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Recordando a Enrique Badosa

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Recordando a Enrique Badosa

El 31 de mayo de este año ha fallecido a los 94 años Enrique Badosa, poeta, ensayista, periodista, traductor, ensayista, crítico y director editorial, y sobre todo una magnífica persona que me honró con su amistad.

Su obra poética completa, Trivium, comprende 18 poemarios con tres principales registros el lírico instrospectivo, el satírico epigramático y la poesía de viajes, y ya la traté en dos artículos publicados en esta web hace dos años.

El amigo Jorge León Gustá, le acaba de dedicar un obituario en esta misma web, en la que trata sobre todo de su gran libro de poemas "Mapa de Grecia". No quiero repetir lo magníficamente expuesto por Jorge, pero quiero hacer algunos comentarios y citar algunos poemas complementarios, ya que fue mutua nuestra afición por los viajes a Grecia y muy grande mi admiración por ese libro, que leí antes de conocer a Enrique y antes de empezar a viajar a Grecia. Una amiga común, también aficionada a Grecia, posibilitó nuestra amistad y nuestras "cenas griegas". Luego, además, tuve el honor de que me presentase dos de mis libros de poemas sobre Grecia.

En este mes de junio yo partía hacia las islas griegas y no tuve tiempo de preparar este artículo antes del viaje, pero me llevé como único libro en papel la magnífica edición bilingüe griego español publicada en Atenas en 2004 de "Mapa de Grecia / Χάρης της Ελλάδας" traducida por Sylva Pandú, que he ido leyendo en mi travesía por las islas del Dodecaneso. Me propongo, por tanto, relatar una lectura de algunos poemas de este libro en la tierra que los inspiró.

Se cataloga " Mapa de Grecia " como un poemario de viajes, que fue publicado en 1979 en "Selecciones de poesía española", colección de Plaza&Janés que precisamente dirigía Badosa. El poeta dice que lo escribió entre 1976-77, aunque, por lo que hablé con él, el libro proviene de apuntes tomados in situ y de los recuerdos de sus muchos viajes por Grecia. A pesar de esa catalogación inicial, más que un típico libro de viajes que describe lugares, lo considero un libro de personas, de mitos y de transmisión de los sentimientos del poeta ante lo que ve.

Para empezar un breve apunte de la forma. Se trata de poemas sustentados en un ritmo métrico impecable que combina endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos, en que los versos largos tienen ritmos binarios y en que las divisiones versales se suelen corresponder con las sintácticas o al menos no chocan con ellas. Estos versos sin rima se sustentan en esa estructura esticomítica y en el ritmo métrico, que es lo que hace verso al verso. No podía ser de otra forma en un poeta como Badosa, que domina la teoría y la práctica, y que cuida de la forma teniendo muy presente que el buen poema se sustenta tanto en un buen contenido como en un buen continente.

Recordando a Enrique Badosa

Abro el libro y el primer poema es "Los límites de Grecia", 13 endecasílabos blancos en que describen con breves apuntes los límites cardinales de Grecia y su centro. Ya que estoy navegando por el Dodecaneso, recojo los dos versos que tratan del este de Grecia, de estas islas:

(...) Al Este los joyeles de islas plácidas
en creación amor y vinos cálidos. (...)

"Islas plácidas" ya que están menos azotadas por el viento del norte, el "Meltemi", al que las cartas náuticas llaman "Tramuntana" porque los nombres de los vientos acercan las culturas y a los navegantes de todo el Mediterráneo, pero eso ya sería objeto de otro artículo. Islas plácidas que voy a recorrer estos días y de las que hable con Enrique, islas de vinos cálidos como el vino de Lipsí que Mussolini regalaba al Papa para que consagrase en el Vaticano. El vino, que ya era protagonista en la literatura homérica, unió culturas y comercios, por encima de las divisiones que nos quisieron imponer religiones y gobernantes.

