Revista Opinión

Relatos. Chicotá

Publicado el 19 marzo 2013 por Cspeinado @CSPeinado

Farolillos en el paso de Semana Santa

Foto de Internet.

Azahar, murmullos. Mantillas negras de rocambolescos encajes. Guantes de malla negros sujetando cirios de tiniebla y rosarios de cuentas preciosas. Cruces de plata que, pendiendo de su cadena, adornan escuetos escotes que niegan lo que esconden. Nubes de incienso empapan de aromas de benjúi, mirra y vainilla el entorno donde el paso descansa. El enorme barco de barrocas volutas bajo la cual, ansiosos y a la espera, las almas de los hermanos costaleros descansan, prestos a la voz del capataz. Costaleros, nazarenos y hermanos que con el costal calzado y las alpargatas ceñidas esperan la orden de avanzar. Silencio. Capillitas con traje y corbata. De engominados rizos, doradas insignias de sus propias hermandades. Sellos de oro. Cigarrillo rubio a la espera de la procesión. Sentir de primavera que inunda las inmediaciones del templo. Atardecida con aromas de almendra y naranja. Jueves Santo en la tarde que acojerá en breve a la Cruz de Guía portada por penitente de antigua afilación flanqueado por faroles de tililante llama.

Portón.
Toca abrir. Toca llamar. hermano mayor tocado de capirote, caperuz, cíngulo y túnica. Dorada medalla y bastón de alpaca. Orfebrería sacra que porta el dignatario y con la que golpea las enormes puertas de la Iglesia. Silencio e incertidumbre. El día se va entre humaredas de tabaco que aquellos que debaten cual paso, que banda o que túnica está más conseguida en ese periodo místico que es la Semana Santa. Silencio en el chirriar. Fuertes sonidos de cerrojos descorriéndose. Goznes oxidados que anclados en el tiempo hacen girar sobre ellos las pesadas hojas de un portón de siglos que, un año más, dejará salír la pasión esperando pacientemente a que ésta vuelva unas horas después. Voces calladas. Capataz que con voz ora imperante, ora amorosa impele a sus hombres a adaptarse a la trabajadera. Cuerpos que se alzan colocando su cervix bajo el pesado travesaño. Paso enorme que calza la buena cincuentena de devotos que hacen crujir la madera colocando el píe derecho en posición de avance. 
Segundo capataz que transmiten a pateros, costeros, gúias y contraguías las órdenes oportunas que sacaran el imponente misterio a la calle, donde el pueblo espera al Mesías en su puntual cita, un año más. Llamador que representa un ángel dorado que sujeta los atributos de la pasión. "¡A esta es!" Inconfudible llamado para certificar el entendimiento de la ordén. Dos toques del llamador la precedieron. Inflamados recuerdos y dedicatorias de la levantá, la marcaron. Ahora llega la hora de la verdad. Hora de mostrar que ensayos, devoción, entrenamiento y pasión son, en manos del equipo humano que palpita cómo un sólo hombre, da sus frutos en la estación de penitencia. Paso que se levanta con vigor, alzándose al suelo para caer, cómo plomo liviano, sobre los cuellos de los principales protagonistas, los costaleros los hermanos. Siseo mínimo de esparto rozando el suelo. Alpargatas de devoción que acarician el suelo cómo no queriendo hacer ruido, cómo mostrando respeto por la imagínería que portan y que es devocionario de todo el barrio.
Apunte.
Ya se ha perdido la Cruz de Guía por la calle abajo. Faroles, estandarte, guión, ciriales y bocinas. Cada uno con su tramo de penitentes con velas encendidas avanzaron en silencio en busca de la Tribuna. Sólo queda por salir el barco. El enorme paso que con no menos cuidado, sale de la iglesia intentando no arañar la vieja piedra que forma la compuerta. El portón es justo más suprema la pericia del capataz. Capaz de guiar a ciegas a esos hombres que en silencio sacan el Misterio a su pueblo, a su ciudad. Tililan las llamas de los múltiples guardabrisas que al Compás de la Laguna, de fe y de esperanza espera, en todo el ámbito y cómo un año más que el templo regurgite aquel inmeso bastión esculpido de la Pasión de Cristo. Centimetros angustiosos para terminar de salir. De dar al pueblo lo que busca. De someterse al desfile de sentimientos, saetas, marchas y silencio. Centimentros que marcan, el final de un trabajo que durando todo el año volverá a dar comienzo cuando el paso vuelva a su templo.
Apunte de corneta. Alargado y majestuoso, nada vacilante y sin duda ostentoso. Apunte primario de la Marcha Real que, una vez fuera el trono debe de marcar la marcha que acompañará, cómo sentido homenaje y no menos importante presentación, los honores de los que Jesus el Cristo se hace merecedor. Apunte ahogado en un golpe de tambor, que hace emanar de cien voces de metal, la marcha primordial que da inicio y esplendor al largo transitar de la procesión. Marcha Real, antiguo himno de España que sin embargo de la noche de los tiempos emana para dar buena compaña a ese enfervorecido observar de la anual salida. Tonos musicales breves y profundos que dan la acometida al inicio de desfile en que el capataz va a dejar que el paso fluya entre el mar de personas que lo vienen a contemplar. Tambores y caja, cornetas y fliscornos que elevan al cielo sus notas, entremezcladas de incienso, entre tímidas velas que se doblegan ante la majestuosa Luna de Parasceve que alumbra la salida. Ya la tarde se ha ido y la noche se cierne, cómo el pesar de la cricifixión.
Pasión.
Golpe de caja fuerte y domiante. Centra la Marcha Real en suy culminación para dar paso a la marcha que debe de ayudar, pasito corto, pasito alante, al paso a vanzar. sólo unos metros, pavoneándose de esa pericia que dan los años. Paso pesado y largo que durante un año, durante muchos años, duerme el sueño que le impele a despertar sólo en aquella ocasión en que debe de portar al Creador. Ya la procesión se va alejando, del mismo modo el Palio, guardando a la madre de Dios, tras el paso de Cristo el espectáculo repitiño y con su marcha en pos de notas de banda, se va alejando, con el corazón en vilo, detrás de su hijo. Pasos legítimos de la devoción, exposición anual de la religiosidad popular que va buscando entrecalles nuevos puestos desde donde avistar, el paso de la procesión. Ciudad que se vuelca en esa experiencia. Que denota la sapiencia de saber valorar el enorme patrimonio artísitico y espiritual que guarda tal muestra de piedad. Y asíel templo queda vacio y emplazado a esperar mientras la solitaria luz de una vela, aguarda, de Cristo, el retornar.


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