Por María del Valle
Periodista argentina colaboradora de LETRA LIBREVivir no es existir. Vivir es una experiencia de libertad que trasciende el tiempo, la cultura, la geografía y la historia; es una conexión atemporal con la Vida, con esa vida que recibimos hoy y aquí, rodeados de circunstancias, estigmas, propios de este momento y lugar. Por qué hoy y no hace varios siglos; por qué en esta parte del continente y no a miles de kilómetros de distancia…
¿Por qué? ¿Por qué? Por qué tantas preguntas sin respuestas que nos ahogan en los indescifrables caminos de un tiempo que nos alcanza en su finitud, que nos persigue en una carrera sorteando obstáculos hacia una meta definida, precisa, inevitable…
Los jazmines chinos inundan con su aroma la atmósfera primaveral en una sintonía de embriagadores dulces blancos que me transportan a un tiempo distante donde el tiempo y el espacio sólo se remitían al aquí y ahora.
Casi sin darme ya escribí 50 capítulos del libro de mi vida componiendo el acervo de párrafos eternos escritos en sublimes letras con tinta roja.
Vivir es la metáfora de una obra literaria, es un incunable, una experiencia única e irrepetible; como un libro dedicado y autografiado por su autor que nos inmortaliza estampando nuestro nombre en la caligrafía y la firma del escritor.
Escribir es una forma de catarsis, un encuentro con nosotros mismos en esa mente donde anidan los pensamientos y las ideas; un anhelo en la búsqueda de esa felicidad que nos permita trascender la inevitable finitud humana: una forma de inmortalizar la esencia que, como la lava, hace erupción en el espíritu de un volcán y estalla en un líquido hirviente, rojizo y abrasador, que petrifica todo a su paso. Escribir intimida; desnuda nuestra mente, celosa custodia y férrea defensa de los secretos de vida adquiridos con el tiempo que hemos aprendido a resguardar de los indiscretos intrusos.
Vivir es el arte de encontrar ese punto de unión con el universo que nos interroga, desde la distancia sideral, sobre la razón de nuestra azarosa existencia, en un tiempo fortuito y un espacio circunstancial. Vivir es una eterna conjetura en la que borroneamos explicaciones sin lógica aparente sobre el devenir individual para salvarlas del olvido.
“…la vida es un examen sin respuestas acertadas…”
Los sauces han comenzado a adornarse con pequeñas hojas verdes, tenues, sutiles, frágiles, laxas. El viento las columpia desde sus inalcanzables ramas que se extienden al cielo inspirando un rezo infinito. Los días se alargan en una plegaria silenciosa sumergiéndonos en la profundidad de un espíritu infinito, único, que trasciende el límite de los cielos, la tierra, la luna y el sol… ¿qué hay más allá? ¿Serán las estrellas pequeños recortes del cielo por donde pasa la luz de la eternidad? ¿Será que la luz mora más allá del cielo y aquí en la tierra sólo vemos apenas un reflejo de su máximo esplendor?
Quién pudiera disponer de todas las respuestas…vivir de preguntas sin respuestas aparentes…dejarse estar…gozar del silencio que habla sigiloso mientras escucho con el espíritu, con la mente, con la finitud de mis pensamientos y la libertad de recrearlos en el sosiego de esta tarde de sol.
Siento la Vida profunda, inexplicable por momentos. Intento controlar la ansiedad de saber que sólo el tiempo me dará las respuestas. Otras quizás no lleguen nunca pero ya no desespero. Los cincuenta capítulos del libro de mi vida me permiten revisarlos una y mil veces, tranquila, mientras enciendo un cigarrillo y pienso…con la perspectiva y la madurez que imprimen los años…con la tranquilidad de haber vivido una odisea de vida entre los más increíbles caminos que se abrían frente a mí.
Vivir la vida bajo el inescrutable paradigma de un tiempo finito que enseña a dibujar perspectivas trazadas a fuerza de emociones, pensamientos, sensaciones…y me dejo estar…
“…porque la vida es sueño y los sueños, sueños son…”