Revista Opinión
El gobernante se dirige a sus ministros reunidos en pleno, y con la altivez propia de todo gran líder, proclama: "Que nuestra incontestable grandeza aclamada en todo el orbe, consecuencia inevitable de nuestras avasalladoras conquistas y abrumadora influencia mundial, nos han llevado a un momento histórico en el cual un arcano dilema cobra más vigencia que nunca: ¿Somos Reino o Imperio? La respuesta a tal interrogante -otrora esquiva y quizás dubitativa- deviene ahora en diáfana e incontroversial afirmación: ¡Somos Imperio!". Los ensordecedores aplausos interrumpen jubilosamente la buena nueva. "Que retrocedan aquellos mezquinos que envidiosamente minan nuestras luminosas esperanzas con oscuros augurios, nuestro portentoso sendero está ya trazado y ningún óbice impedirá nuestro glorioso futuro". No muy lejos de ahí, un grupo de expulsados del naciente Imperio por interferir con los nuevos rumbos, partía hacia otros territorios, en donde poco o nada se sabía de las grandes conquistas ni alcanzaba la luz que acababa de ser aplaudida. Al mismo tiempo, la peste seguía cobrando víctimas entre los orgullosos súbditos que no habían jamás traspasado las fronteras, pero que bebían de las fuentes de sabiduría de sus gobernantes.