Voy ahora al capítulo que trata del Levante, buscando islas y referencias que encontraré en mi viaje. La primera es sobre Samos, la isla en la que inicio mi travesía en el "Azul de Samos"

Diez versos, nueve endecasílabos y un heptasílabo; por cierto, todos apoyados en el acento en 6ª, salvo los dos finales de los párrafos (sáficos con acento en 4ª y 8ª) lo que le da una estructura fonética rítmica que distingue los dos párrafos del poema. En esos diez versos aparece nueve veces la palabra azul, porque las islas griegas son profundamente azules, tanto en los colores de su mar como en el de su cielo, reproducido en puertas y ventanas, y realzados por esa luz y esa transparencia debida a la ausencia de contaminación y a los vientos boreales. Qué mejor que este entorno para hablar de "cosas de la mar".

Otra referencia en mi camino por ese islario es Patmos, la isla donde se dice que San Juan escribió el Apocalipsis, con su monasterio en la cumbre de la colina rodeado por una de las Joras más bonitas de Grecia con más de 40 iglesias y casas señoriales, recuerdo de su pasado religioso y comercial. Dice el poeta:

Recuerdo comentar con Enrique paseos por las intrincadas calles de esa Jora, después de visitar el monasterio, descubriendo iglesias, conventos y preciosos recodos, mientras abajo nos aguarda la amplia bahía de Skala por donde hemos llegado navegando y por donde abandonaremos la isla. Sin duda, Patmos es una de las más bellas islas del Egeo que concentra en sus 35 km 2 un poco de todo lo que nos atrae del archipiélago y permite, con pocas millas de navegación, acercarse a Lipsí, Arkí o Maratzos otras tres pequeñas joyas del islario.

Prosigo con otro capítulo del libro, ya que en esta ocasión no fondearé en otras islas citadas por Badosa como Kos, Kalimnos o Rodas. Esa es una de las ventajas del Dodecaneso, tiene tantas islas habitadas (más de 20), que permite recorrerlo varias veces sin repetir casillas. Vuelo, ahora, con la imaginación a Creta, esa isla inmensa, comparándola con el tamaño de sus vecinas del Egeo, que encierra si sabes buscarlos muchos secretos por descubrir. Me detengo en un poema cuyo origen me comentó Badosa y que hay que poner en el contexto de los años 70's en la profunda Creta y teniendo en cuenta el papel de la mujer en aquella sociedad ancestral: "La tejedora María"

"¿Egó?", yo en griego, dice la mujer ante esa muestra de cortesía del poeta que la invita a cruzar la puerta antes que él, después de visitar su telar, a lo que ella no estaba en absoluto acostumbrada. Badosa fue una persona extremadamente cortés y respetuosa y nunca le vi cruzar una puerta por delante de una mujer. Me imagino la escena en un pueblo de las montañas de Creta en aquellos años y la perplejidad de la tejedora ante un extranjero que manifiesta ese respeto que "por un instante la hace libre"

Del capítulo dedicado a las Cícladas, las perlas del Egeo: "Y en el Centro las Cícladas alzadas / para llegar al centro de la luz". Islas donde los azules, los blancos y la transparencia del aire es aún más intensa, como lo es su viento "Meltemi" que blanquea el mar y hace rudo navegarlo. De este capítulo escojo su poema "Regreso a Paros"

Paros fue la tercera isla que visité en Grecia, pero las dos anteriores fueron muy turísticas. Por eso, esta fue la primera que me atrajo profundamente, cuando en la blanca y pequeña Jora de Lefkes comencé a escribir poemas sobre lo que veía y sentía. No comenté con Badosa la gestación de este poema, pero me imagino a la "Venus de Milos" volviendo a sus orígenes. El mármol de Paros es el más blanco y traslucido, y esa estatua proviene de las canteras milenarias de esta isla. Me imagino a Enrique sentado en un café en la orilla del mar en Parikia o Naussa, deslumbrado por la luz y los azules, e imaginando como toma vida esa maravillosa venus, que hoy tenemos que contemplar encerrada en un museo, tan lejos de donde nació y donde convivió con la cultura griega y este maravilloso entorno.

