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El listo del autor ha metido la pata hasta el corbejón. Ha publicado en mal orden las entregas XX y XXI. Cosas que pasan. Es decir, se ha comido una entre el XIX y la XXI que debería haber sido la XX, pero con este número está publicada la semana pasada la XXI. Y como no sabe cómo arreglarlo, ha optado por re-publicar el XX (erróneo) como XXI y la entrega que se ha comido como XX. En este XX que es el correcto ocurren situaciones que pueden explicar las futuras, por eso la publico. Ahora bien, también publico, aparte, la que sigue a la antigua XX que ahora es la XXI, y que cierra el lío como la XXII. Espero haberos liado tanto como me he líado yo. En definitiva, me he comido una entrega que es la de aquí abajo, y para que no se pierda el hilo, a continuación dejo la que debe continuar y que ya habéis leído, y publico la XXII en otro post. Lo siento de verdad, soy un desastre.
Todo el vecindario quedó sumido en un estado de indolencia. Nadie se lo podía creer. Se saludaban en la escalera con susurros, y al pasar por la puerta del primero izquierda apretaban el paso, como si quisieran huir de lo que muchos vieron en el comedor de esa vivienda, gracias a que la portera abrió esa puerta. Y lo que algunos leyeron en los diarios, amplificado por la pluma deformadora de hechos, produjo cierto enfado. Ni la casa estaba maldita, ni los vecinos querían ser protagonistas de sórdidas historias inventadas. Tardaría tiempo en entrar en aquel edificio la rutina acostumbrada. Hasta que los curiosos y los reporteros dejaron de visitar el inmueble. Si bien la muerte del matrimonio pasaría a los anales de los crímenes más famosos de la historia de este país.
Mientras, en la Escuela de Matronas y Casa de Salud Santa Cristina, donde, aparte de la enseñanza teórica y práctica de las futuras matronas, se buscaba el alivio de mujeres desvalidas, las noticias sobre la Gertru pasaban del "no corre peligro" al "lo siento, ha perdido el niño" y al "se recuperará, pero...". En estos casos, el pero es lo peor. Nadie sabía interpretarlo y a todos les daba miedo preguntar por él. La Reme no se movió de la cabecera de la cama donde yacía su amiga hasta que la señora Casta, el domingo siguiente, la obligó a hacerlo. Mientras, comía de lo que don Mauro llevaba y compartían en silencio. El estado de shock en el que entro la Gertru duraría unos días. El doctor Ullastres, en calidad de amigo de don Mauro, pasó también por allí y se felicitó de haber tomado la decisión de enviarla a la calle O'Donnell, al recién inaugurado hospital.
Pero no solo ese fatídico día convulsionó la vecindad de la calle Españoleto, también, en el pueblo de Pozuelo de Alarcón, ocurrieron acontecimientos que marcarían el devenir de muchas personas. Y su origen, como muchas otros hechos de importancia para las personas, fue una chiquillada.
La tarde que sucedió a la mañana famosa, y como todos los días, Venancio y Joselillo recogieron los productos no vendidos y el carro. Uno más feliz que unas pascuas y el otro mirando a hurtadillas la felicidad de su hermano. Durante el camino de vuelta el mayor no podía ocultar que todavía tenía en los labios el sabor de la Reme. Hasta el punto de que el único espectador de la escena amorosa que, normalmente callaba durante el viaje, le espetó:
-Tiés una cara bobalicón que no es normal, chaval.
-Tú que sabrás, pequeñajo.
-Seré pequeño, pero sabo más de lo que tú te crees.
-Que se dice yo sé y no yo sabo. Que no sabes ni hablar, chavalín -corrigió sonriendo Venancio, lo que enfadó a su hermano.
-Te vas a enterar, chavea.
-¿De qué! A ver ¿De qué me voy a enterar?, listillo.
-Le voy a contar a tío Eliseo lo del besito desta mañana tras el carro -dijo con retintín Joselillo.
-Como se te ocurra, te haces los viajes detrás del carro, andando, como la burra.
-¿Y quién me va a impedir subirme?
-El menda, y espérate no te de un empujón y tengas que volver a pata, chivato asqueroso.
Viendo la marea que se le venía encima, Joselillo ció y se parapetó en su silencio habitual. No hablaron más hasta que casi habían llegado a su casa, que fue cuando Venancio recordó su amenaza.
-Ya sabes, si no quieres cansarte, achanta la mui.
-Eso será si me da la gana, imbécil.
-¿Imbécil? -. Tras la pregunta vino el empujón, y Joselillo dio con sus huesos en tierra.
Se hizo daño, pero su orgullo tan herido como su rodilla, le hizo levantarse, y con lágrimas en los ojos, que ocultó a su hermano, corrió hasta la cercana casa en la que desapareció. A Venancio le tocó desenganchar a Perla y ocuparse de ella, así como descargar y limpiar el carro, por lo que llegó tarde a la mesa.
El tío Eliseo era muy estricto en este punto. Le gustaba que se comiera en familia y presidir la mesa. La idea que este hombre se forjara de joven no impediría que se responsabilizara de dos chavales y una mujer con la que no tendría trato carnal. La muerte de su hermano menor echó al traste los planes de irse a la capital y encontrar allí más comodidades y un trabajo menos esclavo que el de agricultor. Había asumida esa obligación al prometérselo a su hermano en su lecho de muerte. Y cuántos días se arrepentiría de haber contestado que sí a la última pregunta que le hiciera su hermano. Hombre de palabra, nunca pensó en no cumplir lo prometido. Pero ello no evitó su dolor por sentir que la vida que vivía era la de su hermano y no la suya. Llevaba a los chicos más derechos que una vela. A la mujer no hacía falta decirle nada. Cumplía en exceso sus labores, agradecida de que sus hijos tuvieran donde caerse muertos y un futuro, que si bien no era de príncipes, sí les permitiría ganarse el pan.
-Estábamos esperando a que el señor marqués tuviera a bien sentarse a la mesa. ¿No sabes que en esta casa se come siempre la misma hora?
-Perdone tío, es que he tenío que hacer yo todo solo. No sé donde estaba el vago este -. Venancio sumó al insulto un pescozón en la cabeza del hermano.
