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Joselillo y Venancio, después de recoger el puesto, comían en casa de Remedios y salían pitando hacía Pozuelo, con la cena bajo el brazo, para atender la huerta. Ni qué decir tiene que la señora Casta estaba bien provista de verduras, hortalizas y alguna que otra fruta, amén de algunos productos porcinos que trajeron los jóvenes. Los domingos no bajaban a Madrid y como los novios se veían entre semana tampoco les importaba. La mejoría de Gertru había liberado de cierto trabajo a su amiga, con lo que podían acudir juntas a las clases de la señorita Pepita, y mientras Gertru se encargaba de hacer la escalera y el portal, Reme ayudaba en la cocina a su madre, trabajo que había aumentado tanto por la incorporación de Gertru, como por los pozueleños. Cuando ocurría al contrario, cuando era Gertru la que ayudaba a la señora Casta con la comida, ésta observó que ponía mucho interés y que mucho preguntaba sobre los guisos y la forma de cocer las verduras, y demás. Como a la portera no se la escapaba ni media, dedujo que ese interés tan repentino venía provocado por un hombre, y éste no podía ser otro que don Mauro. La experiencia no es brujería, pensar tampoco, y aquella mujer tenía suficiente de la primera y practicaba normalmente lo segundo, de ahí que lo pareciera. Sí a eso le unimos la ingenuidad de ambas jóvenes, convendremos en que el adjetivo de bruja, siempre en el buen sentido, era justo en la boca de Gertru y, sobre todo, de Reme. El sereno, como buen gallego, hubiera dicho que haberlas, haylas, aínda que eu non crea nelas .
El primer paseo de Gertru con don Mauro fue corto pero un regalo para ambos. Septiembre aminoró el calor de Agosto pero sin perder sus cielos limpios. Apenas llegaron hasta la Plaza de Chamberí. Allí se sentaron en un banco, entre sol y sombra, donde la joven contó a su acompañante sus orígenes asturianos, así como su temprano viaje a Madrid. También le trasmitió su alegría por haber empezado a leer y escribir, alegría que compartieron. Don Mauro le ofreció su pequeña biblioteca y Gertru, aunque adujo que todavía era pronto para leer libros, porque una cosa era leer y otra comprender, se lo agradeció y prometió que el segundo libro que leería sería de aquella biblioteca. En esas, a certó a pasar por allí la plaza, pues era domingo, Genaro, operario de la fábrica de chocolate de don Mauro, acompañado por su familia, mujer e hijo.
-A los buenos días, don Mauro... Y compañía.
-Buenos, días, Genaro. ¿Qué, a dar una vuelta con la familia? -dijo don Mauro al levantarse.
-Sí, señor. A disfrutar del barrio. A más ver.
-Hasta mañana. Y buen día, señora.
Matilde, la mujer de Genaro, le colocó la gorra a su hijo e hizo una reverencia después del saludo y sin mirar a la cara al jefe de su marido. Al bajar ya por el paseo del Cisne, hoy Eduardo Dato, junto a la fachada del convento de las Siervas de María, Genaro con una sonrisa en la boca, le puso al corriente de esa sonrisa por la que su mujer ya había preguntado.
-¿De qué ríes, Genaro?
-Que van a tener razón las malas lenguas.
-No sé lo que dices. ¡Grabiel, por el adoquinao! No pises la tierra -regañó a su hijo.
-Pos que ayer mesmo, me dijeron quéste andaba enredao con una modistilla. Y mía tú si no es verdá.
-La tuvo. Es viudo y tié un chavalín pequeñajo.
-Na, por eso digo las malas lenguas.
-Como la tuya, ¿no? ¿Tenéis tiempo en la fábrica pa cortar trajes ?
-No, mujer. Pero no vamos a hablar siempre de política o de fútbol.
-Y de mujeres, seguro. Tos sois iguales, pa uno que sale distinto es rico.
-¿Lo dices por don Mauro? Como si le conocieras. Mía tú ésta.
-Paece un caballero de los pies a la cabeza.
-Esos sí que son tos igual. Sabrás tú...
-¡ Grabiel ! ¡Ven aquí! ¿Qué te dicho? -Matilde dio un pescozón a su hijo-. Por el adoquinao.
