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Relatos deconstruidos. "Las calles sin números" by Rubén Fernández-Costa

Por Redfundamentos @redfundamentos
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RELATOS DECONSTRUIDOS. "LAS CALLES SIN NÚMEROS" BY RUBÉN FERNÁNDEZ-COSTA · 12/18/2023

Fueron los dos vecinos que vivían en la calle Santa Hortensia, una de las más bonitas del pueblo, los que empezaron con la broma: en vez de colgar los números ‘1’ y ‘2’ en sus fachadas, se podrían repartir el nombre. Una sería la ‘casa Santa’ y, la otra, la ‘casa Hortensia’. En la casa Santa vivía una familia creyente, que tenía nada más entrar un San Antonio, sujetando al niño, y varias vírgenes. La fachada de la casa Hortensia estaba cubierta por estos arbustos de medio metro de altura, y todas las primaveras se cubría a borbotones de flores rosas, rojas y blancas.

La broma entusiasmó a otros vecinos, que querían también quitarse los números y repartirse las palabras, incluso las sílabas, del nombre de su calle. Al alcalde, siempre buscando modos de dinamizar su condominio, le pareció que aquella idea, prosperara o no, podía darles algo de promoción en la provincia, porque hasta donde él sabía, a ningún pueblo se le había ocurrido esto antes, así que organizó una comparecencia después del Pleno en la puerta del Ayuntamiento.

—Hagan los vecinos uso de las palabras y pasen su propuesta de reparto, antes de un mes—dijo el alcalde, muy satisfecho con su intervención. Era buen orador y se mantenía bien físicamente.

Lo cierto es que salía elegido repetidamente desde hacía doce años.

—¿Y cómo lo haría efectivo? —preguntó la líder de la oposición, que era la misma también desde hacía doce años y no solía oponerse a nada.

—Yo creo que podemos proponerlo a Urbanismo y ver qué pasa. Si nos dicen que no, al menos saldremos en los medios. Imagínese que por esta idea un director ruede aquí una película. O que una cantante haga su videoclip y lo suba a ‘Tik Tok’.

—¿Todo eso para atraer al turismo? —preguntó ella, con cierto entusiasmo.

—Bueno, para poner al pueblo en el mapa, nada más —sentenció el alcalde.

—Qué buena idea -respondió la líder de la oposición.

—¿Usted no está en contra del turismo? —le preguntó el alcalde.

—No —respondió la líder de la oposición.

Se hizo la lista provisional, se repasaron los diptongos y las tildes diacríticas, para que nadie se quedara con más letras de las debidas y salieron la casa Santa y la casa Hortensia, que fueron las impulsoras de la idea, y otras treinta más, como la casa Mont (de un alpinista francés) y la casa Serrat (donde vivía una fan del autor de la canción ‘Mediterráneo’), la casa Es (donde se había instalado ahora un escritor existencialista) y la casa Cuela (la del dueño del bar del pueblo, del que se sabía que toda su familia se saltaba el orden en las filas).

Los habitantes del pueblo estaban sorprendidos por las coincidencias y el propio alcalde llegó a pensar que aquello podía ser una señal. La líder de la oposición, por ejemplo, vivía en la Casa de la Tos (la última de la calle Cantos) y era conocido que en las sesiones plenarias siempre alguien terminaba ofreciéndole un caramelo de menta. La casa anterior, casualmente, tenía un enorme perro.

Había vecinos tan bien definidos por su trocito de calle que asustaba: los últimos habitantes de la calle de la Igualdad eran los más generosos del pueblo, y les había tocado, lógicamente, la sílaba ‘Dad’, que parecía una invitación a que siguieran dando. Contaban que el hijo más pequeño, que recibía clases de inglés británico online, había dicho además que ‘Dad significa papá en inglés’, y el patriarca se había mostrado encantado y había ofrecido por ello gratis clases a otros niños del pueblo. En la casa justamente anterior, vivían dos hermanas gemelas.

La cosa iba viento en popa cuando, una tarde, el alcalde estaba saliendo de la sesión plenaria junto a la líder de la oposición, los dos tomando caramelos de menta, y ella tosiendo, y en las escaleras del consistorio vieron a un chaval del pueblo sentado, consternado.

—¿Qué te pasa, pequeño? —preguntó el alcalde.

—Pues que tenemos un problema enorme —respondió él—. Que no podemos llamar a las casas con las palabras y las sílabas.

—¿Por qué no? —preguntó la líder de la oposición.

—Porque mi familia vive en la última casa de la calle del Pino. De acuerdo que la profesora de mates viva en la casa ‘Pi’, pero nosotros no vamos a ser ‘la casa del No’. Mi madre se niega.

—Este niño tiene razón —dijo la líder de la oposición.

—Pero —preguntó el alcalde—, ¿qué podemos esperar, si son la casa del ‘No’, sino que se opongan? Es totalmente lógico.

—Tiene razón. Y quizás su madre podría presentarse para hacer oposición, porque yo últimamente me noto poca vitalidad, es como que me pongo siempre en los zapatos de los demás —dijo la líder saliente.

El niño les miró ojiplático. El alcalde se despidió amigablemente de ambos y se fue caminando hacia su casa, la primera de la calle Cabalgata, que estaba situada justo al lado de la propiedad de una familia nacida en Madrid desde hacía varias generaciones. “Si no nos lo acepta el gobierno regional, quizás podríamos hacer un festival para intercambiarnos los zapatos, sería muy pero que muy convivial”, pensaba, alcaldeando en su paseo de vuelta a casa.


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