-El vago, como tú le llamas, estaba contando al tío Eliseo tus andanzas en la capital.
-Lo que tenía que hacer Joselillo es ayudar más y meterse en sus cosas.
-A mí no me contestes así, Venancio, que te quedas hoy con hambre.
-Eliseo, por favor -quiso interceder Lorenza por su hijo.
-Calla mujer, aquí se hace lo que yo digo, y que yo sepa, nunca he dicho a naide que pué dejar el puesto solo y ponerse a besar zagalas. Vamos digo yo. ¿O no?
-No, tío, le pido otra vez perdón. No volverá a pasar -la mirada que echó a su hermano fue de las que matan. Y por como se sucedían los acontecimientos, Joselillo ya se arrepentía de haberse ido de la lengua. Se sentía más cómodo del lado de su madre y de su hermano que del otro que ahora sufría.
-Bien, así nos entenderemos mejor. Hasta el domingo, cargas y descargas tu solo. Este que se ocupe sólo de la Perla. Y si llegas otra vez tarde a comer, te quedas en ayunas. ¿Estamos? Pues a comer que ya sa hecho tarde, cojona. Venga, Lorenza, sirve, haz algo.
Al tercer día la Gertru abrió los ojos. Y por la tarde ya sabría que el fruto de su violación se había perdido. La noticia le sumió en un estado de indolencia lógico. No recordaba nada de lo que había pasado. Los médicos la informaron de que había perdido mucha sangre y que le habían practicado un legrado, pero que eso no impediría tener otros hijos. También le informaron de que, aun con riesgo para su vida , habían tenido que hacerle dos transfusiones de sangre, una de su amiga y otra del caballero que la visitaba todos los días. Una vez que los cirujanos se fueron, la Reme, que había estado presente durante las explicaciones, quiso animar a su amiga, siempre con la crudeza que la ignorancia dota a los consuelos.
-Ves, todo va bien, Gertru. Además, tas quitao un poblema dencima. Que se jorobe el señorito ese, que su mal linaje no continuará. Así que tranquila y a ponerte buena.
La Gertru seguía conmocionada por el accidente, por las noticias que recibía y por los comentarios que le hacían.
Don Mauro la visitaba todos los días y algunos aparecía con flores, otros con bombones que la accidentada no probaba. La Reme los repartía a todos los de su alrededor, sin distinción de cargo o estado. Hasta el punto que se ganó en el hospital el apodo de la Bombonera.
-No traiga usté más, don Mauro. Ella ni los prueba. Los tengo que repartir por ahí pa que no sestropeen. Y, además, deben ser mu caros...
-Las flores sí parece que lalegran. A ver si la ve usté un día despierta, aunque es difícil, anda to el día adomorrá, como si no quisiera despertar.
Y la percepción de la Reme era más exacta de lo que a primera vista pueda parecer. La mente de Gertru no entendía ya las agresiones que su cuerpo sufría, hasta el extremo de que una desconocida le hubiera tirado por unas escaleras. Tampoco entendía la incongruencia de quedarse embarazada a la fuerza y de perder un hijo que aún no sabía si quería o rechazaba. En una mente simple, en el buen sentido de la palabra, esos sentimientos implicaban caos. Y ella huía del caos de una forma inconsciente y simple a la vez, no se levantaba del suelo donde cayera después del incidente con doña Elvira. Y de ese alebrarse le rescataría el cariño de la Reme, de la señora Casta y de don Mauro. Sin esa relación de amistad, fraternidad y maternidad que nada exige, la Gertru no hubiera salido adelante. Por otro lado era asturiana, y como dicen los mineros asturianos: sólo nos arrodillamos ante Santa Bárbara.
Don Cirilo llamaba la atención en los puestos que compraba por ser el único varón que lo hacía. Le llamaban el Pintor, porque a las persistentes miradas a sus manos manchadas, él respondía con un breve "es que pinto". Y la verdad es que en ese, y en otros muchos sentidos, era una persona muy descuidada. Cuando volvió de la compra encontró a su mujer montando la labor sobre el bastidor arreglado.
-Sí, sí, muchas gracias. Fenomenal. Pero no me toques los trapos que tengo en la alacena. esos solo los toco yo. Si quieres algo, me lo pides, por favor. Me voy a la salita a bordar que ya he acabado de planchar, aunque no sé porque no lo doy fuera.No sé yo qué hubiera pasado si en vez de a ti, me hubiera dicho el médico a mí que no hiciera esfuerzos de ese tipo. Bueno, sí lo sé, que la tonta seguiría planchando.
-Carmina, venir cargado del mercado casi todos los días no es...
-Eso es un paseo, si no fueras a la compra, no saldrías de casa nunca con tus libros y tus pinceles. Hay que ser positivo, ver los vasos medio llenos, no medio vacíos, como haces tú. Ay, sin mi alegría esta casa parecería la funeraria. A mí la vida me pide más, y nunca me llevas a ningún sitio.
Doña Consuelo sufrió mucho la ausencia de la pareja de jóvenes. Ella y la Susana no eran suficientes para sacar el trabajo adelante. La chica, que ponía todo su empeño y tiempo, carecía de la experiencia para ser totalmente productiva, y ella y su vista por lo contrario. No eran lo que habían sido antaño. Por ello hubo de acudir a talleres para no dejar en la estacada a sus clientas. Aunque alguna protestara por el resultado de los trabajos que "no son de la calidad con la que me tiene acostumbrada, doña Consuelo". Por otro lado, también las echaba de menos por la escasez de información que sufría. En Madrid, y sobre todo en el barrio, no se hablaba de otra cosa que del crimen de la calle Españoleto. Y ella sabía que las jóvenes sabían. E intuía que el accidente de la Gertru estaba relacionado con él. Era mucha casualidad que las dos desgracias no fueran de la mano. Egotista ella, en sus meriendas sabatinas le gustaba destacar, ser el centro y sabía que sin información no lo sería. Incluso acudió a la tía de su aprendiza sabedora de ésta manejaba como nadie la información de la calle y de la policía. Por algo estaba casada con un guardia. Pero la señora Patro, en esta ocasión, sabía poco. La policía no se explicaba los motivos que habían llevado a don Jacinto a llevarse por delante, y de esa manera, a su mujer. Aunque sí entendían el suicidio, como todos. Y como todos obviaron a la Gertru, que acaso, su testimonio podía arrojar alguna luz a los motivos del salvaje crimen. Y tampoco tuvieron la intuición de doña Consuelo, porque, entre otras cosas, no eran conscientes del accidente de la joven. En el parte que el hospital mandó a la policía sólo se especificaba que los daños de la paciente antes citada, se habían producido "como consecuencia de un accidente en las escaleras de su domicilio". Y la Gertru seguía empadronada en la calle Luchana veintidós.
