Facundo R. Soto, autor de "Canchero"
Facundo R. Soto (Argentina)
“2” se tomó un descanso y se sentó en una mesa del fondo. El mantel era de hule y olía a aceite. A mi amigo le dolían los pies de estar parado, atendiendo mesas durante todo el día. Después nos íbamos a jugar un partido al parque Sarmiento.
Cuando tenía cinco años, su familia, me cuenta entre cerveza y cerveza, perdió toda la plata y propiedades. Vivían en un departamento ubicado en Las Heras y Sánchez de Bustamante. Después de la pérdida, su papá se fugó y no lo vieron a ver. La madre se llevó a los hijos a vivir a Misiones. Allá se puso de novia con un albañil. El padrastro de “2” le pegaba por cada cagada que se mandaba. La madre estaba enamorada de su macho, y todo lo que hacía, para ella, estaba bien. Un día le pegó, y “2” al otro día no podía caminar. Su hermanita de cuatro, una tarde, quiso tomar la leche espumante que hervía en una olla, sobre la hornalla. El padrastro le dijo que no insistiera en tocarla. Se quedó mirando cómo la nena trataba de agarrarla, hasta que se la volcó en la cara. Él se limitó a repetir:
- ¿Viste que te dije que se te iba a caer?- y le tiró agua fría. Fue peor porque la leche se le adhirió en la piel.
Otro día, cascó a “2”con las hojas de una palmera. Le dejó el cuerpo marcado como tela remendada. Esa tarde, “2” caminó hasta la ruta. Cuando vio que venía un camión, cargado de troncos, se sentó en el asfalto. Faltando casi tres metros para que el camión lo arroyara, un hombre lo arrancó de la calle, tirándolo a un costado. El camión giró, casi hasta volcar. Las maderas se desparramaron por la ruta llegando a la banquina. El camión se apagó y soltó una nube de humo con olor a quemado. Después de ese episodio, apareció una asistente social que lo obligó a hacer un tratamiento psicológico. A la semana siguiente, le robó a la madre la plata que guardaba en el pingüinito, que ya no usaban para servir el vino, y se fue a Buenos Aires, haciendo dedo. Tenía trece años recién cumplidos. Fue a parar a González Catán, donde vivía su abuela. Llevaba la dirección, que había sacado de un sobre, escrita con birome en la mano. La abuela lo alojó, pero le dijo que tenía que trabajar. Su primer empleo fue en una mueblería. Por las mañanas sacaba los muebles de roble al costado de la ruta. Cuando los autos paraban en el semáforo, él se les acercaba, y por la ventanilla, les ofrecía los cachivaches que había lijado y barnizado.
- A veces, todavía, me vuelve ese olor a madera y a barniz que aspiraba en las mañanas- me dijo “2” sirviéndome un bife de chorizo rojo, a punto.
En la casa de la abuela también vivía su tía, que salía con un tipo que trabajaba en la cocina del comedor de River, y obviamente, lo hizo hincha del club. Una tarde, “2” estaba cogiéndose a Ramona, su novia del barrio. Los dos tenían trece e iban al mismo colegio. El hermano de Ramona, Walter, le llevaba un año de ventaja, y físicamente era más grande que él. Miraba escondido detrás de una puerta cómo “2” se garchaba a su hermana. A Ramona le empezó a salir sangre y le pidió que por favor se la sacara. Pero “2” se excitó más con esa especie de mayonesa roja que caía por todos lados, manchando el piso, la mesa, y comenzó a bombearla con más fuerza. Ella empezó a gozar hasta que él la hizo acabar. Después eyaculó él en sus tetas, salpicándole la cara. Un día estaban estudiando y Ramona recibió un llamado. Se tuvo que ir a limpiar una casa. “2” se quedó tomando mate con tortas fritas, con su hermano. Walter sacó su gusano, tal como le decían los pibes del barrio desde que le vieron la pija. Con ellos jugaba a la pelota todos los días, en el potrero de al lado de su casa, el que estaba cruzando la zanja. Masticó la última torta frita que quedaba en la mesa y empezó a jugar con su pija, moviéndola para un lado y el otro. Después le propuso hacerse una paja, uno al otro.
- Si vos me la agarras primero, yo te la agarro después- le dijo “2”. Walter cerró las ventanas y le pidió que se la metiese.
- Solo la cabeza, la puntita, nada más- le dijo, y al cabo de unos minutos quiso que se la enterrara toda.
- Pero no se lo cuentes a nadie- le dijo Walter, seguramente pensando en los amigos que tenían en común y en su novia, porque él también tenía novia.
Una tarde, cansado del trabajo de la mueblería, “2” preguntando, llegó a la Avenida General Paz. Casi perdido, tomó el 28 que lo dejó en la puerta del estadio de River. Estuvo en la recepción esperando hasta acordarse el nombre del novio de su tía, el que trabajaba en la cocina del club. Cuando entró al piso, donde se concentraban los jugadores, no lo podía creer. Era como haber ingresado a los sueños que tenía en la casa de su abuela, cuando no podía dormir, y bajo el techo de chapa pensaba en su equipo. En la sala de River había máquinas del gimnasio, un montón de comida en las mesas, toallas, y ropa de gimnasia tirada por todas partes. El jugador Enrique lo llamó y le presentó a un par de compañeros. Le dijo que comiera lo que quisiera. Enseguida se dio cuenta de que ése era el lugar donde siempre había quería estar.
