Takahiro Hara
La ciudad llueve desconsoladamente.
Luego de una melancolía previa que duró dos o tres días e incluyó lágrimas escondidas y pequeñas gotas de humedad resbalando veredas y pegoteando hojas, finalmente la catarsis explotó en una lluvia insistente y por momentos violenta.
La jornada está herida de muerte, y a los suspiros le sucedieron hipos y llantos. Las lágrimas volverán al cielo, pero no hoy.
Este día mi tienda sufre la desaparición anunciada de clientes. Mueren las horas mientras miro las esferas de papel colgadas e imagino pequeños planetas en el salón. Las constelaciones no están de mi lado, o al menos eso aparentan.
Tengo frío. La humedad me estremece. Afuera las alcantarillas se atragantan con bolas de centenares de hojas húmedas y pesadas que la corriente arrastra. Cada calle es un pequeño río sin desembocadura. El intendente no estará muy feliz con esta frase tan poética mañana por la mañana.
Adentro suena Gladys Knight, con esa voz dulce y por momentos desgarradora. También grita la campanilla de la puerta.
Entra una clienta y sé el diálogo que vamos a tener. Exactamente igual al de la primera vez que vino.
“Hace mucho que están?” Obvio que me mira y sabe que estoy yo sola.
Le contesto que hace más de dos años. Igual que la vez anterior y la anterior de la anterior.
No soy la misma. La primera vez le tuve cero paciencia, aunque me las ingenié para que no se notara. La segunda vez dije algo como “Oh no, de nuevo no.” La tercera, la cuarta, esta última fui mejorando. Es el karma. La reencarnación misma ejemplificada en un salón amplio de una tienda natural.
Es una práctica, muy interesante por cierto, en donde tengo la posibilidad de ir repitiendo, mejorando y perfeccionando mi atención con una persona en particular.
Aún no sé su nombre. Lo sé, no es un punto a mi favor y describe un poco las falencias que tengo en la comunicación con el prójimo.
Ella no recuerda, y mis posibilidades se ven automáticamente multiplicadas. La veo esforzando sus pensamientos para que se conviertan en recuerdos, pero éstos lejos de permanecer, vuelan y desaparecen.
Recuerdos vitales del tipo qué comprar, a dónde ir o volver, buscar un teléfono, dónde está la lista. La lista no tiene ganas de jugar y aparece pronto. Puedo enumerar qué contiene mucho antes de que ella la lea. Dejo que saque el papel y escucho como si fuera la primera vez.
Takahiro Hara
Cada cosa que apoyo en el mostrador, requiere una revisión. Siento que trabajo para la NASA y revisamos con el control que todo esté en orden antes del despegue. Todo se vuelve a enumerar una y otra vez hasta que alguna cuestión ignorada por mí determina que ya está todo listo. Luego de diez o quince revisiones y de ocho confirmaciones del importe a cobrar, no la dejo gastar teléfono y le llamo a un remise.
Mientras espera el transporte y en un momento extremo de empatía y lucidez, me dice muy sentidamente que lamenta mucho que los demás tengan que soportar la innumerable cantidad de veces que ella pregunta las cosas. Atiné a balbucear que ella no tenía la culpa, mientras me preguntaba si en esos estadíos en donde la memoria empieza a irse al país del nunca jamás, sigue existiendo memoria selectiva o ésta también fallece.
Qué pasó con aquel recuerdo que viene algunos días de invierno, domingos y fiestas de guardar a cobijarnos, mientras en posición fetal lloramos asfixiando la almohada?
El remise la lleva a su casa –espero-, la música se detiene. Hay un paro declarado de tecnología junto con el aguacero y el Soul ya es música del recuerdo. Pero la lluvia no se detiene. La oscuridad impone un manto de olvido al día que muere con una noche sin estrellas.
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