Por las vueltas de la vida laboral, tuve el placer de conocer a Gustavo Demarco, economista, hoy trabajando en las oficinas en Estados Unidos del Banco Mundial. Gustavo, como buen cordobés, es un excelente contador de anécdotas graciosas, insuperable narrador en las reuniones informales. Dueño de una gran cultura, su gran pasión es la ópera en la que puede decirse, sin temor a pecar de exagerados, que es un auténtico experto.
Hace unos años, en sus correos electrónicos conjuntos a los varios amigos que había hecho en Argentina, Gustavo nos contó cómo conoció a Evelyn Lear, una excepcional soprano neoyorquina de fama mundial, que localizó viviendo en su ciudad de residencia. En ese momento, lo alentamos a publicar sus charlas con esa gloria del canto lírico, pero Gustavo prefirió abstenerse respetando, con discreción, la confianza otorgada por la cantante.
Evelyn Lear falleció el primero de julio de este año. Gustavo nos recordó, en otro correo electrónico, los últimos días de la soprano. Y se renovó el pedido, por parte de “Libreta Chatarra”, de publicar esos escritos, intercalados con las grabaciones de las actuaciones de Lear que hemos podido encontrar en la red.
En este caso, Gustavo aceptó. “…ahora si creo que se puede publicar esta historia. Ya no siento cargo de conciencia por ello. Y creo poder contribuir humildemente a mantener viva la memoria de una gran artista”. Con ese objetivo en mente, publicamos, en dos entregas, las notas de Gustavo Demarco sobre Evelyn Lear. Espero que lo disfruten, como lo disfrutamos nosotros y que sirva para conocer, aquellos que no la conocíamos, el arte de esta excepcional cantante.
Evelyn Lear: una pasión musical
Durante una gran crisis económica como la actual es difícil que algún sector no se vea sacudido tarde o temprano, y la cultura no es una excepción a la regla. No me extrañó pues leer en noviembre de 2008 una nota que informaba sobre la quiebra de la ópera de Baltimore. Yo estuve en esa sala un par de veces, y aunque mi vínculo con ella no era muy estrecho, por supuesto que la noticia me afectó. La nota incluía una serie de referencias sobre la historia del teatro, incluyendo el dato desconocido para mí, de que la gran soprano Rosa Ponselle, una de mis grandes favoritas, lo había dirigido durante varios años luego de su retiro de la escena. Seguía a continuación, una declaración de pesar de Evelyn Lear, una soprano norteamericana de actuación destacada en los 60s y 70s residente en el área de Washington, concretamente en Rockville. Este dato también era desconocido para mí, y mi curiosidad dio origen a una historia peculiar.
Me topé por primera vez con el nombre de Evelyn Lear hace más de treinta años. Puedo incluso precisar que fue en el año 1977. Estudiaba diariamente con mi amiga Fanny, una gran melómana junto a quien disfruté alternando áridas lecciones de microeconomía neoclásica y economía del bienestar con estimulantes discusiones de aficionado sobre literatura universal y música clásica. Entre otros géneros musicales, Fanny era devota de la música barroca, y con ella escuché por primera vez una serie de grandes obras. Luego de unas cuantas horas de inmersión me convertí en devoto del género. Dos grabaciones dejaron en mí un sello imborrable: el “Stabat Mater” de Pergolesi, interpretado por Teresa Berganza y Mirella Freni, y la “Pasión según San Juan” de Bach, dirigida por Karl Richter. La primera es una obra íntima para dos voces solistas e instrumentos de cámara; la segunda, un gran oratorio para conjunto vocal y orquestal, pero ambas de un dramatismo intenso.
La grabación de la Pasión según San Juan de Richter, además del notable director, incluía un elenco estelar: Hermann Prey, Ernst Haefliger, Evelyn Lear y Herta Topper. Esta grabación me acompañó durante muchos años, y aunque también escuché otras buenas ediciones de la misma obra, ninguna logró desplazarla del lugar de privilegio.
la pasión según san juan (johann sebastian bach – dirigida por karl richter)
La noticia de la proximidad geográfica de la señora Lear provocó mi curiosidad al punto de llevarme a hacer algo que nunca antes había hecho: tratar de establecer un contacto personal con una gran figura de esas que se ven allá arriba, lejos, en el escenario.
