REGRESO DEFINITIVO + NUEVA SECCIÓNRetazos¡Hola, hola, hola! Bueno, pues ya veis. Aquí estoy otra vez, pero esta vez para quedarme de verdad. Os diré cuál ha sido el mayor problema a lo largo de estos días: la universidad. Necesitaba unos días para procesarlo todo, las buenas y las malas noticias, para poder hacerme a la idea de que, aunque hay veces que las cosas cuestan, y mucho, no hay que olvidarse de encontrar lo que nos hace de verdad felices para poder encarar aquello que tan poco nos gusta y decir, sin ningún tipo de pelos en la lengua: “jódete mil veces, ¡lo he superado!”. ¿Y cómo supero yo las cosas? Con breaks largos, quitándome obligaciones de encima y centrándome plenamente en aquello que realmente necesito. Y esta vez era escribir. No sabéis la de veces que he empezado proyectos, que me he pasado horas delante de la pantalla, intentando plasmar todo aquello que me llena, que necesito decir y que, en cierto modo, a mí me gustaría encontrar. Siempre que escribo digo que lo más importante es dejarse la piel, llegar a la gente, lograr que tus palabras no aburran… llorar en el papel. Así que eso es lo que quiero añadir a este blog. Los días que por “n” o por “z” no quiera ni pensar en leer, quiero escribir. Para todas vosotras, para todos vosotros pero, sobre todo, para mí. Quiero haceros llegar retazos de las cosas que a mí de verdad me gustan, que no son siempre los libros. Quiero aumentar, en cierto modo, mis horizontes; y es que me he dado cuenta de que, desde que tengo este pequeño blog, puedo expresarme con mayor facilidad, que puedo decir aún con menos pelos en la lengua qué me gusta y qué me molesta. Así que, como decía, ya veis. Aquí estoy otra vez, dispuesta a que veáis, de forma prácticamente inédita, uno de los fragmentos que me ha estado ocupando estos días. El tiempoEl tiempo no siempre es un buen compañero, eso lo sabía. Los segundos, esos pequeños demonios disfrazados de ángeles que prometían las mil maravillas… los minutos, las horas, los días… Una larguísima sucesión de números que, de repente, parecía verdaderamente infinita, casi letal. Tal vez sea un hecho, al fin y al cabo, que quien espera desespera; aunque eso significara que las largas charlas con la abuela no fueran solamente largas, sino también productivas, casi sabias. Las frases alentadoras, los comentarios altivos, las súplicas y las verdades de repente carecían de sentido. ¿Qué importaba el estúpido número que marcaba tu hoja? Ese papel en blanco sólo corrompido por la tinta negra, por esos horribles círculos hechos bajo la presión de ese jodido monstruo, el tiempo, que decide cuándo empieza y acaba todo. Qué se joda el tiempo, digo, y me siento libre. Qué se joda el maldito número de la hoja. Qué se joda el tiempo, repito. Y me lo creo. Porque es cierto. No hay nada lo suficientemente fuerte, lo suficientemente doloroso, que tenga el poder de destrozar a una persona. El tiempo. Monstruo que persigue, que acosa… Que molesta, al fin y al cabo, porque unos lo quieren muy cerca y otros muy lejos. El tiempo, que parece implacable allí arriba, en los relojes que cuelgan de las paredes, en nuestras muñecas, en el motivo de nuestras últimas adicciones. El tiempo, que, como todo monstruo, siempre puede ser derrotado… porque ahora yo elijo qué hago con los sesenta demonios que componen un minuto, con los sesenta minutos que dan paso a una hora, con las veinticuatro horas que forman un día… Y lo que decido, esta vez, es sonreír y decirle al tiempo: no hay tiempo de preocuparse. Bien mirado, el tiempo es visceral. Cura tanto como hiere y hiere tanto como cura. Tal vez sea infantil, puede que incluso demasiado optimista para alguien que habla del tiempo usando de forma redundante el nombre del monstruo; pero, oídme, ¿quién es el tiempo, para decirnos cómo debemos invertirlo? Baila en la cocina, canta en la ducha, grita cuando algo de verdad te ponga furiosa y luego, cuando por fin puedas sentarte a pensar en todo lo que ha pasado, cuando por fin quieras ver la luz al final del túnel y veas que no hay problemas, sino complicaciones innecesarias, formas de hacer más difícil lo fácil… siente como el tiempo te cura. Y acéptalo porque así, cuando el tiempo se convierta de nuevo en un horrible monstruo de grandes fauces, todo será muchísimo más sencillo. Que se joda el tiempo. Que se acerque, que se aleje… que grite y llore contigo, que te vea cuando te ríes, cuando tienes los entrecerrados de tanto sonreír… Que se joda el tiempo. Porque es tuyo.