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Salvo los del primero izquierda, y a pesar del calor, esa noche todos se fueron a la cama contentos y en paz. Y al día siguiente afrontaron la vida con una sonrisa. Cada cual con sus penas y alegrías excepto, en este caso, Juanín que, por su edad, estaba libre de sopesar lo vivido. La capacidad de ver la muerte, que es la mayor pena del hombre, es directamente proporcional a la edad.
A quienes más costó abrir el ojo fueron Reme y Gertru que, haciendo oídos sordos a las quejas de la señora Casta la noche anterior, estuvieron de cháchara hasta las tantas, sentadas en los peldaños de la escalera, a oscuras. Entre sentimientos, sueños y dudas entretejieron sus vidas que imaginaron paralelas para más deleite de las propias protagonistas. Esa noche, entre susurros y risitas, se fabricaron un futuro a medida, ajenas a la certera frase que reza: si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes .
De esa conversación, a la hora bruja, sacaría Gertru la sensación de que lo que vivía era real y no un ensueño placentero, y que después de sus malas experiencias recientes, se abría la posibilidad de ser feliz. Hasta ese día, su único sueño había sido no ser desgraciada. La sociedad y el estatus social en que estaba inmersa permitían, como mucho, ese objetivo. La proposición de don Mauro era una trampa que el destino hacía a la circunstancias. Por el contrario, Reme, sí había soñado con un príncipe azul, aunque vestido de carbonero, de zapatero o de carpintero. Ya era "un logro para una pobre cojita casarse con un hombre de bien", como dirían en su momento las malas lenguas. La Reme sí había soñado con formar una familia como la suya. Sin más pretensiones que imitar lo vivido. En su caso nadie había hecho trampas para que conociera a Venancio. Por ello no envidió a su amiga, sino que compartió con ella sus sueños que también acababan en boda de sus correspondientes hijos: "¿Te imaginas, Gretru?".
Y no es que Dios sea un taimado espantanublados , no, es que la vida es un juego en el que participan tantos jugadores que es imposible determinar un resultado fiable. Apostar en este juego no sirve de nada, todos perderíamos, pues tan solo hay una cosa cierta, y no tiene nada que ver con la vida.
Joselillo, el hermano de Venancio, no tenía responsabilidad alguna si no era la de cargar y descargar la mercancía, y ayudar a montar y desmontar el puesto. El resto de obligaciones recaían sobre el mayor de los hermanos. Bien es verdad que cuando se aglomeraban clientes delante del puesto, lo que ocurría rara vez, echaba una mano, siempre que no hubiera que usar la romana, ya que tan solo sabía contar hasta tres, y tres cuartos de judías verdes, le sonaba a chino. Las más de las veces, se sentaba en la trasera del carro con los pies colgando, nunca quietos, y se imagina el oficio de los maridos de las clientas. Pocos hombres se habían acercado al puesto, por no decir ninguno. También desde esa postura llegaba a la de acostado y, de vez en cuando, sobre todo durante el buen tiempo, echaba un sueñecito. Levantarse con el sol tenía su precio. Las menos veces, deambulaba entre los demás puestos y artesanos, algunos sentados en el suelo, y se quedaba un rato con la vista fija en algún objeto o herramienta. Una de las cosas que más le gustaba era el olor que se desprendía del trabajo del hojalatero mientras restañaba una cazuela o un barreño. Pero a la tarde era otra cosa. Allí en el huerto trabajaba duro, con su tío siempre encima, y siempre con una bronca en la boca por no hacer las cosas "como es debido", según las propias palabras del tío Eliseo. Pero hete aquí que una mañana en la plaza de Olavide cuando Joselillo hacía su ronda de distracción, encontró una peonza en la albitana de un árbol medio oculta por sus raíces. En un primer momento pensó en preguntar a quien atendía el puesto de al lado, pero se lo pensó mejor y la peonza acabó en el bolsillo de su pantalón. El hijo del alcalde de su pueblo, Manolíto, motejado el Sardina, se encaprichó de ella y le ofreció cinco reales, porque Joselillo no había tragado con los cuatro de la primera oferta. Eso le hizo pensar y posteriormente actuar. Las siguientes peonzas no se cayeron solas del puesto donde se vendían utensilios de madera para guisar, morteros, zuecos, mazos, mangos para herramientas, tiradores, cuencos, etc. Y así montó Joselillo su primer negocio que le llevó a ganar más de un duro, porque, a partir de un momento determinado, las peonzas cambiaron de sitio en el puesto del carpintero, y fueron inaccesibles.