-Hijo mío, tu tío, desde la desaparición de tu padre, se ha hecho cargo de nosotros -decía Lorenza a Venancio-. Sé que no es un hombre fácil, pero yo sola no hubiera podido criaros a tu hermano y a ti. A no ser por él, seguramente hubierais acabado en la inclusa o en otro sitio peor. Tío Eliseo tiene sus rarezas y su forma de ser, como tú o como yo, pero no es malo. Siempre ha buscado lo mejor para esta familia.
-No madre -contradijo Venancio a su madre-, siempre ha buscado lo mejor para él. No es normal que desde que padre no está, no hayamos visto un real. Ni usté ni nosotros. Y yo sé lo que lentrego tos los días de la venta en Madrí, al cabo de un mes esos dineros no son una miseria, se lo aseguro. No soy tonto y los pocos años que pisé la escuela del pueblo, me dieron paprender la suma y la resta. Y por otro lao, ¿por qué me sacó a mí? ¿Y por qué Joselillo no ha ido nunca a la escuela? No, madre, no. Nos puso a trabajar como burros desdel primer día. No busca nuestro bien, sino el suyo. Es un ruin y un egoísta. Si padre estuviera con nosotros...
-Hijo, piénsalo bien. Comemos tos los días, no nos falta abrigo...
-Si usté supiera lo que echo de menos a padre.
-Hijo -Lorenza abrazó a su hijo-, lo siento, yo no he podido cumplir ni siquiera mi papel de madre. Tentiendo, ¿cómo no voy a entenderte?, si tu padre para mí era el sol que salía todos los días. Desde que nos conocimos en La poza, donde yo lavaba la ropa, hasta el día que se fue no existió otra cosa que él. Por eso caí enferma cuando noté su falta. Así que, por su memoria, ten paciencia, Venancio, por favor, ten paciencia. Queda poco pa que seas mayor dedad . Aguanta hijo, aguanta.
Por fin, un mediodía, don Mauro encontró despierta a la Gertru, que poco a poco volvía al mundo de los vivos. La anemia cedía poco a poco y comía como un pajarillo, pero empezó a comer. Otro signo de mejoría según los doctores.
-Qué alegría, Gertru. Qué alegría poder ver esos preciosos ojos otra vez.
-Gracias, don Mauro. Es usté mu amable.
-Y mu cortés -apoyó la Reme.
-Habíamos quedado en tutearnos. ¿No te acuerdas?
-Entonces, tampoco te acordarás de lo que hablamos en el simón, en el viaje de vuelta de la verbena, ¿no?
-Algo, pero mis recuerdos se van y se vienen.
-Bueno, ahora no te preocupes por eso, lo importante es que te recuperes del todo y te manden para casa. La señora Casta te manda muchos besos y mucho ánimo. También me han preguntado muchos vecinos y, en particular, las señoritas del tercero, quieren que sepas que rezan todos los días por ti y por tu recuperación.
-Déles usté las gracias, por favor. Son mu amables y cariñosas, sobre todo la señorita Paulita. Y al resto también. Y a usté, que sé que viene tos los días porque me lo ha dicho ésta, no sé qué decirle, por eso y por las flores. Son mu bonitas. Pero no traiga más, ya no caben. Ni la Reme ni las enfermeras saben dónde ponerlas ya.
-No te preocupes, también me ha dicho ella que te alegran, que te gustan.
-Y tampoco traiga bombones. ¿Sabe cómo llaman aquí a la Reme?
-Sí, me lo ha contado.
-Pos eso. ¿Y cómo anda Juanín?
-Hecho un bicho -contestó sonriendo don Mauro.
-Bien también. Te manda recuerdos cariñosos. Si se me olvidan me mata. Ya la conoces.
Don Mauro fue prudente. Estaba tan intrigado como el que más por conocer qué había ocurrido aquella desgraciada mañana, pero no preguntó a Gertru. Decidió que si ella lo quería contar, bien, y si no, pues no le importaba a nadie. Ese recuerdo sería doloroso para ella. Él había atado cabos, pero no tenía nada seguro. Todo eran elucubraciones subjetivas. Había declarado, como Servanda, dos veces ante la policía. Y, de tanto preguntarle lo mismo, había conseguido formarse en su mente un cuadro de lo que podía haber ocurrido y suponer los motivos que habían llevado al teniente a cometer semejante tropelía. No conocía mucho a las dos víctimas mortales, a pesar de ser vecinos de rellano, pero se hacía una idea de la forma de ser de cada uno por lo que había leído entre sus saludos en la escalera, y en boca de todos andaba la historia de la pérdida del hijo en común, por lo que sentía cierta pena y acercamiento a ellos. Pero al fin y al cabo, su conocimiento del asunto no era preciso.
A Venancio se le juntó todo. La discusión con su tío, la charla con su madre y la desaparición de la Reme. No entendía que después del furtivo beso, la que ya consideraba como novia, no apareciera más por el mercado. Se había enterado, cómo no, del ya famoso Crimen de la calle Españoleto, pero eso no tenía nada que ver con la Reme. Lo único positivo de esos días había sido recuperar el apoyo de su hermano que, tras presenciar la discusión familiar, y seguramente aconsejado por su madre, se sintió tan mal que, a su manera, le había pedido perdón por su chivatazo, y se había ofrecido a hacer frente común contra la dictadura del viejo labriego.
