Revista Cultura y Ocio

Regreso a los veranos de Pineta (II)

Publicado el 04 septiembre 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha
04/09/2013 · 10:26 AM Ir a los Comentarios

Regreso a los veranos de Pineta (II)

Circo de Pineta

Circo de Pineta desde el puente sobre el Cinca   Foto: Benjamín Recacha

Cuando aparcamos el coche y nos dirigimos, mochila a la espalda, hacia el puente sobre el río Cinca que es la entrada a la antigua acampada libre de Pineta, hoy ya sólo puerta de acceso al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, no pude evitar detenerme para admirar por enésima vez el majestuoso circo de Pineta, regado de cascadas e hilos de agua por doquier, con sus neveros en los lugares habituales. Saqué la cámara y volví a hacer la misma foto de siempre. Era consciente de que cada vez que voy a Pineta hago esa foto, pero ¿cómo no querer capturar una vez más un paisaje tan maravilloso?

Han cambiado algunas cosas. En una de las antiguas zonas de acampada han habilitado un parking de pago y ahora ya no se puede aparcar en cualquier parte. Pero lo verdaderamente impactante son las señales de una primavera lluviosa y del deshielo. Tras un invierno de abundantes nevadas, en primavera los cursos de agua debieron aparecer por todas partes, cayendo de aquellas paredes casi verticales con tal fuerza que arrastraron hasta el valle montones de piedras y rocas. Al entrar en la pradera donde acampamos tantos veranos los destrozos son más que evidentes. Una parte considerable del espacio es ahora un cauce seco, lleno de restos de las riadas, que ha dejado al descubierto las gigantescas raíces de los árboles que la rodean. No me puedo imaginar las dimensiones del, en aquel punto, apenas recién nacido río Cinca en los días de mayor deshielo. El espectáculo debía ser tremendo.

Pradera de Pineta

Pradera de Pineta, repleta de flores   Foto: Benjamín Recacha

De nuevo quedo hechizado por las moles que nos rodean y por el verde imposible, salpicado por otros miles de colores, de la pradera. Más fotos repetidas. Está como el primer año. Una de las imágenes que me quedó grabada en mi mente infantil de 1980 fue la inmensa cantidad de flores que había en aquel lugar. Nunca, en mi corta vida, había visto tantas juntas. En este 2013 el aspecto era muy parecido. Sin duda, la ausencia de actividad humana y las abundantes lluvias se han combinado para regenerar una alfombra en la que al pisar te hundes hasta las rodillas.

Caseta de pastores en Pineta

La eterna caseta de pastores en la pradera de Pineta   Foto: Benjamín Recacha

Y allí nos sentamos a comer, rodeados de naturaleza, sin la presencia de una sola persona más, disfrutando de las vistas, de los olores y de los sonidos. De la paz… El único momento de tensión lo puso una enorme bandada de buitres leonados que, en opinión de mi señora esposa, se estaba acercando demasiado. Quizás influyera algo en su nerviosismo el que le sugiriera la posibilidad de que los buitres la estuvieran acechando al observar que, tumbada allí, llevaba demasiado tiempo inmóvil… Una broma inocente, pero la cuestión es que cuando nos levantamos para emprender el camino hacia la cascada del Cinca o la Larri (lo decidiríamos en función de las ganas de andar del pequeño Albert) los buitres se alejaron.

Cruzamos el hayedo que marca la frontera del Parque Nacional, y pronto dimos con la antiquísima haya que tanto desbocara nuestra imaginación infantil. La mitad del gigantesco árbol yace en el suelo, podrida, mientras que la otra mitad pronto caerá. En su interior y alrededor la vida vibra. Pequeños árboles, arbustos y plantas nacen del mismo tronco, así como montones de hongos, y todo tipo de insectos se alimentan de la madera muerta, destacando una gigantesca colonia de termitas. La muerte genera vida; es el ciclo de la naturaleza.

Naturaleza exuberante

Naturaleza exuberante…   Foto: Benjamín Recacha

Cruzamos el Cinca por un puente de obra de reciente construcción (nada que ver con el antiguo tronco sobre el que había que hacer equilibrios) y tomamos el sendero del bosque para conectar con el de la cascada del Cinca, el mismo que conduce al Balcón de Pineta y al lago helado de Marboré que tantísimas ganas tengo de volver a contemplar. Para un niño de cuatro años es un camino difícil, muy empinado, lleno de obstáculos (rocas, raíces, fango), y aunque Albert quería seguir hasta la gran cascada, al llegar al cruce con la amplia pista que lleva hasta la Larri decidimos seguirla. Allí también vería preciosos saltos de agua.

Cascada de la Larri

Cascada que cae desde el Valle de la Larri   Foto: Benjamín Recacha

En octubre ya estuvimos en la Larri, así que esta vez, tras llegar a la cascada que cae del valle y fotografiarnos en ella una vez más, tomamos la conocida como senda de las Cascadas para regresar. Un descenso muy pronunciado que se salva gracias a los escalones de madera oportunamente habilitados. Es un recorrido muy ameno porque a cada poco se abren miradores desde los que contemplar los múltiples saltos de agua que permiten al río superar el desnivel de la montaña.

Salto de agua en la senda de las Cascadas

Salto de agua en la senda de las Cascadas   Foto: Benjamín Recacha

En mi adolescencia había casi tocado el agua de cada uno de ellos. Hace años que ya no se puede acceder, después de que varias personas, osadas hasta la inconsciencia, murieran en accidente por querer asomarse más de la cuenta para tomar fotos.

Senda de María Elena

“Senda de María Elena, 13-8-87″   Foto: Benjamín Recacha

Llegamos abajo sin mayor incidente, y tuve la oportunidad de volver a contemplar el tronco en el que mi padre, en agosto de 1987, bautizara aquel camino, cuando todavía no estaba abierto oficialmente, como ‘senda de María Elena’, en honor a mi pionera madre. Sí, en aquellos tiempos éramos un pelín más atrevidos de lo aconsejable, aunque nunca nadie que yo conociera padeció accidente alguno de consideración.

Regresamos al coche bordeando mi querido río Cinca y antes de encender el motor no olvidé despedirme de aquel lugar mágico, el paisaje de mi vida. “Hasta pronto, Pineta”.

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