Esa mañana, Gertru cubrió la ausencia de Reme en las labores de limpieza de la escalera mientras que ésta hacía una visita, como el que no quiere la cosa, al mercado de Olavide. Y si se fue contenta, volvió más. No, la sonrisa de Venancio no era un espejismo, estaba ahí, en esa cara morena, huesuda y barbilampiña, y en la que uno de sus ojos se cerró al verla, y en la que su boca gritó más fuerte las cualidades de sus productos. Era el canto del macho al ver a su hembra, su alegría por ser correspondido. La Reme no se acercó al puesto, ya había comprobado desde lejos lo que quería. Se dio la vuelta, y, dentro de sus posibilidades, trotó alegre como una niña. En su retorno todo le pareció más luminoso y colorido: el mercado, los vestidos de las mujeres, los tranvías, las hojas de los árboles, los geranios de los balcones, sus persianas, los escaparates, los relucientes simones y sus caballerías enjaezadas, las flores en las solapas o el cabello, todo era más hermoso que ayer, que un rato antes.
Llegó jadeante y llena de energía al portal. Con esa misma rapidez y soltura subió hasta el segundo piso donde Gertru pasaba el escobón por los peldaños de madera.
-Deja, Gertru, ya sigo yo.
-Vale, vale, no empujes, mujer.
-Sí, vienes que lo tiras, hija.
-Es que ma guiñao un ojo.
-Pues no sé yo que te va a pasar cuando...
-Calla, chica, que te puén oír.
-Iba a decir cuando te cierre los dos.
-Ya, menuda eres tú. A que llamo al primero derecha -amenazó la Reme con una sonrisa cómplice.
-Anda, tú, pues llama. Con correr escaleras abajo...
-Para, a ver si te caes y tenemos otra desgracia. Que contigo nunca se sabe...
-Y tú, si supieras leer, verías questamos en el segundo.
-Oye, que yo seré analfabética, pero no boba.
-No, como has venío descolocá...
-Bájate al chiscón con mi madre, a ver si necesita algo, anda.
-Que te quiero mucho, que eres la mejor amiga que hay. Y que...
-Anda, anda, como si tuvieras docenas... Tonta.
Ninguna de las dos sabía que eran oídas. La señorita Paulita, tan prudente siempre y tan observadora, no se perdió ripio de la alegre conversación de las jóvenes. Después de salir del tercero derecha, no cerró la puerta para no interrumpir la conversación. Mujer inteligente dedujo que, al menos una de ellas estaba recién enamorada y que no sabía leer ni escribir. Con una sonrisa bobalicona expresó la alegría que le había producido escuchar esa conversación tan alegre como cariñosa. Esta humilde mujer disfrutaba de las cosas más pequeñas de una manera poco corriente. Siempre dispuesta a ayudar, cuando llegó a la altura de la Reme, que barría las escaleras, y después de saludarse, se ofreció a la barredora.
-No he podido evitar oírte decir que eres analfabética -la anciana no quiso corregir a la joven-. A lo mejor querrías aprender a leer y a escribir, y dejar de serlo. Es muy fácil. Yo, que he sido maestra muchos años, te lo puedo asegurar. Mi hermana y yo podríamos enseñarte. Así podrás escribir a una amiga, a tu novio, si es que lo tienes, nunca se sabe. Amén de que podrás leer periódicos y libros, el nombre de las calles... Es muy útil y gratificante, te lo aseguro.
-Ay, señorita, es usté mu amable. Pero no quisiera ser un escorzo para ustedes.