-Claro, como tú no limpias los zapatos ni lavas...
-Venga, vamos a cruzar, conozco una tasca que pone buenos aperitivos, te invito a un chato vino y unos callos.
-Sí, deso tenemos cablar.
-Del dinero que me das pa la casa y del que te quedas tú.
-Venga, Matilde, no empieces otra vez con la monserga. Entre el tabaco y un chato se me va to.
-Es que no me veo yo tomando aperitivos sin que me dé pa llegar a fin de mes, mire usté.
-Testás tol día quejando de lo mesmo.
-Pos compra patatas en vez de carne.
-No sabes ni lo que comes, Genaro. ¿Tú sabes cuánto tiempo hace que tu hijo no se come un trozo carne? Pos eso.
-Vale, hablaré con el jefe.
-A ver si tiés más suerte que yo con el mío -dijo socarrona Matilde-. Que paece sordo. A misa deberíamos ir en vez de a la tasca. A pedir un milagro.
-Ya te digo, allí te sacan los cuartos y encima te dan una hostia -se rió Genaro de su irreverente ocurrencia.
-Pero qué bruto eres, vas a ir derechito al infierno.
Cuando la pareja de la guardia civil, descabalgó y llamó a la puerta de Huerta Baja, nadie atendió. Los números echaron un vistazo a los alrededores, por los huertos y vieron moverse dos figuras. Al verlos venir, Venancio y Joselillo pararon la faena y se miraron con gesto interrogativo.
-¿Venancio Lázaro Alfanje?
-Le han requerido varias veces del Ayuntamiento porque ha entrado usté en caja.
-A mí nadie ma dicho na, señor.
-Bueno, tome usté este requerimiento. Tiene que presentarse mañana en lalcaldía, en el Negociado de Quintas, si no, vendremos nosotros a por usté. Aunque le aconsejo que vaya. Es más corta la mili que la pena de presidio. El sorteo, como siempre será en Enero.
-¿Qué querían, Venan? -preguntó a gritos Joselillo, una vez se fueron los guardias civiles.
-Na, José, que tengo que ir a la mili.
Joselillo corrió hasta el sembrado de lechugas.
-¿Y qué voy a hacer yo solo aquí?
-Pos no lo sé, pero si no voy me llevan preso, que no sé yo ques peor.
-Jo, ahora que nos iba una miaja bien...
Todo el domingo estuvieron rumiando una salida, pero no encontraron ninguna. Cuando cenaban, un pan con el embutido del tío Celedonio, Joselillo implicó a Remedios.
-¿No podría venirse tu novia y hacer lo que tú haces?
-No creo que dijera que no, ya la conoces, pero no podría.
-¿Por qué? ¿Por qué es una mujer?
-No, José, porque la pobre no sabe na de lombardas ni lechugas, ¿entiendes? No ha nacido en el campo. No sabría qué hacer. Y lo malo, es que, tú sin mi, tampoco.
-Sí, tiés razón, Venan. Yo solo lo decía...
-Ya lo sé. Pero, espera, lo que sí podemos hacer es lo contrario.
-¿Y qués lo contrario?
-Que vayas tú a vivir con ella.
-¿Y qué pinto yo en Madrí sin puesto?
-Mu sencillo. Vas al colegio y aprendes.
A Joseillo se le iluminaron los ojos.
-¿Sí, de verdá? Ya casi sé leer. Mendrugo manseñao. Y sé firmar con mi nombre y los apellidos, ¿sabes?
-Pues ya sabes más que yo, chaval.
Joselillo, como no tenía ya puesto de venta clandestina, se acercaba todos los días al Rastro a que aquel librero de viejo cumpliera su promesa.
-¿Qué te paece la idea?
-Mu buena, pero, ¿qué le va a pasar a la Perla y a los cultivos?
-Podríamos arrendar la huerta a alguien, a algún vecino de finca, por ejemplo.
-¿Y tú crees que alguno querrá, Venan?
-Claro, to es hablarlo, ¿no? De todas formas hay que decírselo a don Mauro, él es el albaceo de to lo nuestro.
-Pos hablamos con él.
-Pero bueno, ¿qué has hecho con el retrete? -gritó doña Carmina desde el cuarto de baño.
-Usarlo.
