Me acuerdo de cuando perdí la voz, de la impotencia por hacerme escuchar y de los meses de angustia y pruebas médicas.
Recuerdo que volvió sola. Tal como se fue, vino, como la wifi de Enjuto Mojamuto.
Me acuerdo del ataque de apendicitis, justo la noche que llegué con Albert al camping de Bielsa. Al día siguiente me operaron en el hospital de Barbastro. Recuerdo respirar hondo la anestesia; a la tercera inspiración, desperté en la sala de reanimación.
Me acuerdo de la alegría con la que recibí a María, a pesar de estar hecho un trapito con patas, como dice ella, y de que al reír me dolía el abdomen. Recuerdo que también vino a verme Miguel y, claro, me hizo reír.
Me acuerdo de la cara que puso la cirujana al decirle que cuando me diera el alta me volvería al camping.
Me acuerdo de Miguel (otro Miguel), Gori y Esther, de lo majos que fueron cuidando de Albert esos días. Muchísimas gracias, amigos.
Recuerdo que unos días después celebramos la XII Muestra de Cine de Ascaso y que, aunque renqueante, disfruté de compartir la experiencia por primera vez con mi hijo. Recuerdo que todos quedaron encantados con él, y que él, el único chaval del clan, lo pasó genial.
Me acuerdo de María, a todas horas, y de su perrita, Alma, que estoy seguro de que cualquier día se arrancará a hablar. Recuerdo que nos conocimos en diciembre de 2022, en Gijón, y que desde entonces hemos compartido momentos inolvidables, en Zaragoza, en Madrid, en Barcelona, en Segovia, en Valencia, en Bielsa, en Asturias, en Toledo… Me acuerdo de los primeros paseos por Toledo, en Semana Santa. Ella ha sido la mejor guía para conocer una ciudad preciosa y su entorno.
Me acuerdo del fin de semana en Mascaraque, su pueblo, y de lo emocionante que fue impartir allí los talleres de RecoLectores, el proyecto de Atrapavientos para el fomento de la lectura y la escritura en el medio rural. Recuerdo el entusiasmo de la gente que participó y, sobre todo, el de Vero, la superbibliotecaria del lugar. Recuerdo que el pobre Jorge acabó enfermo, tumbado en un banco, después de la paliza de viajes que se había pegado durante todo el mes: Zaragoza-México-Zaragoza-Toledo.
Me acuerdo de las vacaciones en Asturias, en la casa de Berodia que nos prestó Bego. Me acuerdo del fin de semana en Proaza, en la casa de Mónica, “la vikinga”, y de los días que pasamos unas semanas antes en su piso de Gijón, también con Marco. Me acuerdo mucho de la familia asturiana y de lo avasalladoramente hospitalarios que son en aquella maravillosa tierra.
Me acuerdo también de la familia maña, la de Ascaso, claro, y la de Zaragoza, la que está loca por las historias, la que hace posible que Atrapavientos siga creando genialidades como LuchaLibro. Recuerdo que en la final de septiembre ocho jóvenes que escribían textos improvisados atrajeron a doscientos entusiastas espectadores.
Me acuerdo de la presentación de mi novela en Barcelona junto a Rosa Maria Calaf. Tengo que repetírmelo una y otra vez para asegurarme de que fue real: Rosa Maria Calaf presentó mi libro dos días después de regresar de su larguísimo viaje en coche por Arabia Saudi. Recuerdo que yo llevaba puesta la camiseta de Pulp Fiction que compré en Toledo, en la que aparecen John Travolta y Uma Thurman en la famosa escena del baile, y que Rosa se presentó con unos pendientes clavaditos: John Travolta en una oreja y Uma Thurman en la otra.
Me acuerdo de todos los amigos, familiares y compañeros de trabajo que me acompañaron, también en las presentaciones de Badalona, Caldes de Montbui y Madrid. Qué majos son todos, qué suerte tengo.
Me acuerdo, claro, de la fecha en que Días de arañas, buitres y ovejas llegó a las librerías: el 13 de abril. Recuerdo el meticuloso proceso previo junto a mi editor, Cristian Velasco, y el interés que mostró en todo momento por lanzar al mercado el mejor libro posible. Recuerdo lo contento que me puse cuando lo tuve entre mis manos.