Esa misma noche convenció al novio de su tía para que hablara con las autoridades. A los dos días empezó a trabajar como canchero: cortando y arreglando el césped de la cancha. River tenía otro campo, afuera, donde sembraban el pasto. Lo cortaban en cuadrados, y después, lo ponían con tierra y arena en la cancha principal, donde se jugaban los partidos de primera. Había un cuartito a donde guardaban las herramientas de trabajo. A veces entraban ahí Gordillo, el Loco Enríquez y otros jugadores a tomar agua y descansar. En la confitería comían el guiso que el novio de su tía preparaba. Gordillo le regaló unos botines que no le iban a nadie, porque calzaba 38. Goicochea le dio un buzo y un pantalón de River, por supuesto. Al poco tiempo “2” empezó a entrenar en las inferiores. Se la pasaba todo el día en el club. Muchas veces no se iba a la casa porque, si salía a las ocho y tenía que levantarse a las seis, se quedaba sin transporte. Entonces, empezó a dormir en el cuartito de las herramientas. Otras veces, cuando salía porque no se podía quedar, daba vueltas por el centro hasta que amaneciera. Algunas noche se tiró a dormir en los bancos de la Plaza San Martín. Un día, después de cortar el pasto, y de entrenar a la tarde, se estaba bañando con sus compañeros en el vestuario, hasta que desaparecieron. Se fueron volando, y él se quedó solo. A los pocos segundos apareció el fotógrafo, que tendría unos cincuenta años en ese momento, y empezó a bañarse al lado suyo. Le miraba la pija. Después se la agarró. “2” se sorprendió. No pensó en nada, e instintivamente le sacó la mano.
- Si querés venir a mi cuarto- le dijo el fotógrafo -mañana te saco fotos con Alonso, Funes, Alzamendi, Gutiérrez, con quien vos quieras…
Esa noche “2” volvió a quedarse a dormir donde guardaban las maquinas para cortar el pasto. Bien entrada la noche, el fotógrafo pasó y se la chupó. “2” se hizo el dormido, pero le gustó, tanto como la plata que le dejó al costado del rastrillo, y las fotos que le sacó con los jugadores que él quería, al día siguiente. A partir de esa noche, cuando “2” necesitaba plata, lo dejaba entrar. Cuando salió de River, un tipo lo siguió desde Florida y Lavalle hasta la Costanera. Era un hombre viejo y grande de tamaño. Se sentó en un banco enfrente de él. “2” le preguntó si era policía. El tipo le dijo que no, que le gustaban los chicos, y que no le tuviera miedo.
- Vivo con un amigo que hace ricas pastas- le dijo. Al otro día se encontraron en Liniers y se dejó chupar la pija por lo que hoy equivaldría a veinte pesos. Después volvió a Misiones, para las fiestas.
Fue en un partido, jugando con la reserva de River, en Mendoza, que se le hinchó la rodilla. Le dijeron que tenía filtraciones. No se quería operar, tenía miedo. Seguía jugando de 11, pero le hicieron la cama. “2” nunca se había drogado. Como no se quería ir del club, le pusieron merka en el bolso. Le dio mucha bronca. Ahí ya cobraba un sueldito, no solo por trabajar como canchero y tener dos chicos a su cargo, sino también por jugar al fútbol. Cuando salió de la colimba no quiso saber más nada con el club, con su abuela, ni con la familia. Solo le quedó el gustito por el dinero y las chupadas de pija que le hacían los desconocidos.
Cuando se acostaba en las camas de las pensiones, que pagaba con la plata que sacaba trabajando de mozo, se acordaba del novio de su tía, el que lo hizo entrar a River. Él tampoco trabajaba más ahí. Se había ido y peleado con su tía, con la que tuvieron varios hijos. Le daba fuerte al alcohol, y nadie sabía a dónde ubicarlo. Una noche, “2” se lo cruzó por la Panamericana. No pudieron detenerse para saludarlo, porque iban en auto y el tráfico parecía una víbora de hormigas que huían a gran velocidad. Él lo reconoció y “2” se puso contento, aunque, probablemente, nunca más se volvieran a cruzar.
- Si no hubiese sido por ese tipo, nunca hubiese entrado a jugar en River, ni conocido a los jugadores, ni… trabajado de canchero. Aprendí tantas cosas de él… Además, el viejo era bueno… me hablaba de hombre a hombre y nunca me tocó un pelo- me contó “2” terminando las últimas lechugas que le quedaban en el plato, con el delantal puesto. Yo tenía ganas de pasarle el pan al aceite que se había juntado en el plato, pero me dio vergüenza.
Al rato, mientras esperábamos el colectivo para ir a entrenar, “2” me contó que la costumbre de dejarse chupar la pija por plata no se le fue, y no cree que le desaparezca. - Me divierte, Facu, tanto como jugar al fútbol- Lo miré y me miró. Nos reímos cuando vimos que el colectivo había pasado. Nos habíamos olvidado de levantar la mano.