-No nos escorzarías para nada, hija. Tenemos todo el tiempo que Dios nos da, y nos gusta emplearlo para bien.
-¿Se lo puedo decir a mi amiga Gertru?
-Claro. Podéis subir la dos una hora todos días, de diario y aprendéis juntas. Es más divertido que hacerlo sola.
-Muchas gracias, señorita, se lo digo a mi madre y la contesto a usté.
-Me parece muy bien, Reme. En eso quedamos entonces.
Reme estuvo pendiente y cuando creyó que la señorita Paulita había salido a la calle, bajó todo lo rápido que pudo y entró en la portería con el ímpetu de un toro.
-Gertru, ¿quieres aprender a leer y a escribir?
-¿Y quién va a enseñarla, tú? -contestó la señora Casta siempre irónica.
-No, madre, la señorita Paulita, me lo acaba de decir.
-Lo que me faltaba pal duro, ahora voy a tener dos leídas en casa. Anda, deja la escoba que vamos a comer, si no se os va a hacer tarde para ir a casa de doña Consuelo.
La señorita Paulita volvió enseguida de comprar el pan y contó a su hermana el encuentro con Reme. Y aunque esta última era más arisca aceptó con agrado el nuevo proyecto de la hermana. Estas mujeres formaron parte de aquel grupo de honrosas personas que, sin estar en el frente, se jugaron el pellejo cuando el deporte nacional en Madrid consistió en el tiro al cura o a la monja. Lógicamente tomaron partido por los que se alzaron contra el gobierno legítimo de la República, que también enarbolaron la defensa de la religión católica. Y es curioso como otros que se alinearon con los nacionales también jugaron al tiro al plato, y sustituyeron, en este caso, la pieza de loza por homosexuales, poetas o cualquiera que no levantara la mano al estilo del saludo nazi.
La señorita Pepita, durante la guerra civil, mandó tapiar una de sus habitaciones y dejó una especie de butrón que tapó con un mueble aparador de la época. En aquella habitación metió a dos curas y tres monjas. Por la noche, salían a hacer sus necesidades y celebraban misa en el comedor en el mayor silencio y oscuridad posibles. Quizá estas cinco personas debieron la vida y algo más a esta mujer que llegó a ver, para escarnio de las buenas conciencias, cómo era denunciada por asistir a misas clandestinas. Mentira para quien denunció, aunque verdad en el fondo. Y quiso la suerte aliarse con ella, y gracias a ser mujer mayor e hija de militar condecorado y muerto en acto de servicio, salvó el propio cuello, y el de sus huéspedes furtivos. Posteriormente, y tras la victoria del pequeño generalísimo, ella misma fue a avalar a las personas que le habían denunciado, cuando los vencedores se erigieron en purgantes ideológicos de los vencidos. El cuento de la rana y el escorpión también tiene otra lectura, según la señorita Pepita. Y es lo que dota a nuestra especie de un valor diferenciador. Es el individuo el que marca el destino de esta particular especie. La masa (y no el grupo) es lo que destruye al individuo. Por ello, ciertos estamentos intentan convertirnos en ganado humano y arrancarnos la individualidad, la razón de ser, y trocarla en la sinrazón de pertenecer a una grey informe cuyas normas nos imponen de gratas y muchas maneras. Y esto no ocurre sólo en occidente, en oriente también está a la orden del día. El fenómeno es ecuménico. Tener (o imponernos) un enemigo común, una masa enemiga común, permite a estos estamentos negocios y poderes que de otra manera no conseguirían. Pero no todos somos iguales, gracias a nuestros genes. Señoritas Pepita hubo, hay y habrá muchas, y ofrecen tal resistencia a estos menesterosos del mal, que todavía no han podido con el individuo, con el homo sapiens o la femina sapiens. Y ahí siguen, entre nosotros, los ejemplares únicos que conforman nuestros prójimos, bajos, altos, negros, cobrizos, heterosexuales, homosexuales, hombres, mujeres, niños, adultos, religiosos, ateos, conservadores, progresistas, aventureros, caseros, monárquicos, republicanos, cocineros, glotones, miedosos, valientes..., todos con el mismo valor intrínseco. Lo único que nos diferencia son nuestros actos, no el grupo al que pertenecemos por voluntad o nacimiento, y menos a la masa que conformamos cuando perdemos nuestra identidad.