-Es que tú me diste un empujón que no veas, Venan. Anda que no me dolió la rodilla esta. Pero tío Eliseo es malo, mis amigos no viven como yo. No trabajan tanto. Y eso que el padre de algunos dellos también tié huertos, como el tío. Además, los domingos les dan alguna perra. Y a nosotros na de na. Lo único que nos da el tío miseria es trabajo y broncas. A mí también me tié jarto con tanta regañina por na y por to.
-Joselillo, los huertos del tío Eliseo también son nuestros. Que no se te olvide nunca. También eran de padre, y si padre no está, son nuestros, de madre, tuyos y míos. Y los frutos que den, porque nosotros los trabajamos, también son nuestros. Así que si los vendemos, los reales también son nuestros. ¿Entiendes? No digo que no sean dél, pero nuestros también.
-Sí, es un poco lioso, pero lo entiendo. ¿Tú crees que padre volverá algún día, Venan?
-No lo sé, José, no lo sé. Pero a mamá le vendría muy bien queso ocurriera.
-Toma, y a mí, no te fastidia.
-Venga, no te pongas triste. Madre no debe vernos malamente.
-Vale. Pero tú le conociste.
-Pero macuerdo una miaja na más.
-Cuéntame algo dél, mamá secha a llorar cada vez que se lo digo.
Y Venancio contó a Joselillo, ya en adelante José porque su hermano así lo entendió, lo poco que recordaba de su padre. De esa forma, los recuerdos del mayor, también pasaron a ser del menor, y éste que era más soñador, los explotó más y de mejor manera. Se inventó planes que hicieron sonreír incluso a su madre. Realmente fue el que mantuvo viva la idea de que algún día volverían a ver a Cornelio el Rana, como se le conocía en el pueblo, por su afición a cazarlas y comerlas.
Don Mauro se ofrecería a que Servanda se hiciera cargo de la Gertru durante su recuperación, pero la señora Casta, tras explicar que a su hija y a ella les sería muy difícil, contó al caballero que las señoritas del tercero derecha, se habían adelantado a su ofrecimiento y con insistencia, para lo cual habían argumentado que la convaleciente no perdería el tiempo y se distraería con las letras y los números que ellas le enseñaban.
-Bueno será. Dígales entonces a esas buenas mujeres que Servanda les subirá la comida para las tres a diario. No me sentiría bien si no participara en su recuperación. Al fin y al cabo, intuyo que a Gertru no le dio tiempo a decirme que sí. Al menos esa es la impresión que uno tiene.
-¿Pero usté lo ha pensao bien?
-Pensar, pensar, señora Casta, no he pensado mucho, la verdad. Mi padre decía que todas la decisiones importantes de su vida las tomó con el estómago, no con la cabeza.
-Usté sabrá, pero le van a poner como hoja de perejil . Además, usté no es de su clase...
-Para las cuestiones del corazón poco importan las clases, incluso no existen. Y para los otros asuntos no deberían existir.
-Bueno, entonces, quedamos en eso. La señorita Pepita ya ma dicho que han preparao una alcoba para cuando la Gertru salga del hospital. Y Servanda les subirá la comida. Yo me hago el cargo de las cenas, y la Reme de hacer los mandaos y de acompañarla cuando pueda.
-¿Son como uña y carne, verdad?
-Ya lo creo. No era bueno pa mi Reme que la su mejor amiga fuera su madre. Hay cosas que se necesitan decir que una madre no debe oír. Además, yo creo que la una por la otra y la otra por la una, se hacen bien las dos.
-Sí, ambas son buenas personas.
-A ver si mi hija tié la misma suerte que su amiga.
-Gracias por lo que me toca. Pero seguro que sí, ya lo verá.
-Ya... Anda enamoriscá dun frutero del mercao dOlavide. Veremos que sale de bueno dahí.
-Yo conozco al mozo, nos encontramos al salir de la verbena de Atocha y volvimos juntos, bueno, no, pero pude cruzar con él algunas palabras. Me pareció un buen muchacho, decidido y con cierto orgullo.
-Si mi Jesús, quen gloria esté, viviera, seguro que ya se había echao a la cara a ese Venancio. No lo parecía, pero vivía pendientito della. Más que de mí, fíjese. Que no le tocaran a su niña... Todavía pienso en que fui yo quien sempeñó en que saliera esa noche a por agua de cebada-. A la señora Casta se le nublaron los ojos a la vez que se le acababan las palabras.
-Tranquila. Usted no tuvo la culpa, fue un desgraciado accidente. No piense usted más en eso. Mire, si usted lo considera oportuno, me echo yo a la cara a ese joven y luego le cuento. ¿Le parece? -. La señora Casta afirmó con la cabeza-. Pues no se preocupe, mujer. Así lo haremos.
-Gracias otra vez, don Mauro. Muchas gracias.
-Guárdeselas para usted, que es quien más las merece. Lo mío, al fin y al cabo son dineros. Y de eso, gracias a mis padres no han de faltarme.
-En eso de que sólo son perras no estoy dacuerdo, pero dejémoslo ahí, que ya se hace tarde. Adiós, don Mauro.
-Hasta mediodía, señora Casta. Y no le dé vueltas al magín.
Si bien las transfusiones datan de muy antiguo (siglo XVII) no fueron seguras hasta que en 1901 Karl Landsteiner descubrió los grupos sanguíneos y posteriormente en 1940 el sistema Rh. A partir de 1914, y gracias a un médico argentino, Luis Agote, que encontró un método de conservación de la sangre y se pudo almacenar. Fuente: varias.
La mayoría de edad en aquel momento en España se alcanzaba, para los varones, a los 23 años. Fuente ESTATUTO JURÍDICO DEL MENOR: EVOLUCIÓN HISTÓRICA de Luis Manuel Rodríguez Otero.
Según José M. Sbarbi, poner a alguno como hoja de perejil es " maltratarlo de palabra, y más comúnmente, de obra, aludiendo, según la mayor probabilidad, a las puntitas que tienen las hojas de esta planta, las cuales parecen haber sido picadas con algún instrumento cortante ". Fuente Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
XXI
(La publicada la semana pasada que sigue a la anterior no publicada)
-No tío, estaba pensando en mis cosas.
-Mía tú, el enamorao piensa. ¿Qué, cuándo vamos a conocer a ésa?