Del capítulo dedicado al Peloponeso escojo "Atardece en el templo de Bassae"
Te sustentan y aploman gavilanes,
eres casi de niebla endurecida
y de la piedra rota de tormenta,
abismo alzado de columnas grises,
sencilla perfección de lo solemne
y con algo sabido de familiar y abrupto,
qué ausente de la mar está tu altura,
cómo se echa de menos aquí el mar,
acumulas silencio, hablemos bajo,
los vientos soterraños ya se acercan,
grietas de oscuridad abren el aire,
por qué resuenan pasos si aquí ya nadie pasa,
el pavor aproxima
la luz para la muerte.

Yo también visité el templo de Bassae al atardecer e impone su situación en lo alto de una montaña en una zona deshabitada a más de 1.100 metros de altura en el centro del Peloponeso, lejos del mar. Se construyó en el siglo V a.C. y destaca por tener columnas jónicas, dóricas y corínticas. Dicen que su buen estado de conservación se debe a lo alejado y desconocido de su ubicación. La lectura previa de este poema fue lo que me impulso a visitarlo, desviándome de mi ruta en un viaje por esta península del sur de Grecia.

(...) Se tocaba con gorra de marino,
como un buen capitán de mananti
les
seguro de su mando sobre tanta belleza.
Por eso ha sido escrito el Partenón
con la más bella tinta de la tierra.
Recordando a Enrique Badosa Por esto se ha labrado el pensamiento
en la piedra más sabia y perdurable.
Por eso estás hablando en lengua libre. Su rostro era una arruga cubriendo una mirada.
Abrió el hatillo parco y extendió poco a poco
las aceitunas negras de hueso puntiagudo,
y el trozo de qué pan y de qué trigo.
Para la sed, el agua.
Me miró natural, y con la mano
me condujo los ojos a las frugalidades.
No dijo nada más.
Nunca el griego fue lengua tan hermosa.

Badosa dedica dos poemas de su capítulo Península a Delfos, una al conjunto de templos y al oráculo, centro del universo griego, y otro a la próxima fuente de Castalia. Jorge León Gustá ya ha citado la primera parte de este poema sobre la fuente, que se refiere a la descripción del lugar, pero a mí me interesa la segunda, que recuerdo que Badosa me comentó con más detalle, cuando se encuentra con un pastor que comparte con él su frugal comida:

Esta estructura de poema une la descripción inicial del lugar con la final del personaje que aparece, dándole vida y aproximándonos a su cultura. Badosa, que hablaba bien griego clásico y moderno, no precisa de palabras para que le ofrezcan compartir el pan y las aceitunas negras del pastor. Hablando de comida griega, no puedo dejar de recordar que al final de uno de mis viajes a Grecia, pedí a la dueña de una pequeña taberna, muy buena cocinera, que me preparase una cena para cuatro. Envasada en recipientes de plástico, viajó dentro de una maleta facturada hasta Barcelona, donde con Enrique y dos amigas, también devotas de Grecia, la disfrutamos esa misma noche junto con vino blanco griego. Dos pueblos que comen y beben lo mismo y que están bañados por el mismo mar tienen que tener necesariamente mucha proximidad.

Y por último para despedir a Enrique Badosa y a este magnífico libro, qué mejor que su poema "Salamina", grabado en mármol en su homenaje en una placa en esa isla griega cercana a Atenas. En ella se desarrolló la célebre batalla en la que los griegos derrotaron a los persas y consiguieron mantener su civilización de la que emana la nuestra:

Cierro el libro que me ha acompañado en esta travesía por el Dodecaneso, ampliada de forma imaginarias por otras zonas de Grecia, y recuerdo al amigo, al poeta y a la magnífica persona que nos ha dejado. Su obra permanece, pero nos falta su palabra que tan bien nos acompañó en charlas, reuniones literarias y cenas en las que Grecia siempre estaba presente. Descanse en paz en el Parnaso.

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