Tony Scott resultaría un realizador de lo más interesante y eficaz si no le diera por ponerse en plan “triposo” torturándonos con su inagotable y cansino repertorio de mareantes e innecesarias filigranas con la cámara que lo único que consiguen es aturdir al pobre espectador, algo que, por desgracia, últimamente es una práctica demasiado habitual en su modus operandi. Pero os seré sincero, yo a este tío se lo perdono absolutamente todo porque en el año 1993 nos brindó una de las mejores y más inteligentes películas de “acción” de los últimos 20 años–que no es moco de pavo–. Evidentemente me refiero a ‘Amor a quemarropa’ (True Romance). Una gozada de film que no tiene ni un solo detalle desperdiciable.
Seguramente uno de los puntos fuertes de esta gran película lo encontraremos en el brillante y locuaz guión, repleto de ingeniosos e hilarantes diálogos–marca de la casa–,escrito por un neófito Tarantino, que se muestra en estado de gracia,más suelto y “sembrao” que nunca. Por cierto, el bueno de Quentin cobró por este guión la “ridícula” suma de 5000 dolares.
Pero otorgarle todo el mérito de la incuestionable calidad de este film al guión sería del todo injusto, pues ‘True Romance’ tiene virtudes para dar, vender y regalar. Sin duda alguna, una de las señales de identidad de esta obra y uno de los muchos motivos por los cuales este film resulta tan redondo es el gran trabajo que realizan todos–y cuando digo todos quiero decir todos–los interpretes: Gary Oldman está sensacional, Patricia Arquette nos brinda las pinceladas necesarias de belleza, sensualidad y ternura, Brad Pitt–en un papel breve pero resultón — actúa de alivio cómico, incluso Christian Slater con lo limitadito que es cumple como un campeón. Pero si hay dos interpretes en este film que merecen ser encumbrados a lo más alto, esos dos actores son sin ningún atisbo de duda Christopher Walken y Dennis Hopper. Estos dos monstruos, a pesar de no gozar de demasiados minutos en pantalla, nos obsequian, como aquel que no quiere la cosa, con una de las escenas más emblemáticas, apasionantes, profundas, trágicas, hipnóticas y memorables del cine contemporáneo. Y no, no estoy exagerando para nada al regalar semejantes adjetivos, esta antológica escena tiene todo lo que hay que tener para emocionar y cautivar por completo al espectador. Es un alarde de talento por parte de un sorprendentemente motivado Tony Scott, que seguramente se ve contagiado y embelesado por la espontánea e inevitable química que nace entre Walken y Hopper.Y si a un conjunto de genialidades encontradas le añadimos la locuacidad–en este caso más sagaz y contenida de lo habitual en él– de Quentin Tarantino, el dramatismo de los acontecimientos que se narran, y el tan desconcertante como coherente acompañamiento musical del tema ‘Dúo de las Flores’ de la ópera Lakmé creada por Léo Delibes ¿Qué tenemos? Pues un regalo para los sentidos, una genial escena tan brillante que es capaz por si sola de engrandecer a un film. Pero dejémonos de insulsas palabras, es mejor que lo disfrutéis como verdaderamente se merece.Bon apettit.
Sayonara.