Mientras iba andando por la calle el otro día observando la fauna de consumidores masivos (compulsivos) me vino a la mente las veces que he criticado aquí yo la Revolución francesa. Pero los liberales siempre lo cuestionamos todo, especialmente nuestros propios planteamientos porque no nos fiamos de nada que no esté respaldado por la razón absoluta, por el rigor lógico y, todo hay que decirlo cómo no, por nuestra pasión humana y deseos. Pero esto último es lo de menos. Lo imprescindible es hacer bien las cosas, aprender a pensar, a salir de los límites que nos han impuesto desde sectores interesados. Y entonces hace tiempo, cuando ya me empezaban a llegar correos criticándome por “girar a la izquierda” y llamar a compañeros como Pedro, autor de La república heterodoxa o a Daniel García, autor del ciudadano Jack “jacobinos y mala gente”, “elementos que corrompen el alma” entre otros cumplidos, empecé a investigar por mi propia cuenta, ir abandondando dogmas que uno tiene por puro reflejo e instinto de clase social. Desde siempre, dada mi posición, habia reaccionado contra la Revolución francesa pero en realidad, la conocía poco. Conocía más bien las críticas de Burke contra todo aquél proceso, pero ¿conocía YO realmente todo aquello? Pues no. Entonces hice lo que todo liberal debe hacer – investigar por mi propia cuenta y no dejarme seducir por prejuicios personales o intereses de clase. En una palabra: liberarme.
En general, hay dos puntos de vista sobre la Revolución francesa. Existe un linaje entero de autores que va desde Alexis de Tocqueville a Burke criticando el proceso. Esta línea de pensamiento, en realidad muy conservadora, dice que la guillotina, la furia latina, el ruido, los excesos, todo eso era evitable y si hubiesen resistido como los colonos ingleses, se habría evitado todo eso llegando al mismo resultado que consiguieron en los Estados Unidos.
Tocqueville explica cómo la centralización fue establecida por encima de “una diversidad de normas y autoridades” que eran los escombros del feudalismo. Pero todo esto dio lugar a problemas que España también ha tenido desde siempre: enchufismo, favoritismos políticos, absolutismos varios. Todos los países dominados por el catolicismo han sufrido estos terribles problemas sociopolíticos.
El “Tercer Estado” componía la mayoría de los 28 millones de habitantes en Francia. “¿Qué es el Tercer Estado? Es todo”, escribió Sieyés en enero de 1789. Pero no debemos olvidar que este “tercer” no era un nombre sino un número y que este “todo” en realidad estaba compuesto de distintos grupos que jugarían su papel en dicha revolución francesa.
En vísperas de la revolución, una gran proporción de campesinos alquilaba tierra de los terratenientes. Alquilaban tierra sin poder realmente ser accionista de la misma ni tampoco abastecerla. El propietario se veia obligado a ser proveedor de muchas cosas y luego dividian la producción entre partes. Era un sistema miserable que provocaba más pobreza.
Ese sistema miserable era mas habitual en las regiones más pobres como Bretaña, Lorena y en el centro-sur del país. Incluso entre granjeros, había grandes diferencias de condición: los explotadores de cereales en la cuenca parisina y el norte no tenían nada en común con los granjeros de las zonas montañosas o el “bocage”.
Independientemente de su condición, los campesinos tenían que pagar impuestos: la “taille” al Estado, también a la iglesia y los impuestos “señoriales” al terrateniente. Como explicaban varios historiadores, incluído el propio Tocqueville: “No había una sola acción de la vida rural que no exigiera del campesino algún pago – entre ellos, el más odiado era el derecho exclusivo de la aristocracia para cazar.
El sistema feudal pesaba y extendía sus garras sobre toda fuerza de la naturaleza, sobre todo lo que creciera, sobre todo lo que se moviera, respirara; los ríos con sus peces, el fuego en el horno para hacer pan, el viento que movía los molinos para moler maíz, el vino, y la caza.
Los que no tenía tierras a menudo se veían humillados hasta niveles horroríficos incluso para la sensibilidad de la época – los pobres eran realmente pobres: los niños casi desnudos, la tasa de mortalidad infantil por las nubes, miserables realmente. Millones de manos que podrían trabajar, hambrientos y miserables por el execrable sistema déspota feudal.
En España, la situación actual de pobreza no es ni de lejos comparable. Pero sí hay un rasgo común en todo esto: tenemos unos “nobles” privilegiados que han convertido a nuestra patria en un solar y que, en tan solo un par de días, decidieron cargarse lo poco que quedaba de nuestra Constitución, derechos laborales y economía o determinadas ofertas sociales al servicio del pueblo.
Estando más informado ahora que hace años, no me queda otro remedio que decir que la Revolución francesa fue muy necesaria y que aquí en España, si bien quizá no hace falta una guillotina, sí hace falta una gran revolución social para restaurar la democracia que hemos perdido. Un poco de “terror liberal” no estaría mal (liberal de verdad, no lo que pasa por liberal en España).
A todo esto, comparto el vídeo de la Proclama del héroe liberal asturiano Rafael del Riego.
¡VIVA LA PROCLAMA DEL GENERAL RIEGO! JUSTA Y LIBERAL. TODO POR LA PATRIA Y LA LIBERTAD.