-De eso no hay duda. ¿Tú has visto cómo has puesto todo? -se quejó Carmina a gritos, para luego decirse a sí misma -. Madre, mía. Dichosas pinturas. Menos mal que los libros no manchan, sólo cogen polvo.
-Sí, pero no sabía cómo limpiarlo -insistió en los gritos don Cirilo.
-Claro, como nunca lo has hecho en tu vida -doña Carmina salió del aseo - . Te digo ayer lo de la puerta de tu taller y hoy me encuentro esto. Mañana me sorprendes con que has limpiado los pinceles con las sábanas de la cama, ya verás.
-Mujer, no ha sido para tanto.
-¿Y si hubiera venido alguien?
-¿Qué hubiera pasado? No lo entiendo.
-Pues la idea que se hubiera llevado de mí no sería muy buena: Mira esta guarra como tiene el retrete. Porque yo sé que es pintura ocre...
-La gente sabe que quien pinta aquí soy yo, no tú.
-¿Eso va con segundas?
-No, para nada.
-Aquí lo que pasa es que no hay diálogo. No hablamos nunca. Y luego pasa lo que pasa. Mis amigas dicen que todas las noches se sientan con sus maridos y tienen una charla sobre el día que ha pasado cada uno. Nosotros jamás lo hemos hecho.
-Porque no lo necesitamos, Carmina.
-Lo ves, todo el mundo necesita cambiar impresiones, contarse sus cuitas, pero nosotros no.
-No me has entendido, nosotros no necesitamos reunirnos por la noche para cotillear, lo hacemos a lo largo del día y lo hacemos desde que nos conocemos.
-Eso que lo dices tú.
-No, no es que lo diga yo. ¿Me puedes decir qué estamos haciendo desde hace un rato?
-Eso no cuenta.
-¿Y la conversación de ayer por la tarde sobre el asunto del aniversario, tampoco? ¿Y las horas muertas que nos tiramos hablando de Israel y de Javier? Pero, claro, como no lo hacemos antes de acostarnos, no cuenta. Si tú quieres, por mí encantado.
-¿El qué?
-Estamos todo el día sin hablar, y luego, por la noche nos juntamos y nos contamos nuestras cosas, pero entonces habrá que prohibir quedarse dormido a las diez.
-Cada uno tiene su reloj interior, y si a mí me entra sueño a esa hora no es nada malo.
-Yo no estoy diciendo que lo sea. La frase: a partir de las diez yo es que no soy persona, no la digo yo siempre que sale la conversación de la noche.
-Pero si tengo que salir y divertirme, me aguanto. Me voy a perder yo el teatro u otra cosa por dormir. Tú es que no me conoces, Cirilo. Y, venga, que tengo muchas cosas que hacer. Te he hecho una lista, está en la cocina. Yo voy a ver si acabo el babero. Oye, las patatas como las de la última vez, salieron muy buenas.
-Pues muy buenas.
-¿Te vas ya?
-No, era una broma. Aunque... Pensándolo mejor, cuanto antes salga, antes vuelvo. Así que, sí, me voy ya.
- ¿Al volver te pasas por la mercería que he dejado encargado unos hilos?
-Sí, claro.
-Pero, señor, coincide todo. Que dos sucesos ocurran al mismo tiempo y en el mismo lugar es casi imposible, salvo que tengan alguna relación. Y yo tengo el pálpito de que están conectados. Déjeme investigarlo. Intento hablar con la accidentada, una tal... -Hipólito miró sus notas- Gertrudis Méndez. Y si no lo veo claro le doy carpetazo.
El redactor jefe había oído mil veces las mismas palabras del reportero, aunque debía de reconocer que una de ellas había dado en el clavo. ¿Por qué no podía ser ésta otra excepción de las mil siguientes?
-Bien, le doy veinticuatro horas, si no me trae nada que merezca la pena, olvídese del asunto. ¿De acuerdo, señor Flores?
-De acuerdo, me voy volando a ver si cazo a esa palomita. Gracias, señor.