En realidad nunca he visto a Evelyn Lear en el teatro. Ella se despidió del Metropolitan Opera House de Nueva York en 1985, cantando el rol de la Mariscala del Caballero de la Rosa bajo la dirección de James Levine. Yo conocía sólo por lecturas el dato de que había interpretado con éxito el mismo rol en el Teatro Colón en 1978, y bastante antes de ello, en 1965, había impresionado al público de Buenos Aires con una magnífica interpretación del difícil papel de Lulú, en la ópera homónima de Alban Berg. Pero esto era para mí historia de libros; en esos años el Teatro Colón era un espacio mítico, un lugar que excitaba mi imaginación sin atreverme a vislumbrar que con el tiempo me convertiría en un asiduo visitante.
Además de la Pasión según San Juan, también había escuchado otras grabaciones de Evelyn Lear tales como la histórica “Flauta Mágica” de Mozart, dirigida por Karl Böhm e interpretada por un elenco multiestelar que incluía, además de ella, al magnífico Fritz Wunderlich, a Dietrich Fischer-Diskau, y a Franz Crass (el más impresionante Sarastro de toda la discografía).
Busqué información en Internet y encontré la manera de contactarme con Evelyn Lear por e-mail. Le escribí lo siguiente:
Estimada Señora Evelyn Lear,
Mi nombre es Gustavo Demarco. Soy argentino y fanático de la ópera. Vivo en Rockville, Maryland, desde 2003, e incidentalmente leí que entre mis vecinos hay una famosa y distinguida dama llamada Evelyn Lear. El lugar de residencia, sin embargo, no es lo más importante que tenemos en común usted y yo.
Asisto regularmente a la temporada de la ópera de Washington, y en la medida de lo posible, al Metropolitan Opera de Nueva York. En algunas ocasiones estuve también en la ópera de Baltimore, lamentablemente cerrada ahora. Viví diez años en Buenos Aires, y allí disfruté de formidables temporadas en el Teatro Colón. Lamentablemente nunca he podido escucharla a usted en vivo. He leído sobre su excelente Mariscala y una memorable Lulú en el Teatro Colón de Buenos Aires, pero en los años en que usted visitó la Argentina yo vivía en el interior del país, lejos de la capital. Sin embargo, admiro su talento y he disfrutado de su canto en algunas de sus más famosas grabaciones: “La flauta mágica” de Böhm, "El Caballero de la Rosa", de Waart... y sobre todo “La Pasión según San Juan” de Bach conducida por Richter.
Esta última grabación es particularmente querida para mí. La escuché por primera vez cuando era muy joven, en los años 70. La obra me impactó e inmediatamente me enamoré perdidamente de ese monumento musical. La he escuchado un centenar de veces. Cuando me puse de novio con mi esposa (con quien estoy casado desde hace 27 años), ella me escuchaba hablar con tanta pasión de “esa pasión” que la eligió como su primer regalo de navidad. ¡No pudo haber elegido un regalo mejor!
Esa grabación es parte de mi vida. Todavía conservo la caja de LP que mi esposa me regaló, aunque por cierto ahora la tengo también en CD y en mi Ipod.
En varias ocasiones he discutido con amigos melómanos acaloradamente acerca de la superioridad dramática de la “Pasión según San Juan” de Bach, respecto a la más espectacular y popular “Pasión según San Mateo” del mismo compositor. Todavía no sé cuánto de mi argumento se debe a la asociación con la grabación de Richter en particular. He escuchado también otras muy buenas, pero ninguna se compara con ella.
morgen (richard strauss)
Le estoy agradecido por tantos años de placer. No soy artista ni músico, pero entiendo que a los cantantes les agrada escuchar esto de sus admiradores. Por eso me he atrevido a escribirle este mensaje. Lamento no haber podido enviar también una nota de agradecimiento a su fallecido esposo, Mr. Thomas Stewart, cuya excelente interpretación de Hans Sachs en una grabación en vivo conducida por Rafael Kubelik (Munich, 1967) también ocupa un lugar querido entre mis preferencias.
Espero tener ocasión de encontrarme con usted en persona. Viviendo en la misma ciudad, confío en poder verla en ocasión de alguna función en el Kennedy Center, en Strathmore o, quién sabe, en algún otro lugar.
Le deseo feliz navidad y un muy buen año 2009!
Atentamente,
Gustavo Demarco
Pocos días después recibí la siguiente respuesta:
Estimado Sr. Demarco,
Me emocionó mucho su correo electrónico; como usted dice, a los artistas siempre nos alegra escuchar a gente como usted que expresa su placer por nuestro arte.
Mi teléfono celular es XXXXX. Por favor tenga la libertad de llamarme y tal vez usted, su esposa y yo podemos encontrarnos para tomar un café.