-Ésa se llama Remedios.
-Pues a ver si se los pone a tus males -río el tío de su ocurrencia-. Tiés que traerla pa que tu madre la conozca. Supongo que será fuerte. Si va a formar parte de esta familia deberá tener mi bendición. Y espero que sea de nuestra calaña y no una señoritinga desas del quiero y no puedo, porque la quiebro.
-Pero, tío, la Reme y yo todavía no hemos hablao de casamiento.
-¿Y a quésperas, bobalicón? ¿A que otro sadelante? No nos vendrían mal otras dos manos, aunque supongo que también tenga boca que alimentar.
-Y tampoco quisiera yo que se deslome con lazada.
-To lo que entra vivo bajo este techo tendrá que ganarse lo que se coma. ¿O es quesa Reme es menos que tu madre?
-Eliseo, deja al chico, tos hemos sío jóvenes -terció Lorenza.
-No importa madre. Y no, ni es menos, ni más quella. Pero lo que siempre he soñao es irme a la capital. Casi paso allí más tiempo que en este pueblo de mala muerte que no me gusta na, ni las fiestas de la Virgen siquiera.
-¡Amos que...! Repudiar de la tierra aonde tan parío y que te da de comer... Y has de saber, que si te vas desta casa, te llevarás lo puesto. Así que ya lo sabes, Venancio. Esto es lo que hay.
-¿Y to el dinero que lentrego yo a diario de lo que vendemos en Madrí?
-Eso no da ni pa lo que os coméis.
-No creo yo queso sea así. Además, los huertos y esta casa también eran de mi padre. Y de to la vida los hijos han tenío lo de los padres.
-¿Ahora viés con esas? Ya no tacuerdas que quien ta dao de comer ha sío tu tío y no tu padre, igual que a éste vago. ¿Quién sa partío los lomos en esos huertos que tú dices, pa sacar adelante a dos mocosos y a una medio mujer, questá más días enferma que sana?
-A madre no la meta en esto, si no, saldremos mal.
-Como si fuera mentira lo que dice el tío Eliseo -retrancó un poco el tío que vio las orejas al lobo reflejadas en la corpulencia de Venancio.
-No, señor, usté no miente. Pero eso no le permite quedarse con lo que no es suyo.
Doña Consuelo mandó recado con Susana a casa de la señora Casta para advertir que no podía estar sin Reme. Que si no volvía al trabajo habría de buscar a otra operaria, porque ya era mucho tiempo y le faltaban cuatro manos. Que esperaba que lo entendieran, y que la vida seguía como un río que todo lo atropella.
-Dile a tu jefa que mañana irá la Reme. Que no se preocupe y que si quiere darla trabajo pa mí, que se lo dé. Ya sacaré tiempo de donde sea. Y que será gratis durante un mes. Más no. ¿Queda claro?
-Sí, señora Casta. Gracias, señora Casta. Y lo siento. Yo de momento poco hago, aunque aprenderé.
-Niña, tú no tiés la culpa. Anda, ve con Dios.
La Gertru fue liberada de su reposo absoluto bajo la tutela del doctor Ullastres a petición, naturalmente, de su amigo. Ella había expresado su hartazgo del hospital a pesar, como ella misma dijera, del "cariño con el que todos me han tratao aquí". El doctor se acercó a la calle Españoleto, esta vez al tercero derecha, y dejó claro a las señoritas que se iban a encargar de su cuidado de cómo debería ser éste. El médico también habló con la señora Casta y la puso al corriente.
Gertru llegó a casa en coche de punto acompañada de la Reme y don Mauro. La señora Casta esperaba impaciente en el umbral del portal y la recibió con gran efusión y grandes alharacas.
-¡Ay, Dios mío, mi niña! ¡Qué buena cara traes, Gertru! ¡Qué alegría! Dame un beso, hija. ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Te han tratao bien? Sí, por la pinta que traes, seguro. ¡Dame otro beso, hija mía! -toda esta retahíla de cariños los recibió la Gertru con una gran sonrisa en la boca y sin saber qué decir.
-Vamos, madre, que no pué estar mucho tiempo de pie -hubo de cortar la Reme-, y todavía le quedan las escaleras. Luego la abraza todo lo que quiera. Anda, vamos, Gertru. Despacito, ¿eh?
-Gracias, señora Casta. Yo también malegro mucho de verla.
Después de despedirse de don Mauro y dejar a la portera en su tabuco, la pareja de jóvenes inició la lenta subida. Ya en el segundo piso, a la Gertru le sorprendió que la Reme dijera que ya casi habían llegado, pero entendió que exageraba para darle ánimos. Pero a falta de un tramo de escaleras, para llegar al tercer piso, su amiga volvió a descolgarse con un "Ves, ya hemos llegao".
-¿Es que os habéis cambiao al tercero?
-No, sólo tú, y temporeramente.
-¿Cómo que sólo yo?
-Te van a cuidar la señorita Pepita y la señorita Paulita.
-Pues porque madre no pué por la portería y yo tampoco. Doña Consuelo ya sa quejao de mi falta. Tabrás dao cuenta que ya por las tardes no iba al hospital, ¿no?
-Es lo mejor, Gertru.
-Si lo que me pasa es que siento importunar a tanta gente. Me da vergüenza, Reme.
-Pues cuando te diga quién va a hacer la comida...
-La Servanda, sa ofrecío sóla al través de don Mauro.
-Válgame el cielo, a otra quenredo.
-Llama, qué le vamos hacer.
-Fueron recibidas por la señorita Paulita quien, muy cariñosamente la condujo a la alcoba que le habían preparado, le ayudó a desvestirse y a ponerse un camisón que, según le contó la anciana, era suyo, de cuando fuera joven, y que sólo se lo había puesto una vez porque no se veía con él.
-Deja mucho que ver -. Al mirarse al espejo de cuerpo entero, la Gertru se preguntó el motivo, ya que entre el cuello y el suelo sólo vio en el cristal un poco de su piel que se adivinaba malamente tras una puntilla en forma de corazón, debajo del cuello y muy cerca de él-. Así que te lo puedes quedar. Mi hermana, a pesar de Servanda, ha querido hacer un caldo con sustancia. ¿Te apetece una tacita?
