Revista Cultura y Ocio
"Al final del partido" (Guadalajara, España), nueva obra finalista del I Premio de Relatos LGTB "Corralejo" que publicamos en GSN.El vapor de agua de la ducha no consigue velarme por completo tu cuerpo y no sé si observarlo, como siempre, a escondidas, o ejercitar mi memoria componiéndolo. Sé con precisión cuántos grados girará tu torso cuando te enjabones la espalda. Sé cómo se tensarán tus músculos cuanto te inclines para pasarte la esponja por las piernas. Sé que, dentro de unos instantes, me pedirás el champú porque, como de costumbre, lo habrás olvidado en casa. Y yo mientras, a tu lado, me enjabono también sin prestar atención a lo que hago.
Veo como vas cubriendo tu cuerpo de espuma, jugando con ella, haciendo dibujos, cerrando tus manos y soplando para que un pelotón de burbujas multicolores floten unos instantes antes de explotar. Mientras, tarareas la última canción de tu grupo preferido en un inglés caótico. Introduces los dedos en tu pelo y frotas sus raíces mientras me comentas la última jugada, tan brillante, que me ha permitido conseguir cinco puntos para nuestro equipo. Me la repites dos o tres veces, entusiasmado por mi carrera, por mi habilidad y por mi fuerza, sin sospechar que sólo perseguía el premio de tus brazos oprimiendo mi cuerpo, tu mano acariciando mi pelo, y tu sonrisa, ese gesto que ilumina tu cara y con el cual sueño.
El jabón se ha metido en mis ojos y busco la toalla. Me distraigo un momento y tú aprovechas para abrirme con fuerza el agua fría y ríes, con tu risa franca, ante mi sobresalto y mi exabrupto. Y nunca como ahora tengo tantos deseos de abrazarte y de obligarte a compartir conmigo el frío de la ducha y de revolver tu pelo. Sin embargo permanezco estático, tan frío como el agua y tan lejano, que no podrías nunca adivinar el esfuerzo que hago.
Me abraso al intentar regular de nuevo el agua y tú silbas, divertido, jugando con el agua mientras aclaras los restos de espuma que te escurren despacio por el pecho, el vientre y las piernas.
Termino siempre antes. Tú prolongas tu ducha, incansable. Levantas la cabeza, dejas que el agua caiga y cierras los ojos, abandonado tu cuerpo a su caricia. Yo te observo desde lejos y siento envidia del agua, y del jabón que escurre por tus ingles, y de la espuma. Me seco bruscamente. Intento despertar del ensueño mis sentidos. Me froto. A veces me hago daño, pero menos que cuando te contemplo. Después me quedo atento apara verte salir entre el vapor de agua: las gotas escurriendo por tu piel morena, tus labios húmedos, tu pelo más oscuro. Me miras y sonríes y no adivinas nada.
Mientras te secas, el entrenador se acerca y nos golpea, amistosamente, la espalda. Nos felicita de nuevo y comenta la última mêlee que ha sido decisiva. Recuerda nuestra concentración, el gesto rápido, la fuerza, la desenvoltura. Ni tú ni él intuís que entonces yo sólo pensaba en ti y como sentía todas las fibras tensas de tu cuerpo bajo mis dedos. Intento emocionarme como tú y recordarlo todo y contarlo de nuevo y revivirlo, pero sólo veo piernas y brazos mientras disfruto de la placentera presión de tu cuerpo.
Cuando sales finalmente de la ducha, te diriges despacio hasta el espejo, con la minúscula toalla enredada en la cintura. Tu cuerpo es tan hermoso que parece esculpido en mármol de Carrara. Te das desodorante, ignorando que me gusta el olor de tu cuerpo cuando se acaba el juego. Ese olor a esfuerzo, a coraje, a rivalidad contenida que empapa tu camiseta y te recubre entero y que asocio con tu abrazo inocente al final del partido. Tu brazo descansando amistoso en mi hombro y las cabezas juntas celebrando el felices el éxito unas veces, o compartiendo con tristeza el fracaso, cuando el encuentro no ha sido bueno.
Me acerco a por mi ropa y, al pasar por tu lado, tiras disimuladamente de mi toalla y me dejas desnudo. Después, me gastas una broma asociando mi cuerpo a las mujeres y yo sonrío. Sonrío y no te das cuenta de que la sonrisa se me queda congelada en el rostro como si fuera hielo.
Después coges el peine y te cambias la raya desde el centro hacia un lado y, después, al inverso. No te gusta el resultado y lo peinas primero hacia atrás, luego adelante. Finalmente lo revuelves con tus dedos y me miras. Me pides mi opinión y, observando tu pelo de oro, siento la tentación de confesarte que estás bien de cualquier manera que te peines, pero callo. Te propongo ese aspecto despeinado que me enloquece y que te hace parecer un niño malo y aceptas divertido mi consejo.
Cuando acabas, te vistes con total desenfado comenzando a ponerte el pantalón, como siempre, por la misma pierna. No paras de reír, ni de hablar y ahora me cuentas los planes de esta noche para ambos. Siempre hay mujeres en ellos. Eres tan divertido, simpático y atractivo que ellas te persiguen. Y yo oculto mis celos mientras tú las acaricias con estudiada displicencia y discretos besos de deseo.
Yo me visto también acumulando las prendas en mi cuerpo con menos elegancia que lo haces tú, con más torpeza. Cuando ya he terminado me despeinas y te ríes de nuevo. Y después me reprendes porque te gusta jugar siempre a que termino el último.
Cuando abres la puerta de los vestuarios todo se acaba. Nos envuelve la noche. Ya no puedo observarte de manera furtiva. Echas tu brazo con camaradería sobre mi hombro y me estremezco. No lo notas. Me atraes hacia ti y me comentas de nuevo las mejores jugadas del partido y, mezcladas con ellas, nuestros planes hasta la madrugada. Me describes los cuerpos femeninos con los que pasaremos la velada y yo callo, caminando a tu lado, silencioso, soñando despierto y disimulando.