Le deseo muy felices fiestas. Saludos
Evelyn Lear
La llamé por teléfono, y luego de algunos intentos, me invitó a que la visitáramos. Compramos un ramo de rosas y partimos a la aventura. Nos había citado en un club privado del cual ella es miembro, pero esa noche hubo un desencuentro. Me llamó al club compungida, diciendo que no encontraba las llaves de su auto. Me dio la dirección de su casa, donde me esperaba con tres CDs de regalo, pero esa noche no hubo tiempo de conversación.
Dos días más tarde, Susana y yo fuimos a su casa. Encontramos a una señora mayor que bien podría pasar por una abuelita de libro de cuento. El refinamiento de quien frecuentó los escenarios de la Ópera de Viena contrastaba con la sencillez de esa buena señora que nos recibió amablemente en su casa como si nos conociera desde hace mucho tiempo.
La casa tenía la marca de fuego de la profesión de su ilustre propietaria. Un piano de cola presidía el amplio living; posters de sus actuaciones en La Scala de Milán, paredes abigarradas de grabados y fotografías de ella y su esposo, el notable barítono-bajo Thomas Stewart, fallecido dos años atrás. Sólo un cuadro familiar, una composición que incluía a sus dos hijos, y dos nietos a quienes, con atisbos de lágrimas en los ojos, se lamentó de ver con muy poca frecuencia.
la ci darem la mano (don juan)
Brindamos por el año nuevo con bordeaux francés que me invitó a descorchar en la cocina de su casa, y siguió una conversación que fue más una entrevista de aficionado que un diálogo. Era la primera vez que me encontraba así, frente a frente, con una artista de su talla, y las preguntas surgían a borbotones:
-Usted trabajó bajo la dirección de grandes batutas de siglo XX, como Karl Böhm, Richter, Carlos Klieber, Levine… Cómo fue su relación con los directores de orquesta?
-En general, los directores de orquesta no son agradables con los cantantes; siempre demandan más y no ven más allá de sus propios objetivos. Karl Böhm, con quien canté en muchas ocasiones, era la antítesis de la amabilidad, al igual que ambos Kleibers (padre e hijo). Levine, en cambio, es diferente: él quiere a los cantantes y trabaja con ellos.
-Sin embargo, leí en una entrevista a Karl Böhm que justificaba su famosa tendencia a los “tempi” lentos en la necesidad de dar tiempo a los cantantes para articular bien los textos.
-No creo que esa fuera la razón. Él no se preocupaba por los cantantes; sólo pensaba en sus propios objetivos. A los cantantes no siempre los beneficia cantar con tiempos lentos: esto les impone un manejo de la respiración mucho más difícil.
-Entre sus grabaciones, hay algunas que ocupan un lugar de oro en la historia de la discografía. ¿Usted tenía conciencia, en el momento de realizarlas, que algunas de ellas quedarían para la posteridad?
-No, nunca. Las grabaciones se realizaban a menudo en medio de otros ensayos o actuaciones; nunca sabíamos siquiera si llegarían al público algún día. Como artistas, teníamos una visión más inmediata de la relación con el público. Simplemente esperábamos que alguien apreciara nuestro arte. A veces las grabaciones se realizaban en condiciones que distaban de ser ideales. Por ejemplo, cuando grabamos “La flauta mágica”, Fischer-Diskau debía grabar un día a las 8 de la mañana. No estuvo de acuerdo, y propuso: “…que venga Frau Lear en mi lugar”. Yo no me animé a contradecir a Böhm, aunque me parecía inhumano grabar sin tiempo suficiente para hacer pre-calentamiento de la voz. Hice dos intentos con el aria “Ach, ich fuhl’s” pero no salió bien. Un ingeniero de sonido se compadeció de mí y me encontró un lugar alternativo en la agenda de grabación al día siguiente, al mediodía. Esta tercera grabación es la que quedó plasmada en el disco.
(Confieso que la última respuesta me decepcionó un poco, pero esa declarada supremacía del hecho teatral sobre las grabaciones en estudio y esa necesidad del artista de una relación íntima con su público, reafirmaron mi preferencia por las grabaciones “en vivo”, aunque ello conlleve un sacrificio en términos de calidad sonora).
Ach, ich fühl’s (la flauta mágica)
-Usted cantó junto a grandes artistas como Wunderlich, Fischer-Diskau, Prey, Schwarzkopf. ¿Eso le imponía más presión a su trabajo? ¿Se sentía más distendida cuando cantaba con elencos menos “ilustres”?
