Revista Motor

Recuperar las riendas

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Te compras una moto para pasear, para tranquilear. Te compras una moto para deshacerte de los residuos que te van quedando con el vivir, con el trabajar, con el ser. El ser humano se va llenando de sobras, de desperdicios, de mierda, a cada paso. Eso es propio de nuestra condición. Las actividades humanas generan basura y si no sacas esa basura fuera te conviertes en el primo de Diógenes. La mierda hay que sacarla y, para ello, hay muchas maneras. Lo que no puede ser, amigo lector, es no encontrar un sistema para echar fuera todo eso que se puede pudrir dentro e infectarnos el carácter o el espíritu. Y rodar con la moto es una buena manera de hacer esa olimpiada almática.

Te compras una moto que te gusta, o te compras la moto que puedes mientras piensas en lo que harías si pudieras. Su aspecto, su garantía, la opinión de los amigos y de los expertos. Buscas, ves videos, vas atento por la calle y un día decides. Esta es mi moto. Y vas y te la compras. Y te pones a rodar y a tranquilear y a descansar y a alejarte y a acercarte y a correr y a despaciear y a molar y a caerte y a ir y a venir. Y contemplas tu vida de otra manera. La cuidas, la vigilas, la limpias y la ensucias. Y llega un momento en el que ya no ves más. Y un día que quedas con los amigos la intercambias y se la dejas probar a otro. La moto solo se deja probar a otro si el otro es alguien bien especial porque si no, no. Bueno, pues ese día que se la dejas a un amigo ves cómo se sube, cómo la pone en marcha, oyes el sonido, ves cómo mete la primera y como sale disparada. Y tú te quedas de pie. Y es entonces, precisamente entonces, cuando ves la moto de otra manera y la descubres de nuevo. La oyes desde otro punto de vista, la ves desde otra perspectiva y aprecias cosas que, por culpa de la rutina, no percibes en el día a día. Pasa como con los hijos -con las hijas-. Las ves todos los días y cuando vas de visita a casa del tío Álvaro alguien dice: -¡Y qué mayores están! Y te das cuenta de que ellos ven lo que tú no ves.

Hoy he cambiado las ruedas de la Cabezota. Y esa rutina diaria, esa experiencia estrecha y cercana que tienes en la carretera no me dejaba ver la realidad. Sí, ves que las ruedas están gastadas pero la memoria te oculta el comportamiento de la moto entonces, cuando la compraste. Te vas acostumbrando, acompañas ese desgaste y acabas por no percibirlo, por no darte cuenta de que ir en moto es otra cosa. Y hoy me he dado cuenta de esto. He salido de Makinostra y, de pronto, en el primer metro, he percibido como ha cambiado el cuento. Agarra y frena como no recordaba que pudiera hacerlo. La vuelta a casa ha sido un baile sobre la carretera. Tengo la sensación de haber recuperado las riendas sin tener conciencia de haberlas perdido antes.

He pensado en ello y he llegado a una conclusión: todo el prestigio, toda la potencia, la presencia, el sonido, la prestancia, el torque, todo lo que la moto puede suponer, todo ello, pienso, queda entregado a los neumáticos, en este caso, a los Michelín Scorcher 31. La marca Harley-Davidson se esfuerza en hacer productos de calidad, implementando tecnología punta haciendo juego con la tradición de sus ciento y pico años, y resulta que al final, todo eso se entrega a la marca y a la calidad y al estado de los neumáticos. Hay que joderse.

Y las cosas como son: en Makinostra me han tratado como siempre: con amabilidad y profesionalidad. No se puede pedir más. Gracias!


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