La política es un arte; por numerosos que sean los conocimientos en los que se basa, sigue siendo un arte, no sólo por la imaginación y la creatividad que exige, sino también por su capacidad de afrontar la ecología en acción.
Saint-Just reveló sus dificultades diciendo: “Todas las artes han producido maravillas; sólo el arte de gobernar ha producido únicamente monstruos”. El arte de la política comporta inevitablemente una apuesta, y, por lo tanto, el riesgo de equivocarse.
Como toda estrategia, debe saber combinar un principio de riesgo con un principio de precaución. No es posible planificar a priori la gestión de esos dos principios. El arte de la política es el que determinará que predomine el uno o el otro.
Al mismo tiempo, el arte de la política, que tiene como misión alcanzar un ideal humano de libertad, igualdad y fraternidad y abrir la Vía que salve a la humanidad del desastre, debe llegar a un compromiso con la realidad para modificarla. Debe guardarse del sueño utópico de establecer la armonía en la tierra, pero también del realismo que ignora que el presente es provisional.
El arte de la política se ve obligado, pues, a navegar entre la “Realpolitik” y la “Idealpolitik”. Debe autoexaminarse y autocriticarse permanentemente.
Realpolitik
La acción política se ha basado siempre, implícita o explícitamente, en una concepción del mundo, del hombre, de la sociedad y de la historia, es decir, en un pensamiento. Una política reaccionaria, por ejemplo, puede basarse en Joseph de Maistre y Maurras; una política moderada, en Tocqueville; y unas políticas revolucionarias, en Marx, Proudhon y Bakunin.
Una política que se proponga mejorar las relaciones entre los humanos (pueblos, grupos e individuos) debe, más que cualquier otra, basarse únicamente en una concepción del mundo, del hombre, de la sociedad y de la historia, pero también en una concepción de la era planetaria.
Necesitamos, pues, un diagnóstico pertinente sobre el curso actual de la era planetaria que está arrastrando en su carrera a la especie humana. Pero el pensamiento político se halla en el grado cero. Ignora los trabajos sobre el devenir de las sociedades y del mundo.
“La clase política ha dejado de pensar en la marcha del mundo”, dice el economista Jean-Luc Gréau. La clase política se contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene pensamiento. Ya no tiene cultura. Ya no percibe el efecto de Shakespeare. Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo, para vincular lo local con lo global, lo particular con lo general.
Privada de pensamiento, la política va a remolque de la economía. Como decía Max Weber, la humanidad ha pasado de la economía de la salvación a la salvación por la economía. Ésta cree resolver los problemas políticos y humanos mediante la competencia, la desregulación, el crecimiento, el aumento del PIB y, en caso de crisis, el rigor, es decir, sacrificios impuestos a los pueblos.
Y, al igual que la lechuza huye del sol, la clase política rehúye cualquier pensamiento que pueda iluminar los caminos del bien común.
El pensamiento político debe ser necesariamente complejo, es decir, debe tener en cuenta contextos, interacciones y retroacciones, reconocer las ambivalencias y las contradicciones, concebir las emergencias, considerar las relaciones helicoidales entre lo global y lo local.
Debería basarse en una concepción trinitaria de lo humano (individuo-sociedad-especie), en una concepción compleja del individuo (sapiens/demens, faber/mythologicus, economicus/ludens). Debería ser capaz de pensar la era planetaria y preparar la Vía de la salvación común.
La nueva política obedecería a una doble orientación: la de una política de la humanidad y la de una política de la civilización. Debería pensar permanente y simultáneamente en lo planetario, lo continental, lo nacional y lo local.
Fuente: LA VIA para el futuro de la HUMANIDAD (Edgar Morin)
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