Revista Cine

Reinventando la mujer fatal: Ema (Pablo Larraín, 2019)

Publicado el 08 febrero 2023 por 39escalones
Ema - Rotten Tomatoes

Se trata de una película valle. Arranca arriba (se abre con la potente imagen de la protagonista tras haber prendido fuego a un semáforo con un lanzallamas), cae muy bajo y, cuando el espectador piensa que se va a disolver en la más absoluta y vulgar nadería, crece de nuevo hasta elevarse más allá del principio. Esto sucede porque Pablo Larraín, que coescribe el guion con Guillermo Calderón y Alejandro Moreno, oculta, elide y dosifica los acontecimientos para -esto es importante-. sin mentir y sin trampas, llevar la acción a través de todo un catálogo de tonos, formas y ritmos de lo más barroquista hasta desembocar en una cúspide tan sencilla como demoledora. Larraín mide y sopesa estéticamente cada plano, lo elabora meticulosamente, crea videoclips que resaltan la arquitectura callejera de Valparaíso hasta convertirla en un personaje más, una sucesión de postales visuales urbanas acompañadas de una sugestiva banda sonora, obra Nicolas Jaar, que, no obstante, decae considerablemente en los números musicales en los que se entrega al abominable reguetón electrónico. La película, que bien podría ceñirse al drama de pareja o al cine social y a la consabida historia de redención y superación con tintes de folletín, resulta mucho más compleja e interesante por la gran variedad de ingredientes y sentidos que entremezcla hasta tejer un complicado caleidoscopio que solo adquiere total y matemática precisión en el clímax deliberadamente desprovisto de todo artificio y maquillaje estético. La obra huye de lo sensiblero sin dejar de ser sentimental, sin darle a este concepto un barniz dulcificado, sustituyéndolo más bien por lo temperamental.

Ema (Mariana Di Girolamo) es una joven bailarina cuya vida ha entrado en crisis a partir de su fracaso como madre adoptiva. La imposibilidad de criar a Polo, el niño adoptado, y la inevitable entrega del pequeño a una segunda familia de adopción, abre un abismo total en su vida personal y profesional. Y esto es porque comparte ambas con Gastón (Gael García Bernal), que además de su marido es coreógrafo y diseñador de la compañía de danza contemporánea de la que Ema forma parte. Larraín narra de manera fragmentaria y caleidoscópica la súbita decadencia de la relación entre ambos, paralela al papel y al trato cada vez más difíciles que Ema, de pronto fría, arisca, irritable, desempeña en la compañía y en su trabajo como profesora, que también termina por abandonar ante la hostilidad y los juicios de sus compañeros a causa de su abandono de la maternidad. Coreografías, discusiones, broncas y pequeños saltos al pasado ilustran la parte de la historia que se concentra en la pérdida y el deterioro matrimonial, hasta cristalizar en la solicitud de divorcio. Invadida por el sentimiento de culpa, un segundo tramo de la película relata el proceso de caída de Ema, su desorientación y la espiral autodestructiva de alcohol, salidas nocturnas y sexo ocasional por medio de los que, presuntamente, busca aliviar su amargura y su sentimiento de culpa. Ese descenso a los infiernos con sexo, drogas y alcohol a espuertas se salpica con numerosos flashes de baile urbano junto a su grupo, en localizaciones muy cuidadas y un tratamiento visual enmarcado en el cine musical.

En este punto, la película se hunde, al menos aparentemente, en las demarcaciones, por un lado, del folletín, y por otro, del amarillismo gratuito. En primer lugar, los recovecos personales y sentimentales de la protagonista derivan hacia el establecimiento de dos relaciones íntimas, una con un hombre, el bombero que acude a apagar los fuegos que ella provoca con su lanzallamas, y otra con una mujer, la abogada que se ocupa de tramitarle el divorcio. Además de continuar en su grupo de baile, dejándose llevar a numerosas fiestas, bailes y orgías en las que practica sexo con sus compañeras, busca empleo en un centro escolar. Este es el punto de inflexión que hace que la película remonte desde el morbo más bien gratuito e innecesario, hasta su conclusión, con un tramo final, antes del epílogo, en el cual todas las piezas acaban encajando y el espectador contempla y comprende la enorme complejidad de los verdaderos motivos por los cuales Ema ha reñido con su marido y dejado su empleo, se ha entregado a la pulsión sexual más extrema y ha intentado relanzar su vida como maestra. Un guion trenzado milimétricamente, que parece contar una historia que más adelante, sorpresiva y realmente, no es más que un aspecto instrumental de un contenido mucho más importante y trascendente.

La meticulosidad en la construcción del guion, descompuesto en lo temporal pero de gran fluidez en lo emotivo, se extiende a la planificación y elaboración de las secuencias, con un uso de localizaciones, movimientos de cámara, iluminación y fotografía que hace prácticamente un cuadro de cada imagen. Un cuidado extremo por la composición de planos y un juego de luces que también va evolucionando a medida que la trama se concreta y se concentra, y que alcanza su mayor grado de sencillez formal en el preciso instante en que el guion coloca la clave del desenlace. El epílogo, casi puede denominarse de final feliz pero bajo el que laten, en particular en la expresión de los intérpretes, toda una serie de tensiones de fuerzas que responden a lo visto anteriormente en el argumento, dilemas, impresiones, reflexiones e impactos que se trasladan con eficacia al espectador, que se ve perfectamente identificado con la situación pese a no haber vivido los sucesivos vaivenes argumentales y emocionales que han pasado los personajes.

Fuego, luz, color, ritmo, videoclip, diálogos (aunque compartiendo uno de los males más insolubles del cine español, los problemas de dicción y el hábito de susurrar de buena parte de los intérpretes en algunas secuencias), todo ayuda a conformar un relato estilizado, la obra de uno de los más inteligentes y talentosos formalistas del cine hispanoamericano, que resultaría sin duda más difícil de digerir, si no imposible, sin la dureza, la «inexpresiva expresividad», el voluntarismo y la agresividad interpretativa de Di Girolamo, una actriz que hace la película.


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