-Oh, no, siempre preferí cantar con los mejores artistas. Me sentía muy apoyada por algunos de ellos; en realidad mucho más que por los directores. Wunderlich, por ejemplo, era un gran compañero de trabajo; aprendí mucho de él, y él también decía haber aprendido conmigo.
-Durante su carrera usted cantó papeles tan disímiles como los tres personajes femeninos de “El caballero de la Rosa”, Lulú o la viuda alegre. ¿Qué criterio seguía para elegir su repertorio?
-No siempre pude elegir los papeles que quería cantar; con frecuencia debía responder a los requerimientos o sugerencias de algún director.
-¿Cuánto tiempo le llevaba aprender un rol nuevo?
-Muy poco. Tenía una gran capacidad para aprender los papeles en corto tiempo.
-¿Aprender un papel nuevo en corto plazo le reportaba ventajas respecto a otras colegas?
-Si, cuando Kleiber me llamó para cantar la Mariscala en la Scala de Milán, él había elegido previamente a Gundula Janowitz, pero ella no aprendió el libreto. Además no tenía la personalidad para caracterizar a ese personaje, y por eso el director me eligió a mí.
-¿Cuando preparaba sus personajes nuevos, escuchaba las grabaciones de otras colegas en el mismo rol?
-Siempre traté de evitarlo. Yo quería hacer mi propia caracterización. Por supuesto, había escuchado y disfrutado de las grabaciones de grandes artistas como la mariscala de Lotte Lehmann, pero nunca traté de tomar algo prestado de esas grandes interpretaciones.
-Aparte de Lehmann, ¿qué otras colegas interpretaron ejemplarmente los papeles que usted también cantó?
-Elizabeth Schwarzkopf fue una excelente cantante y una bellísima mujer. Su actuación era un poco afectada, pero ello no le restaba méritos. Yo canté el papel de Octavian junto a ella y aprendí mucho de ella; era una excelente compañera de trabajo. Régine Crespin fue apreciada por muchos en el papel de la mariscala, pero su interpretación fallaba; no lograba meterse en la piel del personaje; su personalidad era fría, distante. Entre las cantantes contemporáneas, respeto mucho a Renée Flemming; es una excelente cantante y tiene una gran calidad humana. Ella se ha acercado a pedirme consejos en alguna ocasión.
-¿Cómo fueron sus experiencias en el Teatro Colón de Buenos Aires?
-Para un cantante lírico hay dos cuestiones fundamentales: la acústica del teatro y la calidez del público. En ambos aspectos, el Teatro Colón está en el más alto nivel en el mundo. Ésta es una cuestión que he discutido con mi esposo, y ambos coincidíamos al respecto. La acústica de la sala es impresionante: no hay rincón donde no lleguen los sonidos con toda perfección. El público me trató con mucha calidez, no sólo durante la actuación. A la salida del teatro había fans esperándome; recuerdo que una señora quería cortar un mechón de mis cabellos para llevar como recuerdo. A mí esto no me molestaba, todo lo contrario, me hacía sentir halagada.
-Es cierto que el público del Colón es muy emocional; pero así como ovaciona puede abuchear…
-El abucheo es una experiencia muy traumática, pero por suerte a mi no me ocurrió muchas veces. Recuerdo una vez en Francia, y entonces no sentí que fuera por la calidad de mi canto. Ellos querían a Pilar Lorengar en mi papel, y el director me eligió a mí. Yo lo sentí como una cuestión de preferencia del público; ¿qué podía hacer yo?. Sin embargo me afectó. El público francés no era afectuoso como el de Buenos Aires. Por ejemplo, ¿a quién abuchearon en Buenos Aires?
-Hubo un caso famoso en 1965, el mismo año en que usted triunfó con Lulú: Giuseppe Di Stefano. Tuvo que cancelar todas sus actuaciones después de la primera función. Fue una pena; estaba en el ocaso de su carrera.
-Di Stefano tenía una mala técnica de canto.
donde lieta usci (la boheme)
-¿Cuánto tiempo pasó en Buenos Aires? ¿Qué otros recuerdos tiene de la ciudad?
-En el 78 pasé dos meses allí. Disfruté de la ciudad, pero hay dos detalles que recuerdo bien. Una es la particular pronunciación de los argentinos; las lecciones de español que mi esposo y yo tomamos en las academias “Berlitz” no alcanzaron para aprender cómo pedir “una toalla” con acento argentino. Otro detalle que recuerdo con precisión es la abundancia de veredas rotas. Las han arreglado ya? (risas)
-Creo que no. O tal vez arreglaron unas y se rompieron otras. (Risas). ¿Cómo se organizaba la vida familiar cuando tanto usted como su esposo pasaban tanto tiempo viajando?
