La orilla – Benjamín Recacha
Lo había echado todo a perder. La había cagado bien y ya no había vuelta atrás. Cerró los ojos bien fuerte y se apretó la cabeza entre las manos, como si aquello lo fuera a llevar de nuevo justo al instante anterior a que empezara a confirmar que era un verdadero cretino. Pero no funcionó… Cuando volvió a abrir los ojos seguía sentado en la arena, en la misma playa solitaria, en algún lugar entre Málaga y Cádiz…
Hacía sólo unas horas había hecho saltar su vida en añicos y ahora se sentía más perdido que nunca. No podía regresar como si nada hubiera sucedido, pero plantearse un nuevo comienzo le producía una sensación de ahogo insoportable… “Ahogo…” Miró al mar, aquellas aguas tranquilas del Mediterráneo que chispeaban con los últimos rayos del sol de otoño… Se había quitado los zapatos. El contacto con la arena húmeda conseguía relajarlo. En aquel momento, el mar en calma arrojó una pequeña ola que logró acariciarle los pies. El súbito contacto con el agua lo rescató de aquel incipiente pensamiento funesto…
– Hola.
De repente se dio cuenta de que no estaba solo. En el agua una muchacha lo observaba con curiosidad.
– Ho… hola…
El agua estaba bastante fresquita y, aunque no estaba siendo un día especialmente frío, la temperatura, desde luego, no invitaba a bañarse. Sin embargo, aquella joven parecía sentirse muy cómoda.
– ¿En qué piensas?
Miguel miró a uno y otro lado. No cabía duda de que estaban solos. Todavía no entendía qué hacía la muchacha en el mar pero, extrañamente, se sentía reconfortado por su compañía.
– En cosas mías que no le interesan a nadie más.
La respuesta había sonado más brusca de lo que pretendía…
– Oh, vaya… A mí sí que me interesa. Quizás pueda ayudarte…
– No lo creo…
Volvió a sumirse en el recuerdo… “¡Estoy harto de tus flirteos! ¡Cada vez que giro la cabeza aprovechas para insinuarte al primero con el que cruzas la mirada! ¡Los tíos se ríen de mí! ¡A saber con cuántos te has acostado!” La perorata le había salido sin pensar. Cuando vio que Eva le sonreía a aquel tipo no lo pudo evitar. Abrió la boca y se vio a sí mismo soltando toda aquella mierda…
– ¿Qué estás diciendo, Miguel? Pero si yo no…
– ¡¡¡Calla, maldita zorra!!!
Para entonces todas las miradas se centraban en él. Lo habían acusado, juzgado y condenado sin derecho a defensa. Se sentía acosado y sin escapatoria. Allí estaban todos: sus padres y los de Eva, los amigos, familiares, compañeros de trabajo… Un calor sofocante se apoderó de él. Miró a su novia, que lo observaba perpleja, y entonces vio cómo lo que no podía ser más que su mano derecha la abofeteó. Era el fin.
– Pues sí que la has fastidiado bien.
– ¿Qué…?
¿Había estado verbalizando sus pensamientos? No tenía la sensación de haber hablado…
– Qué brutos sois los hombres… Ella te ha sido fiel todo este tiempo. No la mereces. ¿Acaso no recuerdas ya cómo conseguiste que se enamorara de ti?
El recuerdo borró el incomprensible hecho de que la joven supiera todas aquellas cosas de su vida…
Juan, su mejor amigo, era el hombre más feliz del mundo porque había conseguido a la chica más guapa y simpática de la discoteca. Ella se había integrado con total naturalidad en el grupo. Todos la adoraban… Sobre todo él. A las pocas semanas se dio cuenta de que ella también sentía algo especial por aquel chico al que tanto aprecio tenía su reciente novio. Era una relación prohibida. Sin embargo, a la mínima oportunidad, Miguel fue a por ella. Eva lo rechazó, pero él insistió e insistió, hasta vencer toda su capacidad de resistencia a lo evidente. Juan no perdonó aquella traición. Los amigos comunes tampoco. A Miguel no le importó demasiado porque estaba loco por aquella mujer perfecta… Cuatro años después acababa de dinamitar su vida…
– ¿Por qué lo has hecho?
La muchacha seguía observándolo desde el agua.
– No lo sé, no era yo… Yo nunca…
– ¿Nunca le habías gritado, ni insultado? ¿Nunca habías desconfiado de ella? ¿Nunca le habías pegado?
– No, claro que no…
– Ni volverás a hacerlo.
Aquella frase era la sentencia definitiva. Fue entonces, cuando lo escuchó en boca de otra persona, que tuvo la certeza de que no había vuelta atrás. Se puso a llorar como un niño…
– Oh, estás llorando… Te arrepientes de verdad, ¿eh?
Miguel asintió entre sollozos.
– Lástima que no pueda hacer nada por ayudarte. No eres más que otro hombre estúpido.
Entonces, la joven se zambulló en el agua. Tras unos segundos apareció unos metros más allá y gritó: “¡No la mereces!” Fueron sus últimas palabras antes de desaparecer definitivamente.
Final A: Miguel no entendía quién era aquella chica ni dónde había ido a parar. Tenía que estar soñando. Sí, eso era. Aquellas últimas horas formaban parte de una terrible pesadilla y en cuanto despertase se encontraría felizmente tumbado junto a su maravillosa novia.
Empezaba a anochecer cuando, empapado por el abrazo cada vez más entusiasta de las olas, decidió marcharse.
Final B: El tipo había muerto ahogado, no cabía duda. Probablemente había bebido hasta quedarse dormido en la orilla, y la resaca marina había hecho el resto. Lo que resultaba desconcertante eran aquellas escamas por toda la ropa, las manos y la cara…