Revista Opinión

Reformismo y conciliación vuelven al Vaticano

Publicado el 05 enero 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Aunque en la actualidad su superficie no llega al medio kilómetro cuadrado, la influencia del Vaticano ha sido históricamente, y es todavía, considerable. Desde el centro político y religioso del catolicismo se ha dirigido a la Iglesia durante siglos en multitud de aspectos que abarcan lo divino y lo humano. La cabeza de este pequeño territorio y de la Iglesia, el papa, ha servido igualmente de referencia y guía en el rumbo que gran parte de católicos – fieles e instituciones religiosas – siguen. Todavía en la actualidad, las palabras de un pontífice condicionan en gran medida la opinión pública internacional en numerosos aspectos, un poder utilizado habitualmente para mantener la influencia de la Iglesia en aquellas sociedades con fuerte presencia o para condicionar la actitud frente a determinados acontecimientos políticos, sociales o económicos. 

En este sentido, el perfil del cabeza de la Iglesia se ha revelado fundamental en esta especie de “política exterior”, y aunque la norma es la de seguir una línea conservadora – en un sentido no rupturista –, acorde a los valores tradicionales de esta institución, con el último pontífice se ha producido un cambio de rumbo que podría provocar una ruptura considerable de esquemas en la orientación de la Iglesia. Las políticas internas que se pretenden proyectar desde el Vaticano al resto de creyentes, así como las declaraciones de Francisco I sobre temas tradicionalmente delicados para la cúpula de la Iglesia y la participación internacional de la Santa Sede son buena muestra de lo innovador que pretende ser este papado. Sin embargo, las buenas intenciones no lo son todo. El líder vaticano tiene numerosos retos por delante, como los asuntos dejados a medias por su predecesor, las luchas internas dentro de la cúpula eclesiástica o las reticencias a aceptar el nuevo rumbo por parte de los sectores más conservadores del catolicismo.

Un punto de inflexión inusual

En febrero de 2013 se producía la renuncia del papa Benedicto XVI, un hecho que no había ocurrido en seis siglos. Para argumentar tal renuncia se exponía la elevada edad del cardenal – 86 años –, aunque era vox pópuli que las luchas de poder internas en el Vaticano habían sustraído todo el poder al pontífice. Hasta el asunto Vatileaks había puesto en tela de juicio la lealtad de empleados y clérigos cercanos al Papa. Sin poder alguno dentro de su casa e incapaz de imponer cierto orden debido a su delicada salud y la insuficiente habilidad política, Joseph Ratzinger optó por apartarse y dejar paso a un nuevo obispo de Roma.

Su sustituto, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, que adoptó Francisco como nombre papal tras su elección el 13 de marzo. Este nuevo pontífice pronto dejó entrever la línea en la que se enmarcaría su mandato, a pesar de que con su nombre papal ya daba ciertas pistas. Con un estilo directo, más cercano a la gente e ideas bastante rompedoras sobre cómo se debe orientar la labor de la Iglesia en este siglo XXI, se ha granjeado en poco tiempo la aprobación de buena parte de los católicos del mundo y el respeto del espectro social fuera del redil católico, tradicionalmente contrarios a la tesis vaticanas y papales.

Sus primeros gestos fueron para con otras confesiones dentro del cristianismo. El 19 de marzo, día de la inauguración de su pontificado, estuvo presente en la ceremonia el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, algo que jamás se había producido desde el Cisma de Oriente en 1054. Dos meses más tarde acudiría al Vaticano Teodoro II, patriarca de Alejandría y papa de la Iglesia cristiana copta, una visita que no se realizaba desde 1973. El papa Francisco comenzaba su pontificado manteniendo, e incluso profundizando, la política de Roma de estrechar lazos con otras confesiones del cristianismo y reducir el distanciamiento entre estas y la Iglesia católica.

Aunque esto eran gestos políticamente reveladores, los mayores problemas se encontraban dentro de los muros vaticanos. Las comentadas luchas de poder, la corrupción que endémicamente habita en el Banco Vaticano y el creciente número de casos de pedofilia destapados en todo el mundo eran los tres grandes retos a los que se enfrentaba. Los dos primeros habían sido abordados con éxito limitado por papas anteriores, desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, pasando por Juan Pablo II. Sin embargo, la cuestión de la pedofilia y los abusos sexuales, que se habían hecho más visibles por la sensibilización social y la mayor mediatización de los casos, habían sido tapados insistentemente por Juan Pablo II y abordados tímida e ineficientemente por el papa Benedicto. Francisco, al contrario, comenzó reconociendo y condenando abiertamente los casos denunciados – presentes y pasados –, a lo que se sumó una limpieza bastante profunda de todos aquellos cargos eclesiásticos implicados en tales actividades y la paralización de cualquier reconocimiento por parte de la Iglesia y la Santa Sede a la labor de sacerdotes ya fallecidos, caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y pederasta reiterado; protegido de Juan Pablo II y sólo relegado a un “exilio espiritual” ordenado por Ratzinger como castigo. Con la intención de seguir profundizando en este turbulento tema para el Vaticano, el pontífice ha creado una comisión para investigar todos los casos y promover medidas que impidan o dificulten estos delitos en el futuro.

