Los seres humanos necesitamos relacionarnos continuamente con otros seres humanos para conseguir un desarrollo óptimo y para aprender a adaptarnos a las exigencias de la sociedad a la que pertenecemos. Los niños que nacen con dificultades que ponen en entredicho su desarrollo físico y/o psíquico, constituyen un triste ejemplo de las limitaciones que se sufren cuando la propia biología levanta barreras a su alrededor que dificultan la relación con los otros o incluso la llegan a impedir por completo. A veces tendemos a no darle demasiada importancia a lo que aprenden los niños en sus primeros años. Damos por hecho que aprender a hablar, a caminar o a vestirse solo son logros muy sencillos que todo el mundo puede y debe alcanzar sin ningún tipo de problema. Pero nos equivocamos al obviar la complejidad que se esconde detrás de cada uno de esos “pequeños” logros. En condiciones normales, toda esa complejidad se estructura en diferentes etapas, perfectamente organizadas, que se van sucediendo unas a otras de manera completamente natural y sin esfuerzo aparente por parte de los niños. Pero, cuando se dan complicaciones durante el período prenatal o cuando ya partimos de una combinación de genes que acaba condenando a la persona que está por nacer en un ser dependiente de por vida, esas etapas no se suceden del modo en que deberían hacerlo y la persona que pasa por ellas no es capaz de asimilar esos “sencillos” conocimientos. En el desarrollo normal, una etapa nos lleva a la otra y la persona va adquiriendo cada vez conocimientos más complejos. En el desarrollo de una persona que padece autismo, parálisis cerebral o alguna dificultad motora o sensorial, todos los procesos de aprendizaje se ralentizan mucho más, poniendo en riesgo esas primeras relaciones con sus iguales y con el resto de personas de su entorno más inmediato.Todo lo que sabemos y lo que somos se ha ido desencadenando a partir de esas primeras relaciones que establecimos en su día con nuestros padres y hermanos, con nuestros abuelos, con nuestros tíos y primos o con nuestros vecinos. El primer día de parvulario, los primeros compañeros de juegos a la hora del recreo, los primeros maestros, las primeras lecciones. Todo ello contribuyó a marcarnos un camino que nos ha ido conduciendo hasta el momento y el lugar en los que nos hayamos ahora. Somos el producto de todo lo que hemos experimentado gracias a la interacción con los demás. Una interacción que, en las últimas décadas se está desarrollando cada vez más en entornos virtuales. Internet revolucionó en la última década del siglo pasado y no ha parado de expandirse ni de perfeccionarse. Los aparatos que utilizamos diariamente ya poco tienen que ver con los que usábamos sólo veinte, diez o cinco atrás. Ya casi todos han pasado a formar parte de lo que se ha dado en llamar “internet de las cosas”, pues llevan incorporados una serie de dispositivos que nos permiten interactuar con ellos, al tiempo que las compañías que los comercializan recaban una ingente cantidad de información referente a nuestros hábitos de consumo que, a sus vez, les permite adelantarse a nuestras supuestas necesidades y ofrecernos nuevos productos antes incluso de que seamos conscientes de que los necesitamos. Los móviles que utilizamos diariamente para mandarnos whatsApps o consultar el Facebook cuentan con este tipo de dispositivos, capaces de brindarle información a nuestros contactos de dónde estamos en cada momento y de lo que estamos haciendo, aunque conscientemente no mostremos ningún interés en airear esos detalles de nuestra cotidianeidad a nadie. Pero el teléfono ya se encarga de espiarnos y de explicarle a quien lo quiera consultar a qué hora lo utilizamos por última vez . Del mismo modo, las diferentes redes sociales también se encargan de sugerirnos determinados productos o servicios en función de nuestras aficiones o del tipo de compras que hemos realizado últimamente por internet.Todo ello forma parte de lo que se ha bautizado como Big Data, bases de datos, procedimientos y aplicaciones informáticas que, por su elevado volumen, su naturaleza diversa y la velocidad a la que han de ser procesados, ultrapasan la capacidad de los sistemas informáticos habituales.Estas macro bases de datos pueden resultar muy ventajosas cuando lo que se pretende es analizar todos los datos de que se dispone sobre la incidencia de una enfermedad concreta a nivel mundial y tratar de unificar criterios a la hora de tratar de prevenirla o de combatirla en el menor tiempo posible. Lo mismo ocurría cuando se trata de tratar de atrapar a una banda de crimen organizado o de perseguir delitos fiscales. Pero, es indudable, que también puede acarrearnos muchos inconvenientes a nivel de usuarios pasivos de toda esta tecnología. Sin darnos cuenta, cada vez que la utilizamos, estamosponiendo en riesgo nuestra privacidad, nuestro derecho a reservarnos cierta información para nosotros solos. Y es evidente que esta nueva forma de relacionarnos con los instrumentos que utilizamos y con las personas que interactúan con nosotros a través de esos mismos instrumentos, quizá nos acabará pasando factura y es posible que pronto muchos de nosotros debamos reciclarnos en las habilidades sociales que habremos ido arrinconando y olvidando en pro de las nuevas tecnologías.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749