Hipólito cogió su gorra y se encaminó hacia la calle Españoleto. Usó dos tranvías. Del último se bajó en Santa Engracia esquina a General Arrando. Recorrió una manzana a pie y al ver la fachada del número cuatro recordó el sonido del disparo que oyera y le hiciera subir al primero, por lo que perdió el reportaje de los Marqueses de Terol, los cuales, y por ese motivo, pusieron una queja ante la dirección del Heraldo. Aquella queja le llovió en forma de bronca simulada. El director estuvo de acuerdo con él en que la noticia que había que cubrir era un asesinato, no la puesta de largo de una marquesita. Como dijera su superior durante esa falsa reprimenda, las puestas de largo cubrían blanco perdido entre las páginas, los asesinatos vendían periódicos, y no sólo un día.
-Así que, señor Flores, dese por despedido y readmitido. Y, por favor, baje a la redacción con cara de preocupación. No aparezca mañana por aquí. Ese día no se lo pagará el periódico y se dará la noticia de su despido. Al día siguiente se incorpora sin nota de prensa y asunto acabado. Y reconozca usted que le ha salido barato agraviar a un marqués. Hay quien lo ha pagado con su vida en un duelo.
-Gracias, señor. Seguiré sus deseos al pie de la letra.
Un "¿nos permite caballero?" le ubicó en el presente.
-¿Va usted a entrar? -le preguntó una anciana voz y una cara bondadosa.
-Sí, no. No, pasen, pasen. Perdonen -. Hipólito se retiro del portal, volvió a mirar hacia la parte suprior de la fachada, sacó su bloc de notas, lo leyó y por fin, se decidió a entrar tras las dos ancianas cogidas del brazo. Una vez en el portal vio a la portera en su cuchitril-. Buenos días, señora. ¿Sabe usted si vive aquí la señorita Gertrudis Méndez Uría?
-¿Y quién lo quié saber?
-Perdone, déjeme que me presente -el periodista sacó una tarjeta del bolsillo superior de la americana y se la entregó a la Señora Casta, que la miró.
- ¿Y bien?
-Como verá soy periodista del Heraldo.
-Veo perfectamente, el problema es que una no sé leer. ¿Y bien?
-Per... Perdón -se azaró el reportero-. Me llamo Hipólito Flores y, como ya sabe, trabajo en el Heraldo de Madrí. He sabido que esa señorita sufrió un desgraciado accidente el mismo día que se produjo la tragedia en el primero izquierda.
-Ah, ya macuerdo dusté. Llevaba una caja de madera con patas. Sí, sí. Bueno, ¿y qué precisa della?
-Simplemente hablar. Yo cubro la sección de sucesos.
-Pos lo que la pasó a la Gertru fue un accidente, no un suceso. Pa ella y pa nosotras fue importante, pero no veo qué interés pué tener pa naide más. Ya me dirá, que te caigas por una escalera no es noticia ni suceso, salvo que te llames Alfonso y tapellides Trece.
-Bueno, algo así trato de averiguar.
-Hijo mío, la Gertru no tié na que ver con la realeza, más bien al contrario.
-¿Y qué pensaría si yo le dijese que creo que no fue un accidente?
-Pué decir lo que quiera, como yo. Pero me daría igual, ya sa puesto buena ques lo que nos importa y asunto solucionao.
-Déjeme usted hablar un segundo con ella. Sólo la robaré cinco minutos.
-Aclárese, ¿un segundo o cinco minutos? Ay, madre. ¿Y qué ganaría ella con su robo, si se pué saber?
-Lo siento, pero en el periódico por norma no pagamos las noticias.
-Entonces en esta familia no las damos, caballerete.
-Venga, mujer, si no le cuesta nada.
-A usté tampoco le cuesta na dejarnos en paz. ¿O sí?
-A mí me lo ha ordenado mi jefe y me puede costar el empleo.
-Le va costar, le va costar. Venga, hombre, a otro perro con ese güeso .
-Bueno, al menos, quédese con la tarjeta y si quiere ella que me llame por teléfono.
-Usté verá, pero vacabar en el cubo la basura.
-Pues, hala, hasta la vista, caballero. Amos que... Ande, ande - . La señora Casta, a pesar del calor, cerró la parte de arriba de la puerta de la portería.
-Adiós, señora, buenos días - . Hipólito siguió educado hasta el final. Estaba acostumbrado a que le echaran con cajas destempladas .
