A ver, a mi a adoradora de todo bicho viviente no me gana nadie. Es decir, me chiflan los gatos y los perros, y también el resto de animales del mundo mundial -a excepción de los reptiles y los insectos, claro-. O sea, que yo veo un perrillo y pierdo el oremus, y ya si es un gato me convierto en un ser unicelular lleno de amor por el felino en cuestión. He tenido animales toda mi vida, gatos, perros, tengo una foto con dos años subida a una mula y existe por esos mundos una grabación de mi lengua de trapo de tres años diciendo que una peseta que me había encontrado en el suelo era para mi abuelo, para que le comprara cosas a las vacas. Porque yo era fan de las vacas de mi abuelo, qué pasa. Y generosa, ya se ve.
"¿Una peseta? Really?"
Queda claro, ¿no? Amo a los bichos.
Por eso, precisamente, no entiendo determinadas cosas. Esencialmente: no entiendo a los animalistas acérrimos. No. Yo soy animalera, no animalista.
Son animales, señores. Maravillosos y mucho mejores que nosotros, pero animales. Esto es, no entienden por qué sufren y no comprenden nuestros conceptos vitales. Especifico más: sigo en FB a varias protectoras de animales y acabo de ver un caso que me ha puesto los pelos de punta. Un perrito de 17 años, cansado, viejo, enfermo al que sostienen a base de pastillas y comida especial que ya ni quiere comer. Pero al que mantienen con vida en medio de un mundo de arcoiris y osos amorosos, en el que le llaman cariño, bonito, cómo te queremos y te vamos a cuidar. Y a ver, me parece admirable ese compromiso, pero luego miras la cara del perro y para mí es inevitable pensar que sería mejor acabar con todo ese sufrimiento, que existen métodos para ello, y que no pasa nada, porque es ley de vida y porque el animal está pasándolo mal. Que tiene que ser lo primero: el animal. No los sentimientos de aquellos que los cuidan. No hay que hacerse los héroes demostrando cuánto dinero nos gastamos en un pobre perro anciano, cuando, creo, no le estamos haciendo ningún favor, sino todo lo contrario.
En fin, es mi modesta opinión. Amor a los animales, sí, pero con cabeza y sin pasarse. Porque hasta el amor puede ser excesivo.