Todos hemos tenido alguna vez algún despiste o algún olvido, que no lleva a decirnos "¡qué despistado soy!"
Sin embargo, conforme nos hacemos mayores comenzamos a preocuparnos en exceso, en muchas ocasiones por el mismo tipo de despistes que habíamos tenido hasta ahora. Nos puede surgir la duda de si estaremos perdiendo memoria.
¿Cómo saber si un despiste u olvido es benigno? ¿Cómo saber si debemos empezar a preocuparnos?
En la mayoría de los casos podemos salir de dudas aplicando una única regla clave:
cuando olvidas, ¿recuerdas que has olvidado?
Aunque parece un trabalenguas, es una forma sencilla y rápida para salir de dudas, para saber si debemos o no preocuparnos.
Pongamos un ejemplo: cuando te vas a duchar te quitas el reloj para no mojarlo; cuando sales de la ducha pueden pasar 3 cosas:
- Que cojas el reloj donde lo habías dejado y te lo pongas.
- Que no recuerdes dónde lo has puesto y comiences a buscarlo.
- Que no te pongas el reloj y no te acuerdes más de ponerlo.
Sin embargo, si salimos de la ducha y no nos volvemos a acordar de que llevábamos reloj o de que hemos olvidado ponerlo, entonces podemos pensar en un posible problema de memoria.
En estos casos, la memoria puede fallar bien en el mecanismo que se encarga de codificar la información (guardarla), bien en el que recupera esa información guardada. En el primer caso no podemos recordar porque nuestra memoria no ha guardado esa información, en el segundo porque aunque la tenemos guardada no podemos acceder a ella (facilitándonos mucha ayuda las pistas).
Cuando se trata de olvidos benignos (cuando nuestra memoria no falla), lo que probablemente esté ocurriendo es que no nos hemos fijado lo suficiente (no hemos prestado atención) como para poder recordar después la situación.
Para recordar algo primero debemos prestarle atención, sino nuestro cerebro no lo "guardará".