Las manos toman, pero también dan.
La boca saborea, pero también habla.
La nariz respira, pero también olfatea.
Los ojos ven, pero también muestran.
Los oídos escuchan, pero también equilibran.
Las manos nos enseñan a no ser egoístas.
La boca nos enseña a dar gracias en palabra y canción.
La nariz nos enseña a aprender de nuestro entorno.
Los ojos nos enseñan a mostrar compasión y sinceridad.
Los oídos nos enseñan a mantener nuestro equilibrio.
Todas nuestras partes tanto dan como reciben. Funcionan en el principio de la reciprocidad inherente en su mismo carácter. Si nuestros sentidos son tan nobles, ¿no deberíamos serlo también nosotros?
Los ojos de una persona dedicada muestran una fortaleza interior y un carisma que los ojos de la persona común no muestran. Científicamente, sabemos que un ojo es un ojo, un mero órgano, sin embargo experiencialmente sabemos que los ojos son ventanas virtuales hacia el alma. Para nosotros lograr una profundidad de carácter similar, debemos vivir acorde a la nobleza inherente de nuestra naturaleza. Cada uno de nuestros sentidos no es simplemente una facultad de recolección de información, sino también un canal de expresión.