-No, señorita, muchas gracias.
-Bueno, pero a la hora de comer no podrás negarte, hija mía. No querrás hacer de menos a Servanda, ¿no? Pensamos ponerte fuerte y lozana como una jaca andaluza enjaezada. Alguien nos ha dicho que un moscardón revolotea a tu alrededor, pillina. Bien, ahora descansa. Le digo a tu amiga que pase un momentito y que se despida. Después a descansar y a comer. Y esta misma tarde seguimos con las clases -la señorita Paulita no dio opción a Gertru-. Reme, pasa sólo un momentito, tiene que descansar según nos dijo don Luis. Y tú tienes que ayudar a tu madre, que la pobre lleva unos días que para qué.
-Sí, me voy enseguida, no quiero molestar.
Cuando la Reme salió de la alcoba, la señorita Pepita se le acercó y en voz baja y al oído le comentó:
-Has de traerle ropa interior. Toda la que tenga, va a hacerle falta-. Para ella esos asuntos eran muy delicados y había que tratarlos en la más estricta intimidad.
-Supongo que me acompañarás a visitar a mi hermana, ¿no? Sabes que te quiere mucho. Ah, y nos han invitado los Alcántara a tomar el té en su casa -anunció doña Carmina a su marido .
- ¿Cuándo?
-Esta tarde.
-Son amigos tuyos, no míos.
-Pero no me irás a dejar sola como una viuda, que es lo que parezco siempre.
-Es que él me cae muy mal, es un derechón inaguantable.
-Peros son muy buenas personas, Cirilo. Hay que ver el lado positivo de las cosas.
-Está bien, iré. Pero por ti, y si meto la pata lo siento, pero, a veces, no puede uno callarse.
Por la tarde, después de la comida y la siesta obligadas, la Gertru volvió a la tarea. Como dijera la señorita Paulita en más de una ocasión "eres una chica muy espabilada, no hay que repetirte las cosas". Incluso la alumna era cuidadosa y pulcra, cosa que la maestra también ensalzaba.
-La lástima es que tu amiga se va a quedar atrás por sus quehaceres. Y más a partir de mañana, que tendremos clase matutina y vespertina.
-¿Y esa cuála es?
-Vespertino se refiere a lo que acontece después de comer y antes de la cena, es decir, por la tarde. Matutino por la mañana, vespertino por la tarde y nocturno por la noche.
-¿Y por qué no nocturnino?
-Porque las palabras son muy caprichosas, aunque en realidad como aprenderás si sigues tus estudios, las palabras tienen madre latina en su mayor parte y además algunas son hermanas entre sí. Como te he dicho son un poco caprichosas. Ah, y a partir de mañana tendrás que empezar a pulir tu dicción. Al sitio donde te manda la vida, no puedes hablar como lo haces, hija.
-Dicción -repitió la maestra jubilada-. Dicción es decir bien las palabras, como escribirlas, con todas sus letras y una detrás de otra sin juntarlas como haces ahora. No se debe decir qués dición, sino qué es dicción. ¿Lo ves? -repitió palabra por palabra y sílaba por sílaba la señorita Paulita.
-Pero yo no quiero hablar como esas señoritingas estirás.
-Estiradas. Y no vas a hablar como ellas, Gertru, porque ellas no hablan bien. Tú, simplemente, vas a hablar como yo: bien, al menos eso creo -sonrió dulcemente la docente-. ¿O te parezco yo una de esas señoritingas presumidas que usan el francés para diferenciarse de quienes erróneamente sienten inferiores? Esas personas no se deberían llamar a sí mismas cristianas. El cristianismo nos iguala a todos.
De tal guisa, la Gertru aprendería no sólo a leer y a escribir, también otras artes de la vida tal y como la entendía la señorita Paulita y su hermana.
Tarde se hizo porque tarde empezaron y además tuvieron visita. Don Mauro, acompañado de Juanín, hizo acto de presencia en el tercero derecha. Éste pensó que tal y como creía que eran las dos señoritas, sería conveniente llevar carabina. Además, también le interesaba a él que las dos personas que en ese momento quería más tuvieran roce. Juanín de por sí era tímido y retraído, y pretendía que se abriera a la Gertru, y a su vez, ésta se hiciera con el niño. Pero lo que no hizo bien fue forzar a su hijo a besar a la convaleciente.
-Déjele, don Mauro. Si él no quiere, no pasa na.
-Nada, corrigió la señorita Paulita, que estaba en la escena.
-Sí -contestó el padre-, tiene que acostumbrarse a estar con la gente y cumplir.
-Muy bien, don Mauro, estoy de acuerdo con usted -aplaudió la dueña de la casa-. Mi hermana y yo pensamos lo mismo, ¿a que sí, Pepita?
La pareja de guardia no se separó de la Gertru hasta que la visita no se retiró.
-Muy correcto este don Mauro.
-Ya me lo parecía a mí cuando me cruzaba con él en la escalera.
-Y parece un buen partido.
-Lo es, Paulita, lo es.
La noche después de la reyerta familiar llegó, y tras cenar en silencio, todos se fueron a dormir. Los dos hermanos dormían en la misma habitación, en sendas camas y cuando estaban ya entre las sábanas, José, le dijo a su hermano:
-Venancio, algo hay cacer.