-Fue una vida dura. A veces mi esposo y yo no nos veíamos durante diez semanas. Tratábamos de que al menos uno quedara en casa con los chicos, pero la mayor parte del tiempo ellos estaban bajo el cuidado de una niñera. Tal vez sea por eso que ellos hoy no se acercan a mí más a menudo.
(a manera de consuelo) … O tal vez ellos la tienen presente más de lo que usted piensa a través de sus grabaciones.
-No lo creo; nunca les interesaron. No sé si quiera si las conocen.
-(Cambio de tema). Muchos cantantes exhiben entre sus antecedentes el nombre de sus maestros. ¿Quién cumplió ese rol en su caso? Su madre era cantante también; ¿cuánto influyó ella en su carrera?
-Mi madre no era cantante profesional; yo no aprendí con ella. Creo que ella estaba incluso algo celosa de mi carrera. Mi educación formal fue en la Julliard School de Nueva York. Allí conocí a Tom y pensé: “quiero que este hombre sea para mí”. Durante mi carrera no tuve maestros; me preparaba sola.
-Actualmente sigue cantando, aunque sea para usted misma?
-No, dejé de cantar cuando me retiré de los escenarios. Ahora no cantó ni siquiera bajo la ducha. Desde mi retiro me he dedicado a la enseñanza o a las clases magistrales. En la actualidad dicto clases de canto en la Universidad de Maryland.
-Si volviera a nacer, ¿elegiría ser cantante?
-Nunca me hicieron esa pregunta. Tengo que pensar la respuesta. En su próxima visita se la contesto.
En el mismo íntimo rincón de su cocina nos invitó a ver un video con arias de su excelente interpretación del Cherubino de las “Bodas de Fígaro” en la Ópera de Viena en los años 60 (hecho novedoso para mí y remarcable que en los comienzos de su carrera hubiera triunfado en un rol de mezzo-soprano).
Luego me llevó a su discoteca. Me preguntó qué grabaciones de ella yo no tenía. Me resultó embarazoso responder y me mantuve en discreto silencio. Sacó una caja de LP de Wozzeck (Fischer-Diskau y Lear), y otra de Rosenkavalier (dirigida por de Waart) y me las dio. Ajeno ya a todo temor de caer en la vulgaridad y el lugar común, le pedí que me las autografiara, lo que también hizo con otras dos grabaciones que yo había traído conmigo: la caja de LP de la famosa “Pasión según San Juan” que me regaló Susana en la lejana navidad del ’80, y la “Flauta Mágica” de Böhm (la de la grabación de las 8 de la mañana).
wozzeck (alban berg)
Hablamos de otras grabaciones de ella, y me confesó que desconocía que la Pasión según San Juan de Bach se hubiera editado en CD. Tampoco sabía de un DVD producido por EMI, en el que ella y su marido interpretan el Réquiem Alemán de Brahms dirigidos por Richter (aunque sí recordaba muy bien las circunstancias de esa actuación). Se quejó de las casas editoriales, que se olvidan de los cantantes y ni siquiera les envían copias de lo que producen. Le ofrecí mis copias. Me dijo que no, que las reclamaría a los sellos discográficos, pero me agradeció el gesto con un abrazo.
Fui a visitarla movido por la curiosidad y el fanatismo. Esperaba encontrarme una gran artista en el ocaso, tal vez más nostálgica que la mismísima Mariscala a la que tantas veces interpretara. La conversación sobre temas más triviales reveló una personalidad alejada del estereotipo, una mujer que a sus ochenta y tantos lucha contra la soledad con notable energía y una coquetería de asombrosa simpleza (“¿verdad que aparento menos años de los que tengo?”; “quiero conocer un hombre maduro, no importa que no sepa nada de música ni hable inglés, pero tiene que ser apuesto y tener buen sentido del humor; si conocen alguno preséntenmelo, pero no le digan mi edad”).
song of the arrow (reuben reuben)
Cuando nos despedimos, nos pidió que volviéramos. Prometí llamarla al regresar de mi próximo viaje. A pesar de su negativa, pienso llevarle entonces copias de las grabaciones que ella no tiene, mientras espero su respuesta a mi pregunta sobre la vuelta a la carrera artística en una utópica nueva vida.
(2008)
(continúa mañana)