No quiero que nos gobiernen políticos incorruptibles por la misma razón que no quiero comer filetes de unicornio. No podemos esperar que el pensamiento mágico funcione. Lo que es deseable es que existan controles y vigilancia a la acción política. Esto es, mecanismos por los que si alguien mete mano en la caja o sube al atril y dice que va a «poner en valor» algo, enseguida salten las alarmas.
Para eso hace falta que exista desconfianza del poder por una parte, y por la otra, un diseño institucional que haga más difícil la corruptela. Es este y no otro el cambio que debe darse. Rechacemos por tanto a aquellos que quieren quitar a los que hay para que, con suerte, vengan otros menos malvados, porque así jamás se arreglará la cosa.
«Es que los políticos son muy malos», claro que lo son. Y se puede añadir que estando las cosas como están, la generalización es bienvenida. Ahora bien, tras la queja llega el momento de actuar. La reforma no puede darse simplemente cambiando a las personas. No. Debe existir algún tipo de cambio en el sistema del poder por el que:
- Menos personas tengan el poder.
- El poder que puedan tener sea menor.
- La posibilidad de ampliar de su poder no exista.
- El poder esté dividido y compita.
Las resistencias a una reforma en este sentido son generosas. Primer escollo: las reformas deben partir de los mismos que se verán perjudicados. Para salvar este escollo, sólo se me ocurre confiar en lo poco bueno que le queda a este sistema. Hasta cierto punto existe un ámbito de libertad en el que la población puede cambiar poco a poco las cosas (lo que nos llevaría al problema básico de la democracia: la gente vota fatal, tú y yo incluidos).
Otras aproximaciones a la solución del problema nos vienen dadas porque España debe dinero. Ahí están las reformas en materia de transparencia y de cambio de estilo de vida que impone la crisis. Para algunos medios de comunicación empieza a ser rentable denunciar corruptelas porque lo demanda el mercado. La asignación eficiente de recursos en función de las preferencias individuales promueve cambios políticos. Como ejemplo tenemos el cierre de algunos periódicos y la ojeriza y mala baba con que unos medios denuncian las subvenciones que reciben otros.
Hay otros cambios en la forma de pensar de la gente que son más difíciles de implementar. Por ejemplo, dividir al poder. Una mayor división de a dónde va la recaudación debería funcionar en este sentido. Lamentablemente la mayoría de la población tiene un sentido tan pragmático de la función pública que piensa que concentrar el poder es deseable porque hace que las cosas funcionen. Pueden tener razón o no, no lo sé, lo único que sé es que desconfío y por tanto, no voy a dejar las llaves del minibar y del coche a la misma persona.
La dialéctica centro-periferia que vive España desde los tiempos en que el gintonic se vendía en botica, juega en contra de todos los actores. Como no se trata en quedarnos en el planteamiento del problema sino de tratar de explorar soluciones más o menos civilizadas, deberá existir algún tipo de compromiso por parte de todos.
A mi el modelo de poquitas leyes y que cada uno se pague sus vicios me gusta bastante. Pero incluso con este principio tan básico surgen problemas. ¿Cómo arreglar lo de aquellos que pagan educación a los pequeños y sanidad a los mayores mientras su población activa trabaja en otro sitio? Esta cuestión todavía está pendiente dentro del paquete de reformas deseables.
También está lo del político que dice que dimitirá si se demuestra la financiación ilegal de su partido y una vez demostrada ésta, que no dimita. Supongo que también podría haber algún cambio legal en este sentido. A mi se me ocurre el baño de brea y plumas, pero es que yo soy poco sofisticado.
O lo de tener rey, claro que eso es para nota.