Esa mañana temprano, de camino a Madrid, los dos hermanos terminaron de urdir un plan que se le ocurrió la noche anterior al menor y más avispado de los dos. Se trataba de desviar parte de los ingresos diarios por la venta a un fondo del que sólo participarían ellos, aunque su madre también sería beneficiaria. Para ese fondo, Joselillo ya había donado sus ganancias de la venta de peonzas, a pesar de la oposición de Venancio. Además, esa mañana y sin decir nada a nadie, había cargado alguno de los productos que no habían pasado el control de calidad del tío Eliseo, y que se entregaban a un tal Celedonio que los usaba para alimentar a sus cerdos. Tras la matanza, la familia de agricultores recibía algunos productos porcinos a cambio. La idea era que Joselillo tirara una manta en el suelo junto al puesto, y allí colocara esos frutos macados y con hojas externas o puntas podridas y los vendiera mucho más baratos. La acogida superó sus expectativas, de hecho, esa mañana pasaron más clientes por la caja de Joselillo que por la de Venancio. Lo que provocó una rotación de stock que benefició claramente la caja B. Cada vez se vendía menos en el puesto oficial y más en el de saldo. Y el tío Eliseo aunque revisaba los ingresos en metálico y los productos que volvían, no encontraba desajustes, porque los que no vendía Joselillo, llegaban de vuelta a casa y engrosaban el alimento de los cerdos, y los que no vendía Venancio los vendía al día siguiente Joselillo. Y como los hermanos dejaron de meter mano en la caja familiar todo parecía una mala racha de ventas. Y como es lógico, el viejo dictador no controlaba el volumen de productos desechados para los cerdos, aunque fuera él personalmente quien decidía qué iba o no iba para los animales. Pronto se lo contaron a Lorenza, a la que nombraron tesorera del negocio sumergido. Les costó convencerla, pero al final accedió porque intuyó que si su cuñado descubría el pastel, ella podría ofrecerse como cabeza de turco, y descargar a sus hijos de responsabilidades. Pero la sangre, en este caso, no llegaría jamás al río . Aquella conspiración comercial uniría a los dos hermanos como nunca. La complicidad jugó más fuerte que la diferencia de edad que les separaba. Joselillo encumbró a su hermano en un altar en el que siempre le mantendría por haber tenido los arrestos de enfrentarse al ogro de su tío y vencerle en su propio terreno. Ya no le importaba levantarse antes que el sol, no pasar las tardes doblado sobre esa tierra que le proporcionaba la posibilidad de ser libre. Este niño, y otros tantos como él, serían aquéllos que algún poeta del pueblo retrataría con trazos de palabra a golpes de vergüenza entre estiércol puro y vivo allá por 1937. A su vez, Venancio encontró a su mejor aliado, más listo que el hambre y dispuesto a lo que fuese, capaz de pensar y llevar a cabo hazañas que él no podría. Y llegó a prometerle que algún día aprendería a leer y escribir, y también los números, mejor de lo que él ya le había enseñado para no ser suficiente en el puesto clandestino. Había aprendido a contar hasta diez y con esos números era capaz de sumar y restar al recordar de memoria todas las operaciones. Había aprendido que una peseta era lo mismo que diez monedas de diez céntimos, que diez céntimos eran 5 monedas de 2 céntimos, que un céntimo era la mitad dos... Y eso les hizo sentirse orgullosos uno de otro y ante sí mismos. La vida y la necesidad enseñan más que las escuelas. De ahí el carácter de esa generación y de la posterior, nuestros abuelos y nuestros padres, si no vienes de una familia de posibles, que no por ello vas a ser menos tampoco. Y no sé de donde llegaron los que ahora habitan los palacetes, pero siguen ajenos a los gritos y a los derechos de cualquier persona por serlo. No saben lo que es no poder llegar a fin de mes, ni los sordos de antes ni los de ahora, no saben que tu padre, al caer enfermo, fue despedido y tu madre hubo de fregar suelos, no saben que a algunos niños les acostaban en invierno a las seis de la tarde porque no había cena. No saben que los que no comparten su estatus son personas en definitiva. Y como Francisco de Rojas escribiera en su Celestina: A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo . Y como escribo yo: Son viejos podrigorios con achaques de ambiciones desmedidas y con conciencias más anchas que sus bolsillos.
Esa misma mañana en la que Gertru volviera del hospital, la Reme quiso acercarse al mercado de Olavide, y no precisamente a comprar fruta. Pero no pudo. Vio a su madre tan atareada al bajar de casa de las señoritas del tercero que, en conciencia, no pudo irse. Cuando vio los visillos echados y el cartón heredado que, tras el cristal de la puerta, informaba de que la portera estaba en la escalera, se le cayó el alma a los pies. Y dio la casualidad que, en ese momento, salía su madre de detrás del cartel cargada con el escobón, el cubo, los zorros y tocada con un pañuelo para evitar el polvo en el pelo.
-Hola, hija. ¿Ya sacomodao la Gertru?
-Sí, madre. Arriba sa quedao. Y bajaba payudarla. Déme, yo mago cargo de la escalera.
-No, deja, Reme. Si ya mecho a la idea.
-Que sí, madre. No me voy a quedar yo aquí cruzá de brazos. Traiga, ande.
-Va, como quieras. En el segundo han escrito algo en la paré, miraver si lo pués quitar. Agua y este trapo. No uses el cepillo de raíces. Si acaso antes le das ligera con la escoba. Ya se ma quejao más de uno. Mira que aprender a escribir pa hacerlo en la paré y una palabra tan fea -. Y allá que subió la Reme-. Ah, y después barre también el trozo de cera del portal, y vacías ahí el cubo con el agua sucia. Y cuidao no tires la bayeta ni el cepillo.
-Vale, madre. No se procupe, usté -. La Reme inició por segunda vez la subida.
-Yo me pongo con la comida. Así comes temprano, y temprano te vas a casa doña Consuelo, que falta laces.
Así que Venancio hubo de esperar. Aunque no en el recuerdo, porque durante el trabajo tan mecánico y rutinario, la limpiadora no dejó de saborear el beso robado, ni de pensar en lo bien que se sentía junto al frutero.
Venancio, a su vez, atendía a la clientela con un ojo en la romana y otro en la calle Trafalgar, por donde solía entrar la Reme en la plaza. Pero, ni ese ojo, ni el otro se alegraron esa mañana. Las mujeres le recriminaban su despiste, pero en ningún momento volvió del todo de allí donde su mente o su corazón le hubiera llevado.
-Chico, si te pedío zanahorias, no cebolletas...
-Pero cómo me vas a cobrar dos pesetas por dos kilos de patatas... ¿Se ta ido la olla?
-¿Pero esto es un kilo? Tú estás mal de lazotea, Venan...
E incluso alguna clienta buscó complicidad en Joselillo.
-¿Quién la sorbío el seso a tu hermano? Más vale que eches un ojo, hijo, está mal de lalmendra.
