Hace un par de días fui a Carrefour, al centro situado en la madrileña Gran Vía de Hortaleza a ver precios de ordenadores. Inevitablemente, tal y como ocurre cuando visito un hipermercado o unos grandes almacenes, pasé por la sección de librería, una sección, por otro lado, que frecuenté durante un largo tiempo, cuando vivía a dos o tres manzanas del centro y era el único lugar próximo y accesible (en el barrio) donde otear las novedades literarias en narrativa (jamás de poesía, es un territorio en las antípodas de Carrefour y asimilados, carne de librería sobre todo). Hablo de finales de la década de los 90 y de los primeros años del siglos XXI. Recuerdo que, aunque el best-seller y los grandes premios, comenzando por el Planeta, tenían prioridad en los mostradores, podías hojear buena parte de los títulos recogidos en los catálogos de las editoriales literarias más prestigiadas. Pienso en Anagrama, Alfaguara, Destino, Tusquets, Espasa, Lumen, Alianza.... Incluso había un pequeño fondo de clásicos de bolsillo de sellos como Cátedra, Castalia o las ya citadas Alianza (¿cómo olvidar las míticas portadas de Daniel Gil?) o Espasa (la legendaria colección Austral). Y ocasionalmente era posible encontrar algunos libros de pequeñas editoriales todavía no canonizadas pero con un catálogo de calidad: Fundamentos, Pre-Textos, Muchnik, Circe, Hiperion...
Portadas de Daniel Gil para Alianza bolsillo
Pues bien, en la visita referida al principio, me llevé una desagradable sorpresa. El espacio antaño destinado a la literatura de esos sellos editoriales se ha reducido a la mínima expresión. Su lugar lo ocupan ahora el best-seller, los libros de autoayuda, la novela histórica en sus múltiples versiones (desde las intrigas religiosas hasta los thriller que imitan a la novela negra de los países nórdicos pasando por historias medievales). Cierto que buena parte de esos libros son editados por los grupos a los que pertenecen algunas de las editoriales literarias antes mencionadas, que han reconvertido colecciones adaptándolas al modelo "código da vinci", pero no lo es menos que el espacio de la literatura de calidad se ha reducido de manera notoria. Incluso, insisto, teniendo en cuenta que Carrefour, como otros hipermercados parecidos, nunca ha sido un modelo de librería donde encontrar la mejor literatura.
Hablé de ello, un día después, con Pepo Paz (Bartleby) y con Javier Santillán (Gadir), dos editorres de la leva independiente y a contracorriente y, en general, estábamos de acuerdo en algunas cosas que intentaré explicar. La combinación de diversos elementos, entre los que cabe destacar los dos esenciales a mi juicio, el avance de la edición digital y la llegada del e-book, de un lado, y de otro, la crisis económica, que tras dos años sin afectar el libro, ha comenzado a tener sus efectos en el sector. Un fenómeno, este último, contradictorio puesto que los libros que se venden en los hipermercados no son los que compran los letraheridos y demás amantes de la literatura (todos los expertos dicen que son los libros de los que prescinden los sectores culturalmente menos formados) y los letraheridos , a su vez, son (somos) los menos propensos a prescindir, con la crisis, del libro. El caso es que en la última Feria del Libro se notó, según comentaban ambos editores, un cierto retroceso en las ventas globales con respecto al pasado año y que las cosas, sobre todo para las editoriales independientes, empeñadas en la calidad y en la apertura de caminos inexplorados en el campo de la poesía, de la narrativa y de otros géneros, no están nada fáciles.
Sin embargo, me parece que se trata de una situación coyuntural. Que vivimos en el centro de un gigantesco reajuste (en el ojo del huracán o en el punto ciego de la tempestad) de las formas de lectura, del soporte del libro, cuyos resultados tardaremos en ver, al menos, un lustro. En todo caso, creo que lo esencial es que no retroceda el gusto por la lectura, por la buena literatura: que avance y que se extienda a la vez que se refuerzan los trabajos dirigidos a garantizar los derechos de autor y el copyright. Sea en soporte digital, en cualquiera de los modelos de e-book, sea en el libro convencional. Los escritores, junto con los lectores exigentes, con los editores independientes, con los críticos y periodistas culturales, con los profesores de universidad y con los de Secundaria, somos el sujeto colectivo que puede y debe contribuir a ello. No volveremos a los tiempos en que una librería como Shakespeare & Company era, desde París, el referente del paraíso del libro para todo escritor que se preciara. Pero sí ayudaremos a que sellos surgidos en los últimos doce años como Bartleby, como Demipage, como Gadir, como Rey Lear, como Libros del Asteroide, entre otros, que están realizando una labor en favor de la buena literatura que no tiene precio, sean la referencia obligada de la buena literatura y del descubrimiento. Algo, por cierto, que está ocurriendo ya: estén sus títulos más o menos presentes en las mesas de novedades de librerías y grandes almacenes, demuestran, semana tras semana, que frente a la abdicación de algunas grandes editoriales ante la presión del mercado puro y duro (que parece establecer sus servidumbres del mismo modo que las establecen los llamados mercados en las políticas económicas de los gobiernos, comenzando por el de España), es posible mantener la dignidad de la mejor poesía en castellano y en otras lenguas y de la mejor narrativa.
Imagen de la librería Shakespeare & Company, de París. Años cuarenta.
Más de una vez he leído que la radio, la televisión e internet son los grandes enemigos del libro. No lo creo. Pueden ser sus grandes enemigos, pero también sus mejores amigos, sus más poderosos avalistas. Programas como El Ojo Crítico o La Estación Azul, de Radio Nacional podrían ser un referente para otras cadenas, públicas o privadas, de radio. Sería necesario potenciar programas en televisión que promuevan el gusto por la lectura y el amor a los libros. Programas atractivos, hasta divertidos si se quiere, que no duerman al telespectador y generen un sentido crítico y exigente. A este respecto, no puedo sino lamentar que un programa de La 2, de TVE, llamado Página 2, dedique la mayoría de sus espacios al best-seller, a los libros que se venden masivamente, a libros que no necesitan ese tipo de empeño de la televisión pública. Creo que de un modo parecido a como un programa de televisión puede fomentar la danza, o los bailes de salón, otro puede fomentar la lectura, la mejor lectura.
Vivimos tiempos complejos, nada fáciles. Y frente a las amenazas que se ciernen sobre la lectura, sobre el libro de calidad (en sus distintos soportes, que quede claro), es necesario un poderoso impulso a favor de la lectura. Un impulso dirigido a todos, pero especialmente a los niños y adolescentes. Es preciso proclamar a los cuatro vientos que leer es una experiencia única, maravillosa, mágica. Que un poema, un cuento o una novela no cambian el mundo, sin duda, pero pueden cambiar al lector que se acercó un día a cualquiera de esas obras. Lo cual es una forma, quizá más eficaz, más honda, de cambiar el mundo.
De cualquier modo, diré algo respecto al e-book: más de un amigo se hizo con uno hace no menos de un año. Lo utilizó al principio, sobre todo en los viajes, pero al final sólo hace uso de él para leer manuscritos, textos de consulta y otro tipo de obras que no están en el formato tradicional. Eso no quiere decir nada. Pero creo que el libro sigue siendo un instrumento tecnológicamente muy avanzado. Está en la vanguardia. En el vídeo bajo estas líneas se recogen sus grandes innovaciones tecnológicas. Viva la lectura.