran mayoría de espacios naturales se encuentran en zonas rurales -en lo que conocemos como la 'España vacía'-, el ecoturismo supone una oportunidad de desarrollo socioeconómico, contribuye a evitar el sangrado demográfico de ciertas regiones y diversifica la economía local al tiempo que favorece la biodiversidad. Un tipo de turismo que nos habla de rutas de interpretación de la naturaleza, educación ambiental, observación de flora y fauna, actividades culturales, mercado de productos ecológicos y caseros. No obstante, como casi todo lo que concierne a lo humano, nada es del exactamente tal como se ve.
Crosby: "Se están abriendo accesos a zonas muy vulnerables, alterando hábitats y, por tanto, la etología de las especies"
"La ética verde puede inspirar valores muy loables, pero eso no significa que ayude a afrontar directamente el problema de la catástrofe ambiental a la que estamos sometidos. A veces, hasta logra lo contrario: calma la conciencia y proporciona un greenwash, sin cuestionar los presupuestos sociales ni modificar la actitud hacia la economía. La ética teñida de verde no es necesariamente una más rigurosa", explica Ramón del Castillo, doctor de la UNED y experto en este modelo de turismo. Algo similar opina Arturo Crosby, CEO de Forum Natura, quien asegura que muchos de los espacios propios del turismo sostenible se están masificando, con los peligros que ello entraña: "Se están abriendo demasiados accesos a zonas muy vulnerables, alterando hábitats y, por tanto, la propia etología de las especies, algunas ya muy amenazadas".
Cabe pensar en espacios como Espelunciecha, en el Pirineo aragonés, un tipo de paraje virgen amenazado por la presión de la industria ecoturística (y la construcción desaforada que la acompaña), y que ha documentado el cineasta Carlos Buj en La cara oscura del turismo. Hoy en día, gracias a Google Earth y a la innumerable oferta de propuestas sostenibles no queda un solo lugar en el mundo desconocido u oculto.
Una dependencia perversa
Persona entre 39 y 65 años, estudios superiores, poder adquisitivo medio-alto y activo laboralmente. Un perfil amplio se revela como figura protagonista del turismo sostenible. Lo que ocurre es que este tipo de turistas, tan preparado, tan concienciado y tan comprometido, también incurre en la debilidad del selfie, que termina por reclamar la posibilidad de ver -y hasta tocar- determinadas especies. 'Efecto Disney', tal como lo califica Crosby. El asunto es más serio de lo que pudiera parecer: distintos estudios demuestran que, al contacto con humanos, las especies experimentan cambios fisiológicos y de conducta. Por ejemplo, pueden volverse más confiadas con la presencia habitual de ecoturistas, haciéndose vulnerables a otro tipo de humanos más desalmados. Tampoco podemos olvidar que el poder adquisitivo de este tipo de visitantes les permite viajar a cualquier parte del mundo; es decir, tomar los aviones -y cualquier otro medio de transporte- necesarios para llegar a donde deseen. Llegan, se van, vuelven, pero siempre suscitan preguntas: ¿a qué precio y qué cantidad de emisiones provocan?
La Universidad de Cambridge ha realizado un macroestudio que demuestra que tan solo una pequeña porción del dinero total que genera este tipo de turismo sostenible se reinvierte en conservar los espacios naturales. De los 520.000 millones de euros anuales que mueven los parques y reservas a nivel mundial, apenas 10.000 millones se destinan a este fin. "Las ecosofías y las nuevas cosmovisiones constituyen un sector de mercado en alza. El capitalismo siempre va por delante de todos y sabe cómo trasformar los valores éticos en valores económicos: ideas loables en mercancías rentables, miedos y anhelos humanos en áreas de mercado", apunta del Castillo.
Ese mismo mercado ha introducido la perversión en su funcionamiento, de tal manera que el ecoturismo amenaza la biodiversidad y, al mismo tiempo, se vuelve necesario para mantenerla. Así, distintas organizaciones ecologistas como WWF han denunciado que el descenso de visitantes ocasionado por la pandemia "pone en peligro las comunidades dependen del ecoturismo para ganarse la vida". En el área central del continente africano, las medidas para proteger a los gorilas de montaña del coronavirus provocaron la caída de visitantes y, por tanto, la disminución de unos ingresos que son vitales para los autóctonos.
De los 520.000 millones de euros que mueven los parques y reservas, apenas se destinan 10.000 millones a su conservación
Los ecologistas temen incluso un dramático aumento de la caza ilegal si las organizaciones -a causa del descenso económico- se ven obligadas a despedir a los guardas forestales y a suspender los programas de protección del medio ambiente y control de actividades ilegales. De este modo, si los parques naturales están a pleno rendimiento, el contacto humano termina por erosionarlos, mientras que si se cierran, el desenlace puede terminar siendo incluso peor.
Acaso la solución sea "apostar por un modelo de movimiento más cercano, más lento, que priorice el cuidado al medio ambiente, la sostenibilidad socioambiental, la mesura y la revalorización de lo próximo", tal como apunta Rodrigo Fernández Miranda, miembro de Ecologistas en Acción. La cuestión, sin embargo, es más compleja. ¿Estamos dispuestos a ello o acabará el ecoturismo por convertirse en un parche para evitar transformar radicalmente el sistema?
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