-¿Me acompañas, no? -preguntó doña Carmina a su marido.
-A ver. Lo que le ha pasado a esa mujer es una desgracia. Habrá que echarle una mano.
-Ya se la echo yo, seguro que a Candela le contagio mi alegría. Soy especialista en eso.
-No creo que en sus circunstancias la pegues nada positivo, si acaso un susto si tiene hipo.
-Uy, tú no me conoces.
-No, llevo contigo casi cincuenta años -contestó irónicamente don Cirilo .
-Es un decir.
-¿A qué hora salimos?
-Ya.
- Pero...
-Te dije ayer que salíamos a las cinco, pero como vives en tu mundo, para ti sólo existen los libros y tu pintura...
-Bueno, me visto y salimos.
-No corras, que todavía no me he arreglado yo.
Después de las prisas de la mujer, el hombre hubo de esperar más de diez minutos para salir a coger un coche de punto que les llevara a casa de su amiga Candela. Les abrió el servicio y encontraron a su amiga sumida en la penumbra de una salita con un pañuelo entre los dedos y hecha una Magdalena . Don Cirilo vio el panorama y, como imaginaba por donde iban los tiros del marido, se fue a la cocina y dejó solas a las dos mujeres.
-Mujer, descorre las cortinas, que entre la luz y la alegría a esta casa. Así no consigues nada.
-No, no abras, Carmina, por favor. Me molesta mucho la luz.
-Venga mujer, hay que animarse. Descorro una sola y a tu espalda, ¿vale? -sin esperar respuesta doña Carmina descorrió una pesada cortina -. Así estaremos mejor.
-Tú sí, pero yo...
-Venga, arriba, Candela, que no se acaba el mundo. Pero hay que ver como son los hombres. Vaya disgusto. Bueno, ¿y cómo estás tú? Aunque ya te veo.
-Deshecha. Nunca hubiera pensado que mi Carlos desapareciera así... Y con una mujerzuela.
-¿Y cómo sabes eso?
-Por esa carta de mi hermana -doña Candela señaló unas hojas dobladas sobre la mesita baja, junto al juego de café - . A ella todavía no le han puesto teléfono en Zaragoza. Y por otro lado, según me cuenta en ella, no hubiera sido capaz de decírmelo de viva voz.
-¿El qué?
-¿El qué? -esta vez el sollozo fue más escandaloso.
-Tranquila mujer, tranquila...
-Pues que ella, mi hermana, en la estación, cuando se iba... Me había venido a visitar por mi cumpleaños... Bueno, que eso, que estaba en la estación y le pareció ver a Carlos. Se acercó para saludarle y se encontró con la escena.
-¿Qué escena? Sabes que soy una tumba.
-La de Carlos y ese pendón. Mi hermana se quedó helada y reculó. Vio como la besaba y como ella le acariciaba la cara y le devolvía el beso en los labios. Mi hermana me cuenta que se les veía muy felices y acaramelados. Totalmente despreocupados, como si no les importara nada.
-No me extraña que lo tengas tan claro.
-Eso y el desfalco en la empresa.
-¡Madre mía, Candela!
-Me lo ha dicho la policía al llamarles cuando ha llegado la carta.
-Cómo estarás. No me extraña. Siempre habías dicho que para ser feliz te bastaba con que él lo fuera, como debe ser. Y mira como te lo paga.
-¿Y tu marido, Carmina?
-Que yo sepa no tiene querida -malinterpretó la pregunta doña Carmina - . Bueno, sería imposible, está todo el día en casa, con un libro o con el pincel. Él necesita poco para ser feliz. Es muy afortunado.
-No, no me refería a eso. ¿Que dónde está? Porque ha venido contigo, al menos me ha saludado.