Pero Hipólito como buen profesional de la investigación periodística no desistiría. Y no desistió, tenía unas para conseguir alguna respuesta y estaba decidido a ello. Por lo que se apostó frente al número cuatro, que justamente caía enfrente del número tres. Entre ese portal y una fontanería, y allí esperó su oportunidad.
El lunes se presentó Venancio en el Ayuntamiento en la Plaza de la Coronación. El Negociado de Quintas, no era más que un cuchitril al final de un angosto pasillo, atendido por un anciano con bata blanca. Allí fue filiado, medido y pesado. Hacía mucho que no subía a la plaza del pueblo, pero al echar un vistazo vio que nada había cambiado. Después recogió a Joselillo y bajaron a Madrid. No al mercado, sino a visitar a don Mauro, que presumían estaría en la fábrica. Y como no sabían donde estaba la chocolatería, tuvieron que pasar antes por su segunda casa.
-¿Qué hacéis aquí los dos, no tendríais questar en el mercao? -saludó la señora Casta extrañada.
-Hoy no hemos podío. Ayer me dijeron que me tenía quincorporar a filas, y que tenía que pasar por lalcaldía.
-Vaya por Dios... Y vaya lío, ¿no?
-Primero queremos hablar con don Mauro.
-Lo ves como tenía una razón, sólo os puen pasar cosas de hombres, y yo deso no sé na. Pero, yace rato que salió.
-Es lo quemos pensao, pero no sabemos aondestá.
-Aquí mismo, detrás, en la calle Caracas. La vais a reconocer por el olor.
-Bueno, señora Casta, pos vamos pallá. Por cierto, ¿y la Reme?
-Ya mestrañaba. Está arriba con la Gertru y las señoritas del tercero. Ya verás, se nos van hacer unas sabelotodo.
-Hasta luego, señora Casta, y gracias.
-Por na. ¿Venís a comer, no?
La conversación con don Mauro fue como siempre, muy agradable y concisa. Balín, por encargo de su jefe, les trajo unos cafés con leche y unos suizos que Joselillo devoró, aunque el café ni lo tocó. No le gustaba. Pero Venancio, conociéndole, le echó su azúcar, a él le gustaba amargo, y lo movió. Se lo dio a probar, y desde ese día se volvió cafetero y más cuando probó el café con leche condensada en casa de la señora Casta. Desde su ignorancia llegaría a preguntar si las vacas que daban esa leche solo comían azúcar y no probaban el pasto.
Don Mauro, opinó que veía muy bien la idea que los hermanos le habían trasmitido. Siempre y cuando se contara con el consentimiento de la señora Casta, y en la suposición de que alguien se hiciera cargo de Huerta baja esos dos años.
-Aunque otra opción sería venderla y meter en un colegio interno a Joselillo. Pero no es momento, los precios de las tierras en tu pueblo van a subir por los veraneantes.
-Ya, pero eso no lo queremos ni José, ni yo. ¿Verdá? -preguntó Venancio al zampabollos que tuvo que contestar con la cabeza.
-Lo entiendo, chaval. Y no tienes por qué darme explicaciones. ¿Prefieres hablar tú con la gente de tu pueblo o que lo mueva yo?
-Voy a intentarlo yo, desde esta misma tarde. Si no tié usté incoveniente.
-No, para nada. Tú te entenderás mejor con ellos, seguro.
-Si tengo algún problema, le consulto.
-Y no cierres el trato hasta que yo te dé el visto bueno. Cuatro, seis -se corrigió don Mauro- ojos ven más que dos.
-Vale pues, quedamos en eso. ¿Quieres más bollos o café, Joselillo?
-No, no señor, estaban mu ricos.
-¿Y ese que te dejas ahí?
-Ese, por favor, se lo da usté al muchacho que los ha traído.
-Bien, pero dáselo tú mismo.
-Balín, si estoy yo en la fábrica, sólo puede estar en dos sitios. O conmigo o sentado en el primer peldaño de la escalera que sube a estas oficinas. Así que ya sabes.
-Gracias por todo, don Mauro -se despidió Venancio.
-Por nada, chaval, por nada.
