Revista Espiritualidad

Reconociéndonos en Nuestra Propia Voz

Por Av3ntura

A menudo tendemos a creernos el ombligo del mundo y a pensar que todo ha de girar a nuestro alrededor. Que nada es más importante que nosotros mismos y que todo puede esperar menos la satisfacción inmediata de nuestras propias necesidades.

De igual modo, también pensamos que nadie es capaz de ponerse en nuestra piel y caminar con nuestros mismos zapatos, porque sólo nosotros sabemos por qué pensamos y actuamos como lo hacemos y no de otra manera. Pero, ¿estamos en lo cierto? ¿De verdad nos podemos fiar de todo eso que creemos y pensamos?

Muchas veces, sin apenas advertirlo, hablamos, pensamos y actuamos en modo piloto automático, prestándole nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestros actos, a las voces, los pensamientos y los actos de aquellos que nos han ido inoculando de manera muy sutil una forma de entender la vida que, tal vez a ellos les sirviese en su momento, pero a nosotros ya no nos sirve en el nuestro.

Crecimos en medio de un mundo que se echó a correr nada más vernos llegar y decidió no darnos tregua. Un mundo que se crece por momentos y nos obliga a no bajar la guardia y a no perder el ritmo de nuestros pasos en nuestro empeño por alcanzarlo y no quedarnos rezagados. Todo lo que nos enseñaron de pequeños y todas las ideas que nos inculcaron, a medida que han ido transcurriendo los años, nos hemos visto obligados a cuestionarlo, teniendo que aprender a desaprender para adoptar otras ideas que nos resultasen más útiles y otras formas de hacer las mismas cosas para no caer en la obsolescencia.

Reconociéndonos en Nuestra Propia Voz

Y, envueltos en esa tesitura, hemos de reconocer que eso de conocerse a uno mismo no resulta una tarea precisamente sencilla. No va de comportamientos egocéntricos ni tampoco de creernos mejores o peores que los demás. Va de atrevernos a descubrir quiénes somos de verdad, analizando lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos y preguntarnos si realmente todo ese despliegue de sentimientos, ideas y hechos de verdad nos representan a nosotros o se corresponden con lo que otros esperaban de nosotros.

Encontrar la propia voz implica desarrollar el sentido crítico, no sólo hacia lo que manifiestan los demás, sino principalmente hacia lo que manifestamos nosotros mismos. Cuestionarnos por qué pensamos como lo hacemos es un ejercicio harto difícil, porque esas ideas pueden estar en la base de los pilares que creemos que nos sostienen. Al mover esos elementos de nuestra estructura podemos provocar derrumbes importantes que nos obliguen a empezar de cero, sin saber a donde agarrarnos para no ser arrastrados por la corriente. Pero es la única forma de encontrarnos a nosotros mismos y de forjarnos unos nuevos cimientos realmente sólidos que nos permitan crecer libremente siendo quiénes realmente seamos, sin máscaras, sin voces impostadas, estando seguros que por qué decimos lo que decimos, sentimos lo que sentimos y hacemos lo que hacemos.

En esa aventura de desaprender para aprender lo que realmente nos será útil en el presente, seguramente perderemos algo más que un puñado de viejas ideas y de sentimientos enquistados. Ahuyentaremos también a algunas de las personas de nuestro entorno que no sabrán adaptarse a nuestro cambio de actitud. Es curioso cómo a algunas personas parece que les gusta ser engañadas. Se sienten cómodas con nosotros mientras nos dejamos llevar interpretando el papel de dóciles borreguitos que nos ha tocado en suerte para participar de sus enredos, pero en el momento en que nos atrevemos a alzar un poco la propia voz, les saltan todas las alarmas y no dudan en vetarnos porque ya nos les resultamos personas gratas.

Pero esas reacciones son perfectamente normales y del todo comprensibles. Que nosotros estemos dispuestos a poner nuestra propia casa patas arriba y a hacernos una limpieza general no implica que los demás tengan que hacer lo mismo. Siempre les resultará más fácil apartarse del peligro que hemos empezado a suponerles que embarcarse en cuestionarse ellas por qué se empeñan en seguir pensando como piensan y actuando como actúan.

Cada persona es muy libre de elegir las convicciones que le servirán para explicarse su propia vida y le permitirán juzgar la vida de los demás. Pero nadie debería imponerle esas convicciones propias a nadie, porque ni a todo el mundo le sirven las mismas ideas, ni a nadie le pertenecen más vidas que la suya propia.

Cada vez que nos presentan a alguien a quien no conocíamos de antes, tendemos a juzgarle por su aspecto físico, por su tipo de indumentaria, por cómo se expresa y por las ideas que transmite. Clasificamos a las personas en estereotipos según lo aprendido a lo largo de toda nuestra vida anterior y caemos en errores garrafales, que no por haberlos cometido ya en otras ocasiones, dejamos de cometer sin ponerles remedio. Damos por hechas demasiadas cosas, basándonos únicamente en prejuicios del todo infundados y en sentencias emitidas por mentes demasiado cerradas que nos precedieron en el tiempo, pero se cuidaron de perpetuar sus ideas a través de una cultura patriarcal y desacertada en demasiados aspectos.

Por todo ello es importante aprender a desaprender. Atrevernos a cuestionar esas creencias que tenemos tan arraigadas y que a veces nos hacen retroceder en el tiempo, hasta las antípodas de lo que debería esperarse de un ser humano del siglo XXI. No puede ser que hombres jóvenes que ya han nacido y se han educado en plena democracia se comporten como trogloditas cosificando a sus compañeras mujeres, denigrándolas, violándolas en manada, matándolas o matando a sus propios hijos con el único propósito de arruinarles la vida a ellas. ¿Qué clase de persona puede sentirse alguien que comete esas atrocidades? ¿Puede sentirse orgulloso de sí mismo cuando se mira al espejo? ¿De verdad se cree el ombligo del mundo?

¿Se reconoce a sí mismo en su discurso de golpes, sangre y reproches? ¿Se puede querer a sí mismo cuando se mira a los propios ojos y sólo ve fuego y fiereza? ¿Se ha preguntado alguna vez lo que puede ver una mujer cuando le mira a esos mismos ojos? ¿Puede transmitir amor alguien que sólo destila odio infundado?

Todos esos hombres que convierten el ejercicio del desprecio y la humillación hacia sus compañeras en su modo de vida, tal vez serían más dignos si se atrevieran a desmontar los pilares que les sostienen para sustituir las piezas erróneas por otras más acertadas que les devolviesen su capacidad de experimentar la empatía y de encontrar su verdadera voz para hacerse oír manifestando sus propias convicciones y no las de épocas pretéritas que deberían dormir el sueño eterno en los archivos históricos de nuestra cultura.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749 


Volver a la Portada de Logo Paperblog