Además, quiero aprovechar este post para hacer una confesión muy personal: empecé a ver The Office en un momento de mi vida muy duro. Debido a diferentes circunstancias, tenía mucho estrés en ese periodo, y ansiedad. Y os juro que el huequito semanal que me buscaba para ver The Office era lo único que me daba paz, el único momento en el que conseguía estar tranquilo. Además, los que habéis visto la serie sabéis que no tiene música ni risas enlatadas, todo es sonido ambiente y los diálogos de los personajes, y llegué a acostumbrarme tanto al tecleado y a las llamadas telefónica tan características de la oficina, que me producían cierta sensación de hogar, de refugio.
Era la primera vez que vivenciaba este efecto terapéutico que encontramos en la ficción y, concretamente, en el humor ficcionado. Pero ya había sido testigo de ello antes. En cierta ocasión, tuve una paciente que estaba pasando por una depresión y que me contó que lo único que la hacía feliz era ver la serie Cómo conocí a vuestra madre. De sobra son conocidos los efectos terapéuticos del humor: la risa libera endorfinas, relativizamos los problemas, socializamos, es anti estrés, el humor previene la enfermedad, sana, y nos integra. Pero... hay algo más.
Y es que el humor también puede contener valores. Las historias nos enseñan (ya he hablado muchas otras veces del poder transformador de las historias, incluso creé un espectáculo con ese nombre), nos ofrecen visiones, puntos de vista, aprendizajes que nos ayudan a relacionarnos mejor con los demás y con nosotros mismos.
En el caso de The Office, de todos los valores que se ensalzan, el principal es el de la amistad. Así pasaba también en Cómo conocí a vuestra madre, y por supuesto en la mítica Friends. Pero hay una excepción en The Office, y es que los personajes que la integran no son amigos, son compañeros de trabajo, y algunos se llevan mejor, otros peor, a veces se ayudan entre ellos, a veces se enfrentan... Pero, no obligados por las circunstancias, ya que no tienen por qué llevarse bien, acaban haciéndose amigos. O más que amigos. Familia. Famigos.
Y es que siempre he pensado, y esto es algo muy mío (es decir, no tiene que sertuyo), que la relación ideal no es la de pareja sino la de un grupo de amigos. Un grupo de amigos tomando unas cervezas después del trabajo y riendo y pasándoselo bien. A veces también lo pasan mal. A veces se pelean. A veces se enamoran y se desenamoran (y se vuelven a enamorar). Pero, al final, cuando acabas ahí, en el grupo, de una manera u otra...
... te acabas sintiendo como en casa, y encuentras tu paz.
Cuestiona lo que digo, la duda nos acerca más a la verdad.
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Si te gusté yo, hago terapia psicológica en consulta en Málaga y online para todo el mundo. También tengo un par de libros.
Y, como siempre, ¡recibe este abrazo! ¡Ah!, y si todavía no has visto The Office, ¡ya estás tardando!