-Ay, hija, sí. Para una vez que me acompaña a un sitio... Creo que se ha quedado hablando con el servicio, tiene unas ideas un poco socialistas, ¿sabes? -doña Carmina bajo la voz, como si fuera un pecado ser de esa ideología -. Supongo que ha pensado que te sentirías incómoda si él estaba presente en la conversación. De todas formas ha siso idea suya venir a verte. Para Cirilo, lo primero son los amigos, y lo demás va detrás, como yo.
De camino al trabajo vespertino la parejita seguía contenta e ilusionada. Mucho habían vivido en dos días, y no estaban acostumbradas a tantos sucesos, y menos tan buenos.
-¿De verdá que vamos a aprender a leer y a escribir, Reme?
-Eso ma prometío la señorita Paulita. Ha sío maestra en las Damas Negras, ¿sabes?
-¿Y eso qué es?
-Un colegio de señoritas de alto cohete. Ella ha dicho ques mu fácil.
-Y, aunque ellos no saben leer, podré escribir a mis padres. Aunque no sé yo si la dirección...
-Anda, pues claro, a tus padres y a quien quieras.
-La verdá es que desde que me mudé a vivir con vosotras todo han sío alegrías. Bueno, menos lo de tu padre, claro. Pobrecito... -. La Reme no quiso recordar a su amiga el incidente del navajazo, tampoco había necesidad si ella ya lo había olvidado, así que salió por los cerros de Úbeda .
-Oye, que no se tescape lo de la verbena, ¿eh?
-No, ni a ti tampoco.
Otra sorpresa les esperaba tras llamar a la puerta de su jefa. Y con toda su llaneza la expresaron.
-Anda, ¿y tú quien eres?
-Buenas tardes. Vosotras debéis ser Gertrudis y Remedios.
-Me llamo Susana y soy sobrina de la señora Patrocinio. No sé si la conocéis, es portera en...
-Sí, sí que la conocemos. Es la portera de una casa en la que serví.
-Yo la conozco de vista, pero nunca he hablao con ella. ¿Doña Consuelo está?
-Sí, me ha dicho que os abriera. Está en el gabinete. Pasad.
Susana se adelantó y las guió como si ellas no supieran donde estaba la habitación donde cosían todas las tardes.
-Uy, qué fina, el ga bi ne te -silabeó y susurró la Reme al oído de su amiga y ambas contuvieron la risa.
-Hola, buenas tardes. Veo que ya os habéis conocido. Susana va a venir los martes y los jueves para ir cogiendo el hilo. Así cuando te pongas de parto, Gertru, no notaremos tu ausencia. Y entiéndeme bien. Tú sabes que te echaremos de menos.
-Pero, bueno, ¿no ibas ayer al médico?
-Ah, sí, claro. Perdone, doña Consuelo, como todo va bien no me acordaba -los colores se le subieron a Gertru, que terminó con unas toses forzadas.
-Cuanto me alegro, hija.
-Y ya no tié que volver, el doctor Ullastre le ha dado la alta.
-Y se la dejado en casa.
-A la alta, Reme. Se dice el alta médica.
-Ah. ¿Y qué más da?
-Dejémoslo y pongámonos con la labor. Sino, sois capaces de estar las cuatro horas de palique. Voy a por ella. Ay, Señor cada vez me cuesta más levantarme. Y tú, Susana, pon la radio.
Cuando doña Consuelo salió del gabinete, Reme, dolida por la corrección no pudo por menos que devolvérsela.
-Le dijo la sartén al cazo (5) . Si es ella la que no calla ni para de preguntar. ¿Y qué la hubiera costao encender a ella la radio? Tié que molestar a otra.
-Calla, chica, que te va a oír. Menudos humos traes tú hoy.
Susana bajó la cabeza y sonrió. Gesto que la pareja de criticonas vio perfectamente.