INTERESANTE: El papa Francisco y su cruzada contra la pederastia (programa La Sexta Columna)

Se ha mostrado también ligeramente más abierto que sus predecesores en otro de los temas tabú para la Iglesia como es el modelo de familia distinto al tradicional. Aquí se enmarcarían las personas divorciadas, las familias monoparentales y cómo no, la unión y la familia de personas del mismo sexo. En este último aspecto, la posición personal del Papa sería favorable a reconocer las uniones civiles del mismo sexo, que legalmente no son totalmente equiparables al matrimonio tradicional pero desde el posicionamiento eclesiástico sería un gesto aperturista absoluto. Para remarcar esta opinión, tras clausurar la Jornada de la Juventud en Rio de Janeiro en julio de 2013, en el vuelo de vuelta a Roma y tras ser preguntado sobre el supuesto lobby gay existente en la cúpula vaticana, respondió:

“El problema no es tener esta tendencia – refiriéndose a la homosexualidad –, si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle? (…) No hay que marginar a estas personas, hay que integrarlas en la sociedad.”

Como era de esperar, las palabras de Bergoglio causaron un revuelo tremendo. Aunque fuesen declaraciones relativamente informales en un avión, el nivel de tolerancia y respeto para con las personas homosexuales no se había visto jamás en las altas esferas de la Iglesia católica.

Esta visión se trasladó de manera oficial meses después a un sínodo sobre la familia en forma de borrador. Aquel documento, de corte bastante aperturista y con el probable sello del papa Francisco chocó de bruces con la mayoría de grupúsculos de debate y decisión que participaban en el comentado sínodo. Finalmente, la versión final rebajó bastante el tono del documento, posicionándolo de nuevo en la versión tradicional que ha mantenido la Iglesia sobre este tema y relegándolo una vez más al cajón de cuestiones sensibles.

Opinión por continentes del papa Francisco

Quizás por ese inmovilismo eclesiástico y por la cruzada que algunos miembros del clero mantienen contra ciertas situaciones o actitudes, Francisco acabó declarando pocos meses después que “la Iglesia no puede hablar sólo del aborto, los homosexuales y el condón”. Así ponía de manifiesto el alejamiento que las altas esferas del Vaticano tienen con la realidad. No deja de ser cierto que el propio papa es contrario al aborto o al uso de preservativos, pero no es un tema en el que insista permanentemente ni mucho menos es un tema central de su pontificado. Francisco parece haber aparcado la habitual fijación de la Iglesia por la rectitud de la sociedad para centrarse aplicando primero tal rectitud a sus subordinados de la curia.

Es esta redefinición de prioridades una de las grandes características del presente pontificado. Parece que las disquisiciones sobre la fe y la moral han pasado a un segundo plano, dejando protagonismo a problemas y situaciones más “terrenales”. Esto no implica que el Vaticano se esté “laicizando”, ya que el esfuerzo de Francisco por reintroducir a la propia Iglesia en la senda religiosa es considerable, pero no tiene como fin el regocijo propio, sino actuar como medio para mejorar la vida de la gente, especialmente de las clases menos favorecidas.

De esta intención surge lo que probablemente sea una de las fijaciones en su pontificado: criticar las desigualdades que causa el sistema económico actual, que a su vez genera multitud de problemas relacionados con la pobreza, la inmigración o los conflictos. Como bien apunta Vicenç Navarro, la novedad en Francisco no es culpar a un sistema económico cada vez más egoísta, deshumanizado y financiarizado de las desigualdades existentes en el mundo – esto es la tónica habitual de los papados –, sino hacer del sistema mismo la raíz de estos problemas. Con frecuencia el obispo de Roma insiste en lo que considera la maldad que habita en buena parte del capitalismo. Para una institución como la Iglesia, cuyo objetivo – teórico y entre otros – es ayudar a los más necesitados, es inconcebible apoyar un sistema que en muchos lugares crea más desigualdad, especialmente en épocas de crisis como la que atravesamos.