En un momento en que no tuvieron que atender, Joselillo, que sabía lo que pasaba por la cabeza y el corazón de Venancio, le preguntó con ciertas artimañas si estaba preocupado por la discusión con el tío Eliseo, a sabiendas de que su hermano le mentía en raras ocasiones.
-No, José. Bueno, sí, pero no es eso. Es la Reme. Hace no sé cuanto que no viene. ¿Labrá pasao algo?
-No, hombre. Qué ha de pasarla. Si supiera donde vive macercaba en un momento.
-Pues, si te haces cargo desto...
-Vale, pero, espera, toma, llévale unos tomates y preguntas por ella en la portería. En la calle Españoleto, en el cuatro. La portera es su madre. ¡José!
-Gracias, maces un gran favor.
-¡Oye, si a la vuelta te haces con unos diarios, mejor! -le gritó al que ya corría y cruzaba la plaza.
Un "vale" lejano le llegó a Venancio entre el gentío.
Poco tardó en recorrer Raimundo Lulio, bajar por Santa Engracia y entrar en la calle Españoleto. Aunque al cruzar la plaza de Chamberí un tranvía a punto estuvo de llevarse por medio los tomates y al corredor.
-Buenos días -saludó sofocado Joselillo.
-Hola, hijo, buenos días.
-¿Está la Reme? -preguntó todavía jadeante.
-No, está por ahí riba, limpiando.
-¿Y esto? -. La señora Casta abrió el envoltorio-. Tomates.
-Sí, los manda el Venan, bueno, el Venancio.
-Pues dale las gracias al Venan. Y a ti por traerlos. ¿Y tú quién eres?
-Yo soy Joseli... José, su hermano.
-¿Quieres un mantecao, Joseli José? Los hice anoche. Tienen azucar y to.
-Claro -fue lo primero que le salió al golosón-. Pero, no, déjelo -ahora habló el vergonzoso.
-Voy a dejarlo... Toma dos, uno pa ti y otro para tu hermano, aunque si te comes tu los dos, no se va a enterar naide.
-No, no, señora. Se lo llevo.
La señora Casta aprovecho el papel de periódico que envolvían los tomates y le entregó a Joselillo los dulces. Y ahora sube a dar el recao que traes pa la Reme, anda. Obediente, subió la escaleras de dos en dos hasta el segundo piso donde encontró a la Reme. Fue poco tiempo, pero le dio tiempo a preguntarse si llevaba algún recado.
-Hola, Joselillo. ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasao algo?
-No, no ha pasao na... Ah... Sólo que el Venancio estaba procupao. Creía que tabía pasao algo a ti, como no vas por el mercao...
-No, a mí no. A mi amiga sí. Y la hestao cuidando. Dile al Venancio que mañana sin falta macerco por allí, que no se procupe.
-Vale. Me voy que dejao el puesto a Venancio y hoy está un poco pallá.
Bajó las escaleras a saltos, los tramos de seis escalones de un tirón y los de quince en tres veces, a pesar de los mantecados que cuidaba como un tesoro. Al llegar al portal, se giró, se asomó a la portería y dijo:
-Sí, sí. No, es que necesitamos periódicos viejos pa envolver. A lo mejor usté tié algunos, se ma ocurrío al bajar.
-Espera, que me quedo con uno. Hala, hijo, con Dios.
Y así Joselillo, aunque cargado, también llegó contento al mercado.
-Mira lo que te traigo, Venan. Y además, un mantecao pa cada uno.
-Cómete tú dos los, José, a mi no me gusta el dulce, ya lo sabes. Además, te los has ganao, chaval. Contigo da gusto.
-¿Y de lo otro? -preguntó Venancio.
-Ah, sí -habló con la boca llena-. La he visto. Está bien. Ma dicho que mañana viene.
-A ver, pichón, menos hablar y más atender. Ponme unas acelgas y unas cebollas, que tengo prisita.
-José, inclina la plaza pa donde vaya la señora, así va más rápido. Vamos, no ves que tié prisa. Mueve el culo, hombre. Tome aquí tiene. Pa usté quince céntimos.
-Eso es mu caro.
-Pues éste lo tiene más barato. Pero como tenía prisa...
-Cirilo, ¿quieres ver la colección de uniformes militares que he reunido?
-Anda ve -contestó doña Carmina por su marido-. Así hablamos nosotras de nuestras cosas.
Cirilo hubiera contestado que no, el militarismo del señor Alcántara le exacerbaba pero había prometido portarse bien. Así que, resignado se levantó y se fue con su huésped.
-Sí, la verdad es que mi Cirilo es maravilloso. Y sabe mucho de todo.
-Entonces, seguro que se divierten juntos. A Fermín le encantan las guerras y los soldados, y todo eso. Siempre está con libros de militares y mapas.
-Cirilo es igual, todo el santo día con un libro ante los ojos o con un pincel en la mano. Tenemos suerte, no como esos otros maridos que dicen que se van al casino a leer el periódico o al café, y a saber qué hacen o qué se juegan por ahí. Yo no me puedo quejar, desde luego.
-No insinuarás, Carmina, que mi Fermín...
-No, mujer, pero acuérdate de don Joaquín, el marido de doña Rosario, ese que se jugó la hacienda y luego a ella misma al julepe. Nosotras deberíamos estar orgullosas de lo que tenemos en casa. Mi alegría empieza por ahí. Y ahora, cuéntame cosas de tu hijo. ¿Qué tal le va en el extranjero?
-Bueno, y luego me cuentas tú de los tuyos...
-Los míos, ya sabes, bien. Uno está en el banco y muy bien visto. Es el que más se parece a su padre, listo como él solo. Eso sí, también ha salido a él en lo poco cariñoso. Y el otro, anda con ese arquitecto tan famoso, cómo se llama... Ah, sí, Antonio Palacios , el del Metropolitano y el Palacio de Comunicaciones de Cibeles. Trabaja en su estudio. Y le conoce personalmente. Incluso se le ha llevado de viaje a Galicia. Se le da tan bien el dibujo como a Cirilo. Menos mal que han salido a él, porque yo soy una torpe. Pero bueno, también hago bien otras cosas. Hay que ser positiva, mujer...