En efecto, Balín estaba al pie de la escalera que bajaban. Sentado, con los codos apoyados en las rodillas, y la cabeza sujeta por las manos abiertas contemplaba la nada, o el futuro, nunca se sabe, aunque en este caso fuera lo mismo porque no estaba tan lejos una guerra fraticida.
A Balín le brillaron los ojos, pero antes de aceptarlo quiso saber por qué.
-Porque yo me comío tres y tu ninguno.
-Os he traído dos a ca uno. Y éste -Balín señaló a Venancio.
-Este es Venancio, mi hermano. Y a él no le gustan los bollos y menos con tanta azúcar. Es tonto -Joselillo sonrió y tendió el suizo a Balín.
-Bueno, pues gracias, a mi también me gustan mucho y no he almorzao. Yo soy Balín.
-Y yo José, antes me llamaban Joselillo.
Desde aquel día la amistad de los dos adolescentes no hizo más que crecer, a pesar de las pullas que Balín le lanzaba de vez en cuando por el diminutivo que nunca se olvidaría.
"A ver, ¿qué tienes, listo?", se preguntaba el reportero apoyado en la pared. "Pues tienes una joven que se llama Gertrudis de diecisiete años, casi dieciocho, que vive ahí enfrente. Así que, alguna vez saldrá a la calle, ¿no? Pues con esperar y llamarla, asunto arreglado. ¿Cuántas jóvenes va a ver en esa casa de esa edad? Paciencia Lito, paciencia, y aparecerá la ocasión, seguro".
Y apareció. Hipólito vio salir a una joven que cojeaba ligeramente del portal. Cruzó rápido la calle y llamó sin chillar:
Reme se volvió por curiosidad, al oír que llamaban a su amiga. Momento que aprovechó el periodista para abordarla rápidamente.
-Perdone, señorita. Soy del Heraldo de Madrí. Y quisiera hacerle unas preguntas, si me lo permite.
-Pero... -Reme iba a aclarar que ella no era su amiga, pero las ansias y los nervios de Hipólito por ser descubierto por la señora Casta no le dejaron escuchar lo que tenían que decirle.
-Ya sé, ya sé. Su madre, y lo entiendo. He hablado con ella hace un momentito, pero voy a molestarle poco, no se preocupe. Un par de preguntas y fuera.
-Pero es que... -Reme quería aclarar el malentendido, pero Hipólito no le dejó.
-Sólo cuénteme cómo fue su accidente y me voy. ¿La empujaron o algo? Dígame.
-Por favor, tengo el pálpito de que no fue un simple accidente, de que fue otra cosa -apremió el reportero nervioso.
-Ah, ¿no? -contestó cansada y harta Reme-. ¿Entonces, qué fue, listillo, un número circuense?
-No, no, yo sólo pretendo conocer los hechos. Me extraña que ocurriera a la vez...
En esos momentos, volvía a comer don Mauro y desde la esquina vio algo que no le gustó demasiado en el gesto de Reme y su acompañante.
-¿Hay algún problema caballero?
-No, no, don Mauro -contestó la Reme.
-No, para nada -esta vez contestó Hipólito-. Además, ya me iba -e inició la retirada. Se volvió según andaba sin dar su brazo a torcer-. Gracias de todas formas Gertrudis, y si quiere hablar conmigo su madre tiene mi tarjeta.
-¿Gertrudis? -preguntó don Mauro.
-Está como una chota. Pos no ma confundío con ella. Mía que se lo he querido decir veces, y na, que no me dejaba. Vaya nervios tié el caballerete, madre mía.
-No, voy a por el pan, questa mañana no hemos podío salir ninguna.
-Bueno, pues hasta luego.
-Adiós, don Mauro. Ma espantao usté un moscardón. Muchas gracias.
-Es un placer, Remedios.
Hipólito tenía mucha intuición pero poca paciencia, y eso le costó el reportaje. Nunca sabría que la muchacha elegida no era Gertrudis y que habían intentado decírselo en más de una ocasión. Así que cuando llegó a la redacción informó a su jefe del fracaso.
-Nada, señor Ortega, cuatro billetes de tranvía para nada, ni la madre ni la hija han soltado prenda. Pero yo sigo en mis trece. No puede ser casualidad. Todo pasa por algo.
-Y algo puede pasar si no me trae usted alguna noticia hoy, señor Flores. Soy del mismo parecer que usted.