Al ser este tema una de sus críticas preferidas y centrales, no pierde oportunidad para reiterar su desacuerdo con la estructuración del sistema económico actual. Buen ejemplo de ello es el discurso ofrecido el 25 de noviembre de 2014 en el Parlamento Europeo, en Estrasburgo. Durante su intervención tocó multitud de cuestiones relacionadas con la realidad europea: los valores existentes, la familia, la necesidad de trabajo, el “econocentrismo” europeo que deja de lado a las personas y el drama de la inmigración en el Mediterráneo fueron algunos de los puntos clave de su argumentación. Hubo hasta cierta incomodidad en la Eurocámara debido a las duras críticas vertidas por el Santo Padre, más concordantes con el discurso de la izquierda europea que con los partidos conservadores y liberales del Europarlamento. No incluyó otra de las ideas políticas que tiene este nuevo papa como es el de la defensa de la separación Iglesia-Estado, algo que defendió en la Jornada Mundial de la Juventud de 2013. No se ha vuelto a mencionar desde entonces, muy probablemente por la oposición frontal de buena parte de la Iglesia en distintos países de mayoría católica, que podrían ver muy perjudicadas sus cuotas de poder e influencia de llevarse a cabo esta reorientación política.

Renovado papel internacional

Las reformas y el estilo de Francisco no sólo se circunscriben al funcionamiento interno de la Iglesia y la Santa Sede. Su visión de la gobernanza, basada fundamentalmente en el diálogo y el consenso, han devuelto al Vaticano a la arena internacional, un lugar del que durante los últimos años de Juan Pablo II y todo el papado de Benedicto XVI había estado completamente ausente. Además, Francisco ha considerado como “propios” problemas de índole internacional que poco o nada están relacionados con la fe católica o con la Iglesia. No quiere decir esto que se inmiscuya en asuntos ajenos, ya que ha conseguido erigirse como una figura mediadora importante, consiguiendo el desbloqueo de dos conflictos enquistados que dura(ba)n medio siglo, como es el enfrentamiento entre Israel y Palestina y la ausencia de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

En el caso del conflicto en Oriente Próximo, el pontífice aprovechó una visita a Tierra Santa para sacar un compromiso de diálogo y encuentro a ambas partes. Mahmud Abbas por el lado palestino y Simón Peres por la parte israelí recogieron el testigo. Políticamente eran los eslabones más proclives al diálogo, pero igualmente su capacidad es limitada. A pesar de ello, el ofrecimiento de Bergoglio les llevó a ambos al Vaticano a las pocas semanas, en una reunión tripartita excusada en la llamada a la paz religiosa pero con un componente político importante. El Papa insistió a ambos mandatarios de la necesidad de llegar a la paz y al entendimiento entre ambos estados – Francisco ya se refirió a Palestina como tal –, que se mostraron sorprendentemente abiertos y receptivos con la propuesta vaticana. Así, de aquella reunión salió un compromiso público por ambas partes de trabajar en favor de la paz en la región y con la meta de una solución negociada a sus diferencias. Era sólo un gesto, pero el nivel de entendimiento superaba al conseguido en muchos años entre israelíes y palestinos.

Lamentablemente para todos, el compromiso no caló en las partes sino en los mandatarios, por lo que al llegar a sus respectivos estados se encontraron con reticencias y negativas a aceptar la hoja de ruta del encuentro papal. Benjamin Netanyahu como primer ministro de Israel y Hamas como gobierno de la Franja de Gaza fueron los mayores opositores, que además son los dos actores con más poder en cada parte. Su estrechez de miras, el revanchismo latente en ambos y la escasa conveniencia política de la paz para los dos – especialmente para Hamas –, deshicieron lo avanzado por Abbas y Peres. En julio de 2014 estallaba otro conflicto entre Israel y Palestina por el secuestro y posterior asesinato de unos jóvenes israelíes. Misiles desde Gaza lanzados por Hamas y la desmedida respuesta aérea israelí fueron los siguientes pasos. Tras mes y medio de conflicto, cerca de 1500 civiles palestinos muertos – 5 por el lado israelí – y la vuelta a la situación previa a la mediación de la Santa Sede eran el balance.  Una oportunidad de oro para la paz había sido desperdiciada.