Me acuerdo de todos los viajes, las ferias del libro, las charlas con otros compañeros escritores, las opiniones de lectores, las visitas que recibí en Sant Jordi… Recuerdo con una sonrisa de oreja a oreja mi participación en la Feria del Libro de Madrid, junto a María, claro, en la caseta de esa odisea que es Odisea Espacio Cultural, siempre agradecido a María Jesús y Alberto, y me acuerdo de todos los amigos que vinieron a verme (con mención especial al clan de Ascaso).
Me acuerdo del abrazo de oso con Mar, la mejor seño de los cuentos del mundo, poseedora de una sonrisa malagueña que, sin duda, se encuentra entre las cinco más luminosas del universo.
Me acuerdo de que, a punto de cerrar el chiringuito, me encontré con Víctor del Árbol y, claro, no tuvo más remedio que comprar la novela, por fin publicada, de la que le había hablado cinco años antes, durante el Congreso de Escritores de Gijón.
Me acuerdo del podcast de Vivir del cuento en directo, prácticamente improvisado, junto a Robert y Lucía en la Vila del Llibre de Sitges. Recuerdo también el loco “debate electoral” que organizamos con la excusa de hablar de nuestras novelas. Me acuerdo de que Robert presentó la mía en Badalona y de que yo le devolví “el favor” en Terrassa. Qué bien lo pasamos confabulando locuras (audio)literarias.
Recuerdo la fiesta del 50 aniversario de casados de mis padres, el 15 de agosto en su casa de Montbarbat. Me acuerdo de toda la gente bonita que vino y de lo bien que lo pasamos, todos, pero sobre todo ellos.
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Recuerdo lo emocionante que fue presentar Sigue viva mi candela, el poemario de mi padre en el que estuvimos trabajando durante meses como regalo para mi madre. Al final no fue una sorpresa para ella, pero sí para los invitados. Recordaré siempre la alegría de mis padres al hojearlo. Un libro, y más si recoge algo creado por uno mismo, siempre tiene ese poder.
Me acuerdo de cada excursión por la montaña. Han sido unas cuantas este año, en mi amado Valle de Pineta y en otros parajes espectaculares. Recuerdo especialmente la aventura en el entorno de la Selva de Oza y cómo, cuando creía que me había perdido entre la niebla, apareció a mis pies el alucinante paisaje que dibuja el río Aragón Subordán en el valle de Aguastuertas. Me acuerdo también del cresteo desde el Pic Bastiments hasta el del Infern, de las vistas maravillosas y del largo descenso hacia Vallter, caminando boquiabierto entre manadas de sarrios/isards.
Me acuerdo (pero casi lo olvido) de la mudanza. Esta vez, casi cuatro años después. Estoy muy a gusto con Raquel y su familia de vecinos, pero es que las mudanzas no suelen ser demasiado agradables de recordar. Aún tengo cuadros por colgar, cajas por abrir y una lámpara por poner.
Recuerdo los días en casa de mi hermano Fran en Pego y las partidas de billar con él, Albert y mi primo Javi, el “biónico por el mundo” más loco que conozco. Me acuerdo de cuando Albert era claramente más bajo que yo (sí, en 2023).
Me acuerdo del fin de año junto a María. Recuerdo su expresión feliz mientras paseábamos por Barcelona hacia el Palau de la Música, donde ella no sabía que asistiríamos al concierto de Carlos Núñez. Recuerdo sus nervios antes de conocer a mis padres y lo natural que fue el encuentro. Me acuerdo de que cerramos el año comiendo juntos las uvas.
En 2023 he acumulado muchos buenos recuerdos. En eso consiste la vida, en generar incontables momentos dignos de recordar.
Pero también me acuerdo de que ha sido el año en el que asistimos al genocidio del pueblo palestino y de que ha quedado claro que Israel puede asesinar a tantos niños como quiera sin que nadie le pare los pies, sino más bien lo contrario. Recuerdo que ha sido el año en el que los conceptos derechos humanos y derecho internacional han quedado definitivamente vacíos de contenido y, pese a que la realidad es tozuda, me sigue resultando inconcebible que aceptemos que borrar a un pueblo del mapa es normal.
Me acuerdo de que en 2023 comprendimos cómo fue posible que sucediera el Holocausto, porque está volviendo a pasar.
Me acuerdo, por último, de que ha sido otro año perdido —repleto de palabras huecas, eso sí— en tratar de ponerle remedio al cambio climático.
Recuerdo, claro, que lo que sigue dirigiendo nuestros pasos en esta vida es el mercado, y eso, cada vez más, es incompatible con la vida.