Todo parece indicar que esto no será reversible, me refiero a la hiperconectividad en la que vivimos. El estilo de vida del presente hubiese sido impensable unos diez años atrás.
Repasemos, Facebook salió al mercado en 2004; YouTube, en 2005; Twitter, en 2006; WhatsApp, en 2009; Instagram, en 2010; TikTok, en 2016, y Clubhouse, recientemente en 2020.
Cada una de estas plataformas tiene sus propias características (aunque siempre se alimentan entre ellas) y cada una está plantando la semilla para su futura evolución. Con todo eso se convirtieron en una parte indispensable de nuestra rutina diaria, adherida al estilo de vida que cada uno tiene o le gustaría tener. Insisto, esto no hay quien lo pare.
El crecimiento exponencial de la tecnología influye en cada uno de nosotros, claramente en los "nativos digitales" (una persona que ha crecido en la era digital), pero también en los "inmigrantes digitales" (el adulto que debe adquirir familiaridad con los sistemas digitales de hoy). Ese desarrollo, por momentos entusiasta, minado de una visión prospera del presente y fascinante del futuro, se ha movido hacia el ojo público para cuestionar sus prácticas e influencia. Eso da el pie para que muchos, hoy, se atrevan a preguntarse si las constantes mejoras a las plataformas sociales y la inminente creación de nuevas -que dan como resultado que nos arrastremos en masa hacia ellas- es un aporte positivo para nuestra sociedad.
A esta pregunta se le puede adjudicar muchas respuestas; entre ellas, podría destacar las más frecuentes:
- Las plataformas son solo templates; el contenido viene del usuario.
- Todos podemos filtrar el contenido que consumimos en todas nuestras redes sociales.
Ambas posiciones son válidas y tienen un sustento interesante. En la primera se deja en claro que Facebook e Instagram (por usarlas como ejemplo) no son nada si nosotros no comenzamos a seguir a personas y, menos aún, si no creamos nuestro propio contenido para mostrar. Por lo tanto, podríamos decir que es cierto, que son plantillas que están configuradas para que nosotros, los usuarios, dejemos volar la creatividad. Desde ese punto de vista, "son inofensivas".
La otra postura nos acarrea la responsabilidad de las decisiones que tomamos a la hora de dar aquellos primeros pasos, es decir, a quién seguimos y qué publicamos.
Ahora hago un paréntesis para marcar algo de lo que quizá ya te diste cuenta. Una vez que describo lo anterior no dejo de pensar en que nos convertimos en un producto al que hay que poner en cualquiera de estas vidrieras para que sea admirado o repudiado por los transeúntes de la vereda digital, en el que justamente decidimos hacer presencia. Una presencia que no tendría sentido si no fuéramos capaces de percatarnos de la moneda de cambio resultante de la hiperconectividad en la que todos vivimos.
Vivir en un mundo hiperconectado supone la constante conexión de todos nosotros, es decir, que consumamos datos e información como pequeños pacmans que se la pasan recorriendo los pasillos de la vida misma. De manera que aquella pregunta de si es bueno transitar estos tiempos de plataformas sociale s comienza a tomar más fuerza cuando los valores tradicionales presentes en la cultura, la educación, el consumo y el entretenimiento se ven afectados, permitiéndole a estos medios digitales ser los únicos que "secuestren" nuestro tiempo, quitándonos la posibilidad de disfrutar de los entornos tangibles que sí nos rodean.
Para que estos valores perduren, no debemos aborrecer el avance de la tecnología, sino más bien apalancarla con detalle e instrucción, rescatar el tiempo secuestrado, aprender el correcto uso de los dispositivos, filtrar los contenidos que la infinita internet tiene para nosotros y, sin duda, desarrollar una conciencia menos emocional y más técnica del papel que debe cumplir todo esto en nuestra vida.