El segundo punto de intervención vaticano sí parece ir por mejores derroteros. El 17 de diciembre, Barack Obama y Raúl Castro anunciaban simultáneamente en sus respectivos países las intenciones de retomar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, que llevaban más de medio siglo congeladas. Ambos mandatarios reconocieron el papel de la Santa Sede en el acercamiento entre los vecinos americanos, ya que Francisco llevaba meses presionando a ambos para reactivar su relación y mediando en los temas espinosos que todavía persisten como los Derechos Humanos en la isla, la cuestión de los presos de Guantánamo y el ilegal embargo norteamericano que aún existe sobre Cuba. Tampoco vamos a negar que a ambas partes les convenía tal acercamiento; a Cuba por el mayor aislamiento que sufre y el debilitamiento económico – y político desde la muerte de Hugo Chávez – de uno de sus pocos aliados como es Venezuela y a Estados Unidos, concretamente a Barack Obama, por cuestiones claramente electorales, ya que los grandes núcleos católicos del país – un 19% de la población estadounidense – se encuentran en los caladeros de votos tradicionalmente demócratas.

De lo que no cabe duda es de que el Papa ha puesto a funcionar a la maquinaria diplomática del Vaticano con una enorme efectividad. A ello favorece la excepcional dispersión de la red de información de la Santa Sede y la reputación que se está labrando el pontífice con su labor política.

Religiones en América Latina

¿Excepción o norma?

A pesar de todo lo conseguido por el actual obispo de Roma, todavía cabe hacerse muchas preguntas y quedan numerosas cuestiones abiertas sobre las que el pontífice deberá arrojar luz. 

 De manera interna, las luchas de poder todavía persisten. Son una constante histórica de la Santa Sede. Estas refriegas internas, así como la disensión de algunas partes de la administración vaticana suponen un problema en el desarrollo de la nueva Iglesia que Francisco quiere implementar. Cargado quizá de un componente ideológico más marcado – basado en la religión –, el papa tiene un serio desafío por delante como es la necesidad de acatamiento de las órdenes por parte de la “burocracia” católica. Recordemos que el recorrido de poder desde el Santo Padre hasta el sacerdote a pie de calle es largo y pasa por muchos filtros – cargos eclesiásticos –, que fomentan o impiden la difusión del mensaje en tanto en cuanto tocan o no sus respectivas cuotas de poder. Por ello, Francisco ha optado por puentear a buena parte de la jerarquía católica, y pretende que su particular renovación se haga “desde abajo”. Así, la mediatización de sus palabras supone una presión añadida a las estructuras eclesiásticas que intentan cortar sus proyectos. Sus palabras calan con facilidad en los fieles y los bajos estratos de la jerarquía católica, pero sufren de un rechazo considerable en las altas esferas tanto del Vaticano como de los distintos países con importantes comunidades fieles a Roma.

Pero también la elección de Bergoglio responde a la necesidad mantener ciertas cuotas de poder geográficas para la Iglesia. Que sea el primer papa americano no es casualidad, y es que el catolicismo en América Latina lleva unas décadas cayendo a ritmos bastante pronunciados, siendo sustituido por iglesias evangelistas – protegidas además desde el estado –  que se han preocupado de hacer una campaña más cercana a la gente que la que tenía la católica, abstraída en buena medida de los problemas cotidianos y cómplice además de muchos regímenes militares y dictatoriales a lo largo del siglo XX. Por tanto, no es extraña la desafección para con Roma.

Los mismos motivos de marketing religioso persigue su visita a Corea del Sur en agosto de 2014, que será el inicio de una gira asiática que le llevará a Sri Lanka y Filipinas en 2015. El catolicismo tiene cierto potencial en Asia y la Santa Sede quiere explotarlo; en el extremo oriente se aleja, por tanto, de la confrontación con países claramente musulmanes como Indonesia o Malasia mientras intenta atraer más fieles y jugarle la partida al budismo. Un cambio más en la política vaticana: traslado del objetivo de conseguir fieles del Norte al Sur global, una política muy similar a la llevada a cabo por Juan Pablo II e interrumpida por Benedicto XVI. 

Cristianismo en 1910 y 2010

No cabe duda de que tanto de manera interna como internacional, Francisco tiene una política de renovación ambiciosa. Otra cuestión en el aire es si le dará tiempo a implementar la mayoría de cambios que pretende acometer. El tiempo no está de su parte, como le ocurre a la mayoría de papas. Salvo sorpresa biológica – para bien o para mal – no llegará a una década su tiempo disponible. Ahora bien, el valor de su pontificado no sólo residiría en lo que consiguiese como papa, sino también en la línea ideológica y política que su sucesor escogiese, bien siendo continuista o volviendo a posiciones conservadoras. De lo que no cabe duda es de que en los casi dos años como papa, Bergoglio se ha convertido en una figura de gran importancia para el futuro de la Iglesia y de enorme relevancia en las relaciones internacionales actuales.


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