Feliz había acabado el día anterior y feliz iba a acabar el presente, aunque no para todos. Otra cosa iba a ser el de día mañana. Éste sería recordado durante mucho tiempo por los madrileños gracias a los periódicos y al suceso que publicaron en la edición vespertina. Y en particular al Heraldo de Madrid que fue el primero que publicó la noticia, gracias a uno de sus reporteros gráficos que, casualmente, pasaba por el lugar de los hechos cuando se oyó la detonación, disparo que se llevó por delante a una vecina de la capital. Lo que no publicarían nunca los noticieros debajo del título "EL ASESINATO DE LA CALLE ESPAÑOLETO" sería la gota que colmaría el vaso del asesino para llevar a cabo el parricidio, y su posterior suicidio. Como en su momento diría la señora Casta, "las armas sólo traen disgustos", aunque en este caso sólo harían menos cruentas y más rápidas las dos muertes acaecidas. Si en aquellos tiempos se hubieran llevado estadísticas de los delitos de género, éste hubiera engrosado las mismas, a pesar de que no correspondiera a este capítulo, sino más bien al de los delitos en defensa propia y ajena.
(1) Si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes. E sta frase se le atribuye a Guillermo Arriaga Jordán, escritor, guionista, productor y director de cine mexicano.
(2) DRAE, 2014, " espantanublados: 1. m. Persona inoportuna que interrumpe una conversación o descompone un proyecto. 2. m. coloq. Tunante que andaba con hábitos largos por los lugares, pidiendo de puerta en puerta y haciendo creer a la gente rústica que tenía poder sobre los nublados.". Ya lo recoge el diccionario de Autoridades de 1732, aunque solamente con la segunda acepción del DRAE.
Estar hecha una Magdalena. Supongo que todas sabemos de donde viene esta frase proverbial, sí, de María de Magdala, la prostituta más famosa anunciada por la Biblia. Lo que quizá sea más curioso es porqué se llaman así esos bollos tan característicos y caseros (hoy menos). Como goteaban mucho al ser mojados en leche o en café, se tomaron esas gotas como lágrimas y como la religión estaba presente en todo, si lloraban (goteaban) mucho, pues era como la Magdalena que tanto lloró por sus pecados al conocer a Jesús de Nazaret. Fuente: (?) no recuerdo donde lo leí.
(4) Por los cerros de Úbeda. Hay varias versiones sobre el origen de este dicho que aparece en el Vocabulario de Correas, en el diccionario de Autoridades e incluso en el Quijote. En el Porqué de los dichos de J. M. Iribarren se hace mención a un alcalde de esos lugares que perdió el seso por una garrida moza que vivía en los altozanos de esa localidad jienense, y cuando no estaba a lo que tenía que estar le decían "No se vaya usía por los cerros de Úbeda". Otra opinión afirma que esta expresión tiene origen en el año 1231, en el que el rey Fernando III de quiso reconquistar Úbeda. Preparó un gran ejército para derrotarlos, pero un grupo de hombres, bajo el mando del capitán Álvar Fáñez "el Mozo", no apareció cuando se le precisó. Tras el éxito del rey, el citado capitán se disculpó y adujo en su defensa a que se había perdido por los cerros de Úbeda.
Le dijo la sartén al cazo: no te acerques que me tiznas. Podemos leer en El Quijote: "- Paréceme -respondió Sancho- que vuesa merced es como lo que dicen: 'Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá, ojinegra'. Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos", (Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha (II-cap. 63, pág. 1063, edición del IV centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004). Que quizás sea el origen de este refrán. Si bien en Hispanoteca.eu se citan dieciocho versiones del mismo, tal y como lo decimos ahora, al menos en Madrid, parece ser que lo divulgó Samaniego, según leo en etimologías.com: "[...] origen parece estar en cambio en una fábula inédita de Samaniego, que se quedó fuera de sus célebres "Fábulas en verso castellano" por la censura del editor. [...] se dice: "- Eres mezquino, que permites que te quemen el culo cada día (le dijo la sartén al cazo)". El editor consideró que una frase de este tipo era inadecuada en aquel momento, [...]. Samaniego, que se mostró muy contrariado por la que él consideraba "una de las mejores fábulas de la colección", la hizo circular en libelos y pasquines que al final consolidaron la expresión en el habla cotidiana".