-Me pongo ahora mismo.
-Pues ya es hora de que empiece, vamos digo yo. Toda la mañana perdida por una bobada de intuición. La casualidad no existe, sólo la causalidad -satirizó el redactor jefe-. Filosofías que no llevan a ninguna parte. De momento no necesitamos causas, sino hechos destacados que se puedan publicar. No sé cómo no aprende usted después de la que lió por no cubrir la fiesta de los marqueses esos.
-Eso fue cuando estaba en Sociedad.
-Pues imagínese qué le puede pasar estando en la sección de Sucesos, señor Flores.
" Cortar un traje a alguien. E l origen de este dicho quiza sea "cortar a uno de vestir", que según Sebastián de Covarrubias, 1611, es [...] [...]". Aparece en el Diccionario de Autoridades, tomo II, 1729, como "[...]. Cortar de vestir [...]". y hace referencia a Cristóbal de Fonseca (1550-1621) y su libro Tratado del Amor de Dios (1592). También lo he encontrado en un entremés de Luis de Benavente (1581-1651) titulado El Marqués de Fuenlabrada (Dos nuevos entremeses atribuidos a Luis Quiñones de Benavente, Abraham Madroñal, en digital.csic.es). El uso de este dicho creo yo se ajustó a los tiempos y a las formas del lenguaje y derivó en el actual cortar un traje a alguien, es decir, hablar mal de quien no está presente. Antes pasó por cortar un sayo que incluye el DRAE, 2014 como: " [...]. cortar a alguien un [sayo]. 1. loc. verb. coloq. Murmurar de él en su ausencia [...]". Pero realmente no he encontrado de donde viene. Me quedo con las ganas de saberlo, porque sería fácil pensar que los sastres/sastras o moditos/modistas hablan mal del cliente cuando le hacen un traje/sayo/vestido. Quiza esté la clave en esta frase en latín que aporta el DAA: " [...]. [...]", y que no he sido capaz de traducir coherentemente (A cerca de infamar, el mencionado habla en mala voluntad[?]).
De aliquo detrahere, eumque in invidiam vocare e dicho ya aparece en 1605 en el Quijote, I,32: " [...] [...]". Por otro lado todas las consultas y búsquedas que he realizado no han dado frutos. Tan sólo he recabado una opinión de la calle con la que coinciden muchos, aunque hay que tener en cuenta el "vicio" de copiar y pegar sin referenciar la cita, cosa que a mí me parece fatal. Los perros entran al engaño al lanzarles un palo y creer que es un hueso, hasta que lo descubren. Por lo tanto, aquella persona que se siente engañada por otra con ciertos argumentos (palo), al darse cuenta de la falsedad contesta irónicamente al engañador que le eche el engaño (palo) a otro, que él (ese perro) ya sabe que es mentira (no es un hueso). Al fin y a la postre es una explicación. A otro perro con ese hueso -respondió el ventero-. ¡Cómo si yo no supiese cuántas son cinco! Y adónde me aprieta el zapato "
(4) Otras fuentes: Echar a alguien con cajas destempladas. L a caja, en este caso, es sinónimo de tambor. Y destemplada se refiere a que su parche, donde se percute con las baquetas, no está tenso. Y esto se hacía, bien cuando se anunciaba la ejecución de un reo, bien mientras abandonaba a pie el cuartel aquel soldado que había cometido un delito. El significado no hay que explicarle. Aparece en el Diccionario de Autoridades tomo II, 1729: " [...] Echar con caxas destempladas. En la milicia es echar de alguna Compañía o Regimiento al soldado que ha cometido algún delito ruin y infame, por el qual no se le quiere tener dentro de las tropas: para cuyo efecto se destemplan las caxas, y tocándolas se le sale acompañando hasta echarle del lugar [...]"Fundación de la Lengua Española y El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, ed. Aguilar, 1955, pág. 191, " [...]. Echar con caxas destempladas. Metaphoricamente se entiende del que apean con demonstración pública de algún empleo: y tambien de la persona que se echa de casa arrebatadamente, o porque es molesto en ella, o porque no conviene su assisténcia y comunicación. Latín. Ab se aliquem superbè insolenterque repellere, propulsare [...]"