Si la sororidad (con perdón del neologismo antipático para algunos) se construye desde la niñez o la pubertad, entonces Mamá, mamá, mamá nos convierte en testigos privilegiados de esta suerte de iniciación a la hermandad entre mujeres. A grandes rasgos, el éxito de esta incursión por un mundo a priori inasible se debe a dos factores: un guion preciso, libre de lugares comunes, y la compenetración de las chicas elegidas para encarnar a los personajes centrales, cuyas edades oscilan entre los cinco y quince años.
Un accidente fatal constituye el punto de partida del primer largometraje de Sol Berruezo Pichon-Rivière. A poco de iniciado el film, la recreación de una muerte absurda y prematura adelanta la capacidad de síntesis de la realizadora, un estilo narrativo que confía en la destreza del espectador para completar eso que la cámara no muestra y aquello que Cleo, Nerina, Manuela, Leoncia, Aylín e incluso Erín apenas dicen.
A la guionista y directora le basta una hora para ofrecer una aproximación fiel y conmovedora a la sensibilidad femenina en su etapa formativa. La mención de la medusa como el multiorganismo más antiguo parece aludir a ciertas características atávicas de la mujer, que se consolidan a medida que el tiempo avanza a escala individual, social, histórica y estimula el proceso de «llegar a ser» que la ineludible Simone de Beauvoir explicó en su libro El segundo sexo.
Entre los aciertos de Pichon-Rivière, figura la decisión de retratar a las seis chicas en un contexto bien delimitado. De hecho Mamá, mamá, mamá transcurre algunos días de verano –en plenas vacaciones– y en una casa con pileta, habitada por integrantes de una misma familia salvo dos excepciones. En este escenario acotado la realizadora se concentra en la red de contención que las niñas no tan niñas tejen para reducir el impacto de una muerte impensada y por lo tanto inesperada.
El desempeño actoral de Agustina Milstein, Chloé Cherchyk, Camila Zolezzi, Matilde Creimer Chiabrando, Siumara Castillo y Florencia González resulta determinante para la recreación de un mundo donde las miradas, los silencios y los juegos son más elocuentes que los parlamentos. Acompañan con solvencia Vera Fogwill y Jennifer Moule, a cargo de los principales roles adultos.
Data de 1972 la película de Raúl de la Torre donde Graciela Borges encarna a una joven traductora afectada por el abandono de su padre, la muerte accidental de un hermano y por una relación amorosa dañina. Casi cincuenta años después, el título de la ópera prima de Pichon-Rivière parece remitir a una escena memorable de Heroína, donde la protagonista se desmorona en un congreso de psicología ante un simulacro improvisado en torno a la vociferación de la palabra Mamá.
La protagonista de la ficción nacional que se estrenó el primer jueves de 2021 también clama por su madre en una situación crítica. A diferencia de la veinteañera Peny que compuso Borges, la pre-adolescente Cleo a cargo de Milstein llama en voz baja, acaso porque la compañía de su tía